viernes, 17 de octubre de 2014

Liza Di Georgina

Foto de Chávez, 2014.


De Conchas, conchitas y conchotas




Por Liza Di Georgina




Su madre suspiró hasta el último momento de su vida por el hombre que la había abandonado. Ni con una hija apenas parida podía quitarse del alma el sabor de su amante. Ese momento perfecto del sexo que se convirtió en semilla y que germinó en una niña rosa y chillona.

Por eso, cuando el sacerdote le dio los Santos Óleos, antes que muriera desangrada, y le preguntó cuál sería el nombre de la recién nacida, solo acertó a murmurar: Concepción.

Y ese fue el nombre de la huérfana. Concepción creció con el estigma de la calentura de su madre y la eterna ausencia de su padre. Todos en el pueblo la veían y susurraban “en mala hora le pusieron ese nombre a la niña”, “que esa concibe apenas le baje la regla”.

Y apenas Concepción enseñó las primeras curvas, todos los adolescentes mascullaban su nombre cuando ella pasaba. Cuando estaban dormidos, cuando se encerraban en el baño pensando en su nombre. Y en el acto que evocaba su nombre: “oh sí, Concha”.

Tanto que Concepción empezó por pedir –suplicar– obligar que le llamaran Conchita. Y Conchita para acá; Conchita para allá.

Conchita fue feliz porque finalmente la gente parecía dejar de lado su sórdido origen, y se sentía como un pedacito de mar que cascabeleaba por el mundo.

Y como el sueño de la Concha había sido alejarse de ese pueblo, un día tomó una maleta y se fue.

La Conchita cruzaría el mar.

Viajó a España y encontró ahí sus momentos más felices, hasta que supo lo que su nombre significaba también en aquellos lares “la Concha”, y todos miraban a la Concha con deseo y perversión.

Nunca se sintió más traicionada por el destino la pobrecita

Pero comprendió que ni lejos de su pueblo, ni desprendida del nombre de Concepción, se podía alejar de aquella maldición de lujuria que la rodeaba por culpa del ángel caído de su madre.

Entonces hizo lo único que podía hacer: meterse de monja a un convento.

Cuándo se ordenó cambió de nombre, como usualmente se hace. Y se renombró Purísima. Purisima de la Concha.

Y vivió haciéndole honor a su nombre.

Tiempo después se preguntaba si todas las personas eran como su nombre lo indicaba, porque no se podía sacar de la cabeza el apellido del padre Francisco Grande. Paco Grande. Paco.



Liza Di Georgina estudió licenciatura en lenguas en la Universidad de Texas en El Paso y en la Université Catholique d´Angers en Francia. Fue profesora de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde fundó un programa especial de artes en 2008 y el taller de creación literaria. Tiene más de una decena de libros publicados,  entre ellos: Cuando caen las hojas; en 2011 inició su blog Historias que contar en las páginas de holaciudad.com. En 2001 escribió el guión de la película Espejo retrovisor. Actualmente tiene un espacio  de crítica literaria en Radio Net 1490 AM y escribe para el Corredor Cultural Narvarte en el Distrito Federal, el sitio de arte Estación-Arte en Buenos Aires, Argentina, y en la revista de ciudad Juárez VORA-Magazine.

4 comentarios:

  1. Cuando eres una mujer joven, guapa, y vigorosa puedes irte de tu pueblo, puedes cruzar el mar, todo el campo es orégano. Pero tu nombre te señala y a punta de hormonas te sugiere un destino, como en este grácil relato de la bella Liza.

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  2. JJajajajajaajajajajajajaajajaj!!!!!!

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