viernes, 20 de julio de 2018

Gonzalo R. García Terrazas. ¡Adiós Memín!


¡Adiós Memín!

Por Gonzalo R. García Terrazas

Primer amor de mi vida… distancia,
que no pasó del intento…
Distancia
Alberto Cortez

Aquel Domingo de Pascua sentí, por vez primera, el influjo de Eros. Como todos los Domingos de Pascua, significaba el fin de vacaciones de Semana Santa que pasábamos con los abuelos en Satevó, donde, en compañía de primos y  muchachos del lugar, gracias a la libertad, disfrutábamos de divertidas aventuras vagando ad libitum por el pueblo y por el río, lo que acarreaba algunas veces castigos y otras lo dicho por Cervantes, que “el trasero es el fiador de los muchachos” por causa de las travesuras y picardías propias de la edad y de las circunstancias; como circunstancial fue aquel encuentro con algunas semillas de chile colorado que fueron a parar al incensario de la iglesia un Viernes Santo, incrementando considerablemente las piadosas lágrimas de la feligresía y los oficiantes. Inolvidable época de la vida que se recuerda con alegría y no poca nostalgia. Pero aquel domingo sucedió lo inevitable.
Fue al salir de Misa de Resurrección, era un tibio mediodía. Allí estaba Ella, en el atrio de la iglesia, iluminado su vestido blanco por el sol de abril; la mantilla de albo encaje y la oscura cabellera caídas sobre sus hombros creaban un armónico marco al rostro de exquisitas facciones, a los grandes y sombreados ojos castaños que, bajo unas pobladas y bien delineadas cejas, fijaron su atención en mí. Ante aquella inolvidable mirada, que frenó mi afán de buscar a los amigos, quedé paralizado, mudo, con la hormona desbordada en un nuevo y feliz estado alterado. Su boca esbozó una sonrisa, ignoro si para mí o por mi aturdida imagen. Eso fue todo, a la imperativa voz de la madre, ella y sus hermanas emprendieron el regreso. Yo, sin más voluntad, caminé detrás de ellas hasta que entraron en su vivienda, necesitaba ver de nuevo aquellos ojos, fue una vana pretensión, desapareció en un sombrío zaguán poblado de helechos.
Las vacaciones llegaron a su fin, lo que significaba esperar el período vacacional de verano para retornar al pueblo, para estar cerca de aquella muchacha que me hechizó con su mirada y su sonrisa.
Fue un compás de espera largo, lento; dos meses y medio –setenta y seis días– pensando, soñando e imaginando sensuales encuentros, un imperioso deseo de abrazarla, ceñir su esbelto talle y pasar horas a su lado. Por fin el curso escolar llegó a su fin y, con ello, el inicio de las ansiadas vacaciones. Lo más rápido posible me trasladé al pueblo en el camión que surtía el almacén de mi abuelo, y después de instalarme en la espaciosa y fresca habitación y saludar a la familia salí, no en busca de diversión sino para saber de Ella. En la plaza encontré a su hermana, con quien tenía yo alguna confianza por ser amiga de mis primas y, armándome de valor, después de los saludos y algunos circunloquios le conté mi interés por su hermana, necesitaba hablarle.
¡Mmmm! Ya sé que te gusta Ella, me lo contó tu prima, dijo en tono burlón pero es muy chica y no piensa en nadie.
Pues yo nomás he pensado en ella repliqué de inmediato Ándale, consígueme una plática con ella en la plaza cuando salgan en la noche.
Ante mi insistencia, se quedó unos instantes cavilando y respondió:
Bueno, pero ¿qué me das? me preguntó sonriendo.
Eso me tomó enteramente por sorpresa, nunca lo hubiera imaginado:
No, no lo sé dije con timidez ¿un chocolate MilkyWay?
¡No! ¿Cómo un chocolate por eso? contestó airadamente.
Bueno, la caja completa ofrecí con rapidez.
¡Ay! ¡Claro que no! exclamó dándome la espalda.
Bueno ¿Qué quieres entonces? pregunté ansioso.
Tu colección de Memín Pinguín dijo mirándome de reojo.
Ciento cincuenta y seis ejemplares de aquel icono de la historieta mexicana, creación de Yolanda Vargas Dulché, publicación semanal que aparecía los miércoles y me guardaba amablemente la señora del quiosco de revistas; tres años ininterrumpidos de las aventuras del simpático negrito y sus amigos fueron el costo de aquella mi primera cita de amor. Tan intenso como breve fue el debut en el inaugural, inexorable y avasallador ritual de la vida, breve porque me concedió algunos veinte minutos de charla frívola para luego marcharse a jugar al calabaceado y así fueron todos los días hasta el fin de mi estancia en el pueblo, resolviéndose en nada aquella pasión. Sin embargo le agradezco, con toda la efusión del espíritu, la revelación de la Mujer. Por ello nunca consideré una mala determinación el decir: “¡Adiós Memín!”












Gonzalo R. García Terrazas es licenciado en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es gestor y promotor cultural, fue jefe de la Oficina de Desarrollo Artístico del Instituto Chihuahuense de la Cultura y secretario técnico del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chihuahua. Es coordinador de sección en la revista Paso de gato, revista de Teatro, profesor de literatura en la UACH y consejero editorial del Congreso del Chihuahua. Publica ensayos de literatura y relatos en diversos medios.

1 comentario:

  1. Gonzalo, fantástica tu narración. El descubrir el desasociego del ensmoramiento, me parece de los capítulos más importantes de nuestras vidas. Valorarlo, es la métrica con la que valoramos nuestras más genuinas sensaciones actuales. Esos inesperados destellos que siguen presentándose a lo largo de nuestros días y que siempre transan a muy alto costo.

    Qué fue de tu Colección? Materialmente no lo sé, pero Memín Pinguín fue tu pase al mágico mundo de las más intensas sensaciones, quién lo diría?

    Me encantó, acabo de estar en Satevó así que me fue fácil trasladarme mentalmente a tu locación e imaginar el momento.

    Sigue adelante, escribiendo, lo haces muy bien, tienes talento y la academizacion; y sigue vibrando en alto abierto a la entrega del mejor estado que podemos gozar, el enamoramiento. Siempre. De la misma persona que por años es la pareja, o de quién la vida tenga destinada a revolver, inquietar y apoderarse de los sentidos

    Fabi Aranda

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