sábado, 25 de octubre de 2014

Abandono letal. Miguel Ramírez Ochoa

Abandono letal




Por Miguel Ramírez Ochoa




A un sueño volátil y en infición (Chihuahua, Chih., miércoles, octubre 25 de 1989).



Se hará la mejor campaña de vacunación, la cual jamás se olvidará en la mente gubernamental de Salud –predijo la enfermera, que aleccionaba a futuros paramédicos de conocido centro escolar.
    
Je, je..., o somos conejillos de indias que soportaremos la presión en aras de un interés dizque poblacional, elevando la reputación de ustedes, o representamos el ejemplo encomiable jamás seguido –contestó sin reservas un estudiante clínico.
    
—Puedes abandonar el sitio, si lo deseas; nuestra labor es apremiante.
    
—Y tú puedes callar tus fruslerías soportadas en la nada “nadante”.
    
Colocar “máximas” bajo el sesgo sine bonitate conspícua (*sin virtud notable, en latín), es subrayar el tono más deplorable en un mundo sin decoro.
    
Ellos, los futuros paramédicos, no fueron recibidos como los auxiliares necesarios en aquella institución médica pública –llamada Clínica 44 del Instituto Mexicano del Seguro Social–, sino que los entes de esta se aprovecharon de la falta de titulación de los estudiantes: “Al cabo son simples alumnos de un colegio particular de Análisis Clínicos, Farmacología y Rayos X; todos y cada uno tienen el expreso deber de colaborar en campaña contra el sarampión” (la consigna unánime en manifiesto).
    
A los estudiantes del penúltimo semestre de la carrera técnica no les quedaba más remedio que cerrar la boca y soportar desdenes restrictivos, para no complicar su titulación académica. Solo uno se levantó en protesta unitaria sin unísono alguno: el hombre de lecturas desvanecidas. De inmediato fue amonestado por el compañero de al lado: Francisco Muro Peraza, cuyo primer apellido reflejaba una contención permanente.
    
Claudia Ledezma, la sempiterna gracia volátil de 18 años, los mismos que él, dibujaba la más espléndida sonrisa, proyectada así: “¿Te has sublevado? ¡Te apoyo! ¡Sólo acércate!”
    
“Te he visto desde este frío cubículo como quemante respuesta... Pronto acudiré”  –repelió él con la mirada.
    
—Váyanse pues, y no suspendan el trabajo hasta que una brigada les lleve alimento –sentenció la enfermera en turno.
    
—Si las estadísticas del Seguro Social sobrepasan la media nacional, habremos de atribuir el logro a nosotros, más que a ustedes, por un hecho: Figuramos como los brazos ejecutores, ustedes nos enseñaron a inyectar, pero mis compañeros y yo extraemos sangre, la procesamos, analizamos reacciones clínicas y químicas. En sí, trabajamos más con las agujas. Y, por esta ocasión, damos información sobre salud poblacional.
    
—Fíjate que no te pregunté cuál es tu labor como analista de laboratorio, te dí, igual que a los demás, una capacitación un tanto distinta.
    
—Capacitación no indispensable para nosotros, más que la corretiza que el Sistema Nacional de Salud les impone, como organismo público, para elevar estadísticas positivas a costillas nuestras.
    
—Iré por el delegado estatal.
    
—¿Y le dirá que tiene atravesada a un “ens o ente non grato”?
    
Después del episodio, la jornada se desenvolvió en un móvil extenuante, porque las brigadas sanitarias proveyeron a destiempo las soluciones, y en cuanto a la repartición alimenticia de los paramédicos, llegó a deshoras los cinco días en aquella bodega de Conasupo.
    
“¿Por qué ‘jijos’ no estás conmigo? Musa extrovertida, en mi alma introvertida... ¡Ouh!, este depósito de víveres, acondicionado como antro sanitario es la expresión más diluyente en mi vida. ¿Por qué nos separaron como seres-medievales-apestados? ¿Será por mi ‘bocaza’?

Tú, en el oeste de la capital del Estado más enorme, en el Hospital Militar, y yo, en el Parque El Platanito, en el noroeste... Sábete que te extraño sobremanera desde esta distancia, aún soportando a mocosos chillones y a abuelitas preguntonas, a falta de pocas madres, en el mejor sentido de la palabra” –él, en delirio.
     
“Y yo, a pesar de tus constantes desórdenes mentales y de tus sinceros acercamientos a mí, empiezo a amarte, hombre de mi ánima. La lejanía podrá ser breve” –arrojó ella.
    
“¿Cómo hallar refugio para nuestros espíritus, si desde las almenas se nos dispara, mujer? ¡Nos ‘cortaron’!”
    
“¡Mantenernos propios, sin variantes!”
    
“¡Solicitud, solos! ¡Espera no materializada aquí!” –clamó para sí el paramédico.
    
El preciado encanto cristalizado en un encuentro entre dos, se disolvió debido a un burocratismo federal.

Si solo acudieras
                                         en prestancia unísona,
                                         mis melodramas pararían su exposición
                                         y destellarían su luz envolvente...





Miguel Ramírez Ochoa especialista en latín, articulista en El Heraldo de Chihuahua a partir de abril de 1989 y autor de los libros Sendero estival y la novela En busca de un año, tiene un diplomado en paleografía por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Hoy trabaja de corrector de estilo en el Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua.

1 comentario:

  1. Si esto es en serio o en broma; si el discurso narrativo es hiperrealista hasta en los más elocuentes pensamientos o solo el fluir de la conciencia surrealista sin pausa, jamás lo sabremos. Pero este autor siempre resulta misterioso y divertido.

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