miércoles, 22 de octubre de 2014

La esperanza, ave de paz. Martha Estela Torres Torres

La esperanza, ave de paz




Por Martha Estela Torres Torres




¿Qué podemos escribir en estos tiempos actuales si no podemos promover la verdad ni sellar el dolor? ¿Qué podemos expresar ante la situación que prevalece en el mundo plagado de injusticia y odio, ante el triunfo permanente de Caín y el invalidado esfuerzo de Abel. ¿Qué podemos decir de la vida cotidiana en este México que a veces parece que se desmorona?

Si la explotación de las raíces humanas y la irracionalidad florecen como mala hierba, qué podemos escribir ante este mar rojo, producto de tanto desempleo y falta de voluntad. Qué podemos escribir ahora cuando la globalización ha venido a quemarnos el aliento con eso de que cada quién puede hacer lo que se le venga en gana. Falacia por demás comprobada al mirar la situación que prevalece: jóvenes supuestamente libres que en aras de la libertad han perdido la ruta y siguen en un mar sin brújula, en un mundo sin timón; hombres y mujeres que ambulan como almas en pena entre suburbios desencantados o en parajes sin luz y sin esperanza.

Pocas personas aceptan enfrentar el mal y muchas intentan ignorarlo, otras incluso pretenden erradicar la bondad como si la ética fuera cuestión de tendencias o moda; esto es algo que afecta primero a la persona y después a los seres en cada círculo que frecuenta.

Si todos nos examináramos sin el velo de las apariencias, seríamos los primeros en sorprendernos al descubrir los abismos que existen en nuestro interior y son, queramos o no, parte de nuestra personalidad indulgente, ya que hemos dejado germinar la pereza, el egoísmo y la indiferencia hasta el grado de cegarnos en ocasiones.

Es necesario evaluar nuestro proceder; los rasgos negativos solo los vamos a reconocer cuando nuestras raíces se expongan a la luz de la razón, efectuando una revisión sincera, no para confabularnos con un estado acusatorio y sin esperanza, sino para establecer planes y términos convenientes en una reconciliación consigo mismo y con nuestro entorno.

Es precisa y justa una reflexión para mejorar nuestra disposición y nuestra relación con el mundo. Ya lo decía Wilde: la ligereza es el peor de los pecados. Porque a veces consideramos superficialmente los problemas y la solución es para muchos evadir e ignorarlos, tal vez porque somos benévolos para analizarnos, encontramos justificación para nuestras fallas, deficiencias o falta de previsión. Ante esto podemos deducir que todos de alguna manera y en diferente grado compartimos responsabilidad sobre lo que ocurre en nuestro entorno, de la situación económica, y en ocasiones hasta de la violencia y la corrupción que se multiplicaron en los últimos años.

No olvidemos que todo aquello que movemos o dejamos de mover repercute en varios puntos equidistantes de la tierra. Es la ley del efecto mariposa: cualquier pequeña perturbación o error en las condiciones de un sistema, tiene influencia sobre el resultado final. Todo puede cambiar con el simple movimiento de una insecto desde el otro lado del planeta, y bien, si un simple aleteo puede introducir perturbaciones hasta desatar intempestivamente una tormenta, cuánto más se pude afectar a una sociedad, a una ciudad, a un país con actitudes de apatía sobre, todo con actos irreflexivos e irreverentes hacia la tierra, el aire y el agua.

El mundo está sujeto a las ventajas de la globalización pero también a los problemas de la modernidad. Nuestra capacidad de discernir entre lo positivo y lo negativo, entre lo correcto y lo inconveniente, entre la ética o su ausencia entra en lucha, establece un juego constante y perentorio que tarde o temprano dará los frutos según sea nuestra elección. Dejemos de hacer trampas, instalemos la honestidad y la justicia en nuestro jardín.

Tomemos el ejemplo de los jóvenes y niños que despiertan a la vida. Integrémonos a la empresa reformadora del mundo e iniciemos por respetar las leyes que nos rigen y encauzar nuestro vuelo hacia la fraternidad; imponiéndonos contra los obstáculos, activando los mecanismos de defensa contra las actividades ilícitas.

La mejor opción para sumar esfuerzos y alcanzar un desarrollo pleno será promover alianzas, porque en la unión se finca el mejoramiento material y espiritual de los hombres y de los pueblos. Si encauzáramos la enseñanza para no descartar de buenas a  primeras a los alumnos que necesitan más tiempo para asimilar el conocimiento, este llegaría despacio pero seguro y se incrustará en las vértebras de nuestra cultura; si en la sociedad se tendieran lazos de esfuerzo colectivo, nuestra realidad sería otra, pues tendremos mayor equilibrio.

Si los médicos se interesaran más en el bienestar y la seguridad del paciente que en el incremento de sus cuentas bancarias, la realidad sería otra.

Si los propietarios de grandes redes comerciales se conformaran con ganancias justas y no lucraran con alzas oportunistas, la economía sería más estable.

Si los políticos reconsiderarán sus excesivos salarios, se beneficiarían aquellos sectores más rezagados de la sociedad.

Si los ciudadanos nos abstuviéramos de comprar artículos ilegales, mal hechos o  robados.

Si ningún estudiante copiara a la hora del examen, si no se colaran en la fila, si ningún infractor aceptara negociar con el tránsito, si no desperdiciáramos los alimentos, si tuviéramos conciencia de la correcta administración y cuidado del agua, si nadie se aprovechara de la confianza de los demás, sin duda, con nuestro granito de arena, contribuiríamos a formar una mejor sociedad.

Si denunciáramos a los defraudadores y chantajistas, si dejáramos de utilizar influencias y preferencias, si no aceptáramos a los mentirosos, ni manipuladores, tendríamos mañanas más luminosas.

Si obráramos derecho, si nos apostáramos por el camino de la concordia, de la solidaridad y el respeto se beneficiaría la sociedad y cada uno de nosotros; si los novios se unieran para ayudarse y comprenderse, si los esposos se amaran para engrandecerse, si las naciones tendieran puentes de comunicación en sus abismos separatistas, el mundo sería más equilibrado y habría más niños felices, más jóvenes orientados hacia la plenitud, más personas cristalizando sueños y activando el amor en todos los campos de la condición humana.

El amor tan desvirtuado, falsificado y herido aún late en los corazones, está allí tal vez en un recodo de nuestras arterias o en las fibras elásticas de la memoria, y solamente espera una oportunidad para germinar e iluminar no solamente nuestra vida sino la vida de los demás habitantes del planeta. Impulsarlo y nutrirlo es una de las soluciones a la soledad y al abandono en que viven tantas personas aisladas en sus propios mundos.

Empecemos a sonreír porque la sonrisa sorprende a conocidos y extraños. Tiene el poder curativo y balsámico de una medicina natural que cambia con su esencia maravillosa la nebulosidad de las mañanas. Aprendamos a sonreír más, sobre todo a los seres más próximos, regalemos lo que no tiene precio y jamás será comprado o robado: las palabras amables y cordiales que nacen en un corazón sincero.

Si activamos la paciencia y el amor, nos daremos cuenta que no necesitamos mayor retórica para abrir las puertas de la confianza y de la aceptación, porque sin duda la dulzura de este mecanismo, otorgado solamente a los seres humanos se va filtrando hasta sanar nuestro cuerpo y las lastimaduras de nuestro corazón.

Si la envidia despareciera, si el odio perdiera vigencia, si el rencor disolviera la fermentación de su nombre, si la vanidad se marchitara prematuramente, si la soberbia emigrara para siempre de nuestras almas: la esperanza como ave de paz iluminaría nuestros corazones y la plenitud llegaría a nuestros linderos. Entonces podremos iniciar una nueva década del siglo XXI dejando atrás la tempestad y su fuerza destructora.

El tiempo no pasa en vano, y aunque algunos dicen que el dolor nos purifica, también nos dejan débiles para enfrentar y retomar el camino. Aún así, reconociendo nuestras incapacidades y flaquezas no debemos olvidar ni perder la noción vital de la existencia. No hay que rendirnos ante las instancias apocalípticas que germina el poder; debemos buscar fortaleza para persistir en nuestros ideales combatiendo sin tregua contra los obstáculos y contra los seres ruines que cercenan la salud, los propósitos y la nobleza de los jóvenes.

Es difícil cumplir los objetivos de bienestar y paz, pues estos requieren renunciar a la comodidad y la vida fácil, pero con salud y perseverancia nuestro esfuerzo alcanzará ventura para bienestar de nuestros seres queridos. No hay que desfallecer ni aceptar la derrota, tampoco caer en el pesimismo ni en la conformidad de hombres sin esperanza pues estamos hechos para la perfección y si es así, entonces tendremos que morir en el intento trabajando para conseguir una vida plena, justa y humana.

Nuestra lucha no consiste en ganar una victoria, ni en derrocar a un tirano, ni en resolver un problema, ni vencer un mal hábito sino en renovarnos continuamente en la eficiencia, en el estudio, en la actualización, en la sabiduría, en la reflexión, una y otra vez, sin descanso y sin rendir.

Sigamos la estrella de la esperanza, esa hada mágica que es la última que muere. Un hombre podrá perderlo todo: el trabajo, la juventud, los bienes y hasta la salud, pero mientras no pierda la esperanza todo será posible, porque ante ella, los ricos, los sabios, los profetas, los patriarcas y los reyes se inclinan en profunda reverencia esperando sus promesas y sus dones.

Sea la esperanza nuestra mejor bandera, nuestro escudo, nuestro mayor emblema para crecer en la afectividad, en el progreso, en la producción, en el conocimiento, en la oración y en la concordia que certifica nuestra condición de hombres de buena voluntad.

Que la energía del universo se filtre hasta nuestras células, que el canto de las aves revitalice nuestro razonamiento, que el calor de nuestra madre tierra fortalezca el carácter, que la esencia del viento nos conviertan en hombres con sabiduría y templanza.

Seamos seres humanos trabajando por una nueva civilización en el mundo moderno, personas mirando el vuelo de las águilas, la cima de las montañas, el cristal de los mares, la escultura diminuta y magistral de las flores para inspirarnos y tomar vigor para realizar nuestras labores y cumplir metas, sueños, anhelos; para escribir nuestra mejor historia, para consolidar nuestra mejor obra, y la más sublime danza imitando la armonía, el equilibrio, la perfección de las galaxias y el compás rítmico y excelso de nuestro corazón.

Seamos firmes y perseverantes en nuestros propósitos, recordemos que la vida, esta vida breve que nos ha sido prestada, no volverá. No volverá como tampoco vuelven las monarcas que abandonan nuestros santuarios ni vuelven las gaviotas inmaculadas que viajan de latitudes lejanas y surcan ocasionalmente las rutas fantásticas de este cielo chihuahuense como tampoco vuelven los mismos niños o los jóvenes que humedecen los ojos de ternura en su desfile por la vida, exaltados por la música patriótica como reafirmación de la bondad que asiste a los hombres de paz para sortear este mundo convulso donde algunos se enriquecen robando los beneficios del pueblo, donde la voracidad de los grandes monopolios y consorcios mundiales se enriquecen soberbiamente y el lujo insultante de los acaudalados con sus estrafalarios estilos de vida contrasta con las condiciones infrahumanas y humillantes de aquellos hermanos que sobreviven con salarios de hambre en un mundo de alta infraestructura, enervante tecnología, vasta riqueza, y de avances inimaginables, maravillosos y sofisticados.




Martha Estela Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil y Pasión literaria. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

2 comentarios:

  1. Una escritora de poemas hace aquí una reflexión crítica y esperanzadora que borda respecto al entorno social y espiritual de los tiempos que corren.

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  2. Esta reflexión crítica no la escribiste tú, que respiro. Imagínate la risa de tener que escuchar de tu boca palabras como "ética", "trabajo", "sonrisas", "amor", "eficiencia", "evitar el tráfico de influencias", "concordia", "buena voluntad", "honestidad", "justicia", "reconciliación consigo mismo", "paz", "bienestar".
    Pero no se puede negar que eres la inspiración cuando se habla de odio, violencia, envidia, demencia, maldad, egoísmo, de gente que en aras de la supuesta libertad ha perdido la ruta y sigue en un mar sin brújula, en un mundo sin timón, que ambulan como almas en pena entre suburbios desencantados o en parajes sin luz y sin esperanza, o cuando se habla de ligereza, justificación para nuestras fallas, deficiencias o falta de previsión, corrupción, trampas, soledad, abandono, mediocridad, y para que le sigo con los epítetos del escrito. Parece que tu trabajo de promotor cultural se ve opacado por tu trabajo de muso, de esos que vinieron a esta vida para hacer del daño un modus vivendi, y luego pretenden deambular como sabios ancianos chinos dando a los demás lecciones sobre la vida que salidas de su boca son, más que ridículas, surrealistas. Para desgracia de los que te rodean el odio no destruye lo que inventa, lo usa de muleta.

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