lunes, 13 de octubre de 2014

Miguel Ramírez Ochoa


El blues del ventilador


Por Miguel Ramírez Ochoa


Con prisas, el hombre acelera su ansiedad sin rescatar el quid, su quehacer prioritario. El entorno citadino se torna fútil y vacuo en discrepancia de los que no hacen de él su morada y pertenencia. Lo más grotesco es observar el desenfado con el que se desenvuelven los entes al compás de sus indoctas pasiones.
    
Os invitamos a pasar a uno de los cuartos de encierro, en donde se celebra la falta de ecuanimidad de uno que otro ser en desatino (y en desgaste, algo excitante).

Keith Richards, el rebelde impenitente, fuma plácidamente recostado en un sillón restirable, tocando un blues de calleja; la guitarra eléctrica, el amplificador, la botella y la cajetilla de pitillos sin filtro no se han desprendido de su humanidad, han estado con él por mucho tiempo.
    
Esa tarde ningún espectro se manifiesta, únicamente los que él alcanza a esculpir con cada bocanada humeante exhalada por efecto del cigarro.
    
“Los declives en mi persona son solo situaciones inversas, sin mayor problemática que la política misma. Como ser mordiente, sin amores expectantes al otro lado del continente, me pacifico, como un can lamiéndose. ¡Auh! Soy toda festividad singular en este antro golpeteante, mini antro y cuarto diseñado a mi modo, sin que intruso alguno ose interrumpirme. Going to a go-go!
    
—¡Keith, ábreme! –se escuchó en el exterior.
    
—¡Bill Wyman! ¡Ensimoso, metiche! ¿A qué vienes?
    
—¡A descompensar tu alergia! –se oyó.
    
Y como si se tratara de una tolvanera pascual, la puerta cedió al menor empuje.
    
—¡Por fin, Keith! ¡Aquí estoy!
    
—La comida se acabó, ¡vete!
    
—Comí en el camino. ¿Sigues suicidándote?
    
—Te invito un trago del mejor suicidio, si no, vuélvete o te devuelvo.
    
El testigo selecto del reencuentro amistoso fue un viejo ventilador, cuyas aspas, girando incansablemente, semejaban los acordes acompasados tocados por Keith en uno de tantos sitios de alboroto rollingstoniano. El motor del ventilador no protestaba, seguía firme como soldado, en su cometido; pero al contrario del militar, este artefacto sí refrescaba y aliviaba a cuantos se le pusieran enfrente. Ahí estaba, proyectándose como fiel solución, intentando decir: “Olvida la ortografía, esa inicua no merece atenderse por hoy”.
    
—¿Trajiste tu bajo eléctrico, Bill?
    
—Sabes que llegué solo.
    
—No importa, la seriedad de la tarde me anima para sobrevivir en este mundo aciago. Además tengo mi guitarra.
    
Bill seguía sirviéndose claros destilados, mientras Keith refrescaba su memoria musical en el blues negroide, al lado de su magistral compañera. Las aspas del ventilador no dejaban de chirriar.
    
—Cuántos recuerdos guardo del superfluo ayer, Bill, quisiera plantarme en ellos por siempre.
    
—Ya lo haces, y sin Mick Jagger a tu lado.

—Lástima de la ausencia potencial de Charlie Watts y su bataca.
    
Hay muchas sombras que no han sido desfasadas por los rayos del atardecer, se arraigan nativamente en el ser, pretendiendo realzarse como corazas. Siguiendo hacia abajo, el hombre toca su instrumento, en tanto que el ventilador roza el aspa en el fierro de su sinrazón, cual vieja cinta en caduco carrete: la tonada “sesentera” ‘No expectations’, contenida en el álbum Beggars Banquet, comienza a ser tocada.

Las aspas del ventilador no dejan de chirriar, cuales himnos africanos sin demora alguna para el aquelarre.




Miguel Ramírez Ochoa especialista en latín, articulista en El Heraldo de Chihuahua a partir de abril de 1989 y autor de los libros Sendero estival y la novela En busca de un año, tiene un diplomado en paleografía por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Hoy trabaja de corrector de estilo en el Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua.

1 comentario:

  1. Este excelente contador de historias se fue varios años de Chihuahua y acaba de regresar, como ha sucedido con otros grandes artistas de Chihuahua: Espinosa, Aragón, Gardea, Fuentes Mares, Libertad Villarreal, Humberto Payán Fierro y otros muchos… extrañan a la familia, al desierto, el cariño de algún amor que dejaron pendiente.

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