Entre signos de agua
Por
Elko Omar Vázquez Erosa
Signos de agua es un
libro que se compone de dos poemarios: En
el nombre del agua, de Norma Luz González Rodríguez y Palabras silentes, de Alfonso Chávez Salcido.
En el nombre del agua, Norma
Luz González Rodríguez:
La
ausencia del agua, que fertiliza los sueños y algunas veces representa la
esperanza en el versátil imaginario de Norma, se convierte en enormes
extensiones de tierra cuarteada donde los amantes se buscan y ocasionalmente se
encuentran para luego separarse, como ocurre en “Desierto para dos”:
Tornas
a la tierra cuarteada,
con
los ojos ásperos
desmoronándose
en polvo
¿por
qué no quisiste ser tierra húmeda
donde
atrapar raíces?
La
falta de agua, según Norma, es incapacidad de amar y resequedad del alma. Así,
en el poema “En busca de humedad” leemos:
Pobre,
padeces
necrofilia
–temor
a la respiración ajena.
Si
no quieres mis latidos
me
los quedo yo.
El
agua que no llega es desencuentro y se niega a calmar la sed, tal como vemos en
“Sumergir las redes”:
Sumerjo
las redes,
para
recogerlas desiertas
o arrancar de otros la exhalación;
nutrirme
del ciclo vida-muerte.
En
cambio estar lleno de agua es desbordarse de alegría, pleno de sangre… cuyo
pariente es el vino. Echar un barco de papel a los torrentes furiosos que
llevan a lo desconocido, a la exploración del otro y al descubrimiento de uno
mismo. Y cito de “Día de San Juan”:
Vestido
de blanco,
está
mi cuerpo desnudo
frente
a quien moja la tela,
volviéndola
traslúcida.
El
día indicado por el calendario
para
la fiesta del agua,
juego
a bañarme con otros niños
que
con la humedad
van dejando de serlo.
Y
no solo es explosión de alegría, globos que revientan, líquida metralla, sino a
veces brisa, caricia fugitiva de ternura, intimidad. Norma nos dice en
“Paracaídas al mar”:
No
hay recetas para ir a la cama.
Mi
mejor plan es
un
paracaídas hecho de otros brazos,
rumbo
al fondo de mi propio mar.
Pero
el agua es mujer y también es caprichosa, como consta en “Navegante”:
No
creyó que hablase con la mar
aquel
lenguaje de mujeres,
que
impredecibles se alejan
cubiertas de lluvia.
O,
de acuerdo con “Momentos en balde”, el agua es como el capricho de algún
seductorcillo que se ha decidido a utilizar en contra de la mujer sus propias
armas:
Cierro
mis ansias con llave,
es
preciso esperar.
Hay
un instante exacto
en
que vienen la poesía, la lluvia y tú:
cuando
se les humedece la gana.
El
agua no siempre es agua, y es que a las salamandras, espíritus del fuego, les
gusta disfrazarse de ella, quizá porque en los desiertos y en los infiernos, y
en diversas orquestas, hay criaturas envidiosas que sienten curiosidad por ser
tan populares como, con perdón de ustedes por el espantoso término
periodístico, el líquido elemento. Esto lo sabemos por “Espejismo” y otros
textos prohibidos por el Santo Oficio:
Una
imagen acuosa
levita
en el aire.
Música de un concierto.
No
obstante hay demonios que se redimen y prefieren dejar el mito para volverse
bichos endémicos aunque pasen, para la gente superficial, por seres
políticamente correctos que dejaron de fumar para abrazar el agua. De
“Salamandra” citamos:
Perdió
los pulmones
fumando
fogatas.
Las
consumía inundada de lluvia
mojada
en lumbre.
Si
damos crédito a “Maremoto en Asia” el agua también contiene la desgracia, visiones
apocalípticas y el gusto de las lágrimas:
Sobre
Asia
se
vertió el mar Índigo.
aún
más salobre se desborda
el océano en mis párpados.
Dijimos…
o dije yo… o alguien lo dijo por mí, que la poesía de Norma es versátil, un
imaginario musical en el que coexiste el desierto y la primigenia selva
tropical; la tundra (al agua le da por congelarse) y el bosque; el mar y los
estuarios.
A
veces es Chihuahua –citado hasta el hartazgo– a veces Oaxaca… Oaxaca, que se
asoma en poemas como “Manantial” y “Árbol del Tule”. Cito íntegro este último
poema por su delicioso parentesco con los cuentos de hadas, y porque no tiene
nada que envidiar a los mitos germánicos ni a los vaporosos murmullos de los
persas:
El
ahuehuete con raíces de lagarto
traspasa
dos mil años de insomnio,
Anciano
aguador que bebe del tiempo
mientras
recoge sombras.
Si
hacemos caso a “Confluencias” el agua también es tormenta, liberación y
posibilidades infinitas, pero Norma, como una verdadera poeta intuye, en “La
conquista a un mar”, que:
En
el mar blanco,
cada página una ola,
que
se baña en tinta.
Mojados
mis dedos
entre
líneas
levantan
un caracol.
Pergamino coniforme de secretos
líquidos.
Y
es que las páginas de un libro también fluyen como el agua y desembocan en el
océano infinito de la imaginación.
Palabras silentes Alfonso
Chávez Salcido
Mientras
que En el nombre del agua, de Norma
Luz González Rodríguez, es como una serie de arroyuelos furiosos que se abren
paso por pendientes pedregosas, ansiosas por llegar al mar o de volver a los
orígenes, Palabras silentes, de
Alfonso Chávez Salcido, es como un río profundo y tranquilo.
La
poesía de Chávez Salcido semeja una suave llovizna plena de melancolía, con
olor a tierra mojada, que bendice con sus gotas las calles de Chihuahua.
“Signos
del agua” es el poema que da nombre a este libro y en él se reflexiona sobre el
quehacer literario, como seguirá haciendo el autor en poemas como Encrucijada,
Diluvio íntimo, Los silencios no son ausencias, Palabras silentes (que da
nombre al segundo poemario), y otros.
Para
Chávez Salcido la lluvia es dulce, un pretexto para la ensoñación y la nostalgia,
para la ocupación vouyerista de mirar por la ventana. En su poema “Lluvia” el
maestro nos dice:
Intento
traducir lo que dice la lluvia, cuando graba en el concreto su mensaje anegado.
Letras
húmedas y penetrantes que aturden los oídos resecos.
La
niebla tañe un laúd de inundación, queriendo
ahogar
con frases largas, lamentos y sueños, las caras borrosas en las ventanas.
En
“Nada” averiguamos que el agua también es tiempo que fluye y que no podemos
retener, ya que se escapa por entre los dedos de las manos:
Nada
de lo que tenemos es nuestro
pertenece no sé a las cosas de la realidad
Igual
a un árbol
lago
un mar
Podemos
tocarlas sentir su cercanía
Luego
debemos dejarlas para que
otros las vivan
con
tristes ojos de melancólica visión.
Chávez
Salcido no es un poeta bucólico, su inspiración viene de las calles, que
menciona en muchos de sus poemas, como en “Calle”
La
calle nunca calla
se despereza constantemente
aplastando soledades
los
momentos de siempre
igual que ayer o mañana
hábitos
que pesan en los cuerpos
todo en su
sitio
el
mismo lugar
idénticos
pasos mecánicos que recorren la ciudad
canto
al desamor imágenes de rostros en
concreto
domesticación
de libertad,
mansedumbre.
Poeta
hegeliano (si se nos permite el “terminucho”), a Chávez Salcido le gusta
enumerar los contrarios. Así, en “Conjugación en primeras personas”, leemos:
yo te miro en la penumbra
tú te pierdes en el frío salón
yo persigo tus silencios
tú abres una sonrisa como flor
La
memoria de los poetas bebe de los orígenes. Chávez Salcido imagina el Mar de
Tetis que alguna vez cubrió a Chihuahua:
Chihuahua
Palabra
de agua
nómada
perdida
en el primigenio mar de Tetis,
memoria
antigua
en
las playas del océano imaginado.
Ríos
de lágrimas cobrizas
sembradas
en el viento.
Pinos
y mezquites que cantan a las noches frías.
Vocales
dulces mezcladas con espinas,
suelo
arrugado,
permanente
espera
de
que el aire traiga la tormenta.
El
sol se va todas las tardes
vestido de oro,
la
noche se recuesta en su almohada
de nubes.
Enciende
su lámpara de luna
y
cantan los grillos
en
la noche invernal
con
alas rotas
para
explotar estrellas
y
alumbrar la oscuridad.
El
agua son los ojos de la amada, sitio fértil para el alma del poeta, como consta
en el poema “Hábitat II”:
Puedo
vivir en tu mirada
con
la eternidad en las pupilas
donde
surgen los anhelos
en
torrente
El
libro cierra con el poema “Quimera”, en el mismo tono memorioso y apacible:
Una
voz acaricia la tarde.
Se
abre la ventana del recuerdo,
sueño
elegido.
En
la casa con flores y espinas
se
oculta el follaje gris de la soledad.
La
luz se enciende.
Las
paredes revientan con humedad salina
y acordes de nocturno
Sonidos
de tiempo ido,
¿cómo
volver al camino sin pisar la memoria con el pie desnudo?,
¿qué
tan real eres para verte bajo la luz de un farol callejero cualquier noche?
Ambos
autores consiguen crear dos poemarios que se entrelazan en sus concepciones y
crean una unidad. Se trata de un libro altamente recomendable para leer una
tarde lluviosa, de preferencia en un granero con techo de zinc donde azoten las
gotas furiosas.
Tres poetas en el agua.
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