viernes, 31 de octubre de 2014

La crónica mexicana de Linda Flores

Uriel


Por Linda Flores


Hace dos años me llamó Lucha Castro, con la voz cortada me dijo “Linda, vengase al Barzón porque mataron a Ismael y a su esposa”. Cuando llegué, un joven se dirigía a la puerta; tenía dos peceras en los ojos, con peces gordos y rojos adentro. Un joven delgadito. No quería lo vieran llorar los que estaban ahí; algunos hombres, entre ellos dos casi tan jóvenes como él y tres señoras.

Caminaba hacia la salida, quería huir de la tristeza del ambiente. Nos topamos de frente; como si fuéramos conocidos, nos abrazamos y lloramos juntos. En ese momento me di cuenta que era uno de los hijos de Ismael Solorio, más tarde supe que se llamaba Uriel, era el menor de los tres hermanos que ese día habían quedado huérfanos.

A su papá, el señor Ismael Solorio, lo vi golpeado una semana antes. Les había pedido al secretario general de gobierno Raymundo Romero, a Wilfrido Campbell secretario de gobernación, y a cinco asesoras, seguridad y protección. Él bien sabía que, por protestar, el crimen organizado podía arrebatarle la vida a cualquier persona que no se “pusiera de su lado”. Como si hubiese sido una sentencia, una semana después se cumplieron sus palabras.

Así fue como quedaron huérfanos Ismael, Erik y Uriel, quienes sin saberlo, hoy, dos años después, estarían siendo igual de criminalizados que miles de jóvenes que salen a las calles de todo el país a ejercer el derecho a la indignación por la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa de Iguala, Guerrero.

Uriel Solorio, el joven a quien conocí un día que seguramente será uno de los más tristes por el resto de su vida, en una acción de hacer visible que el crimen de sus padres sigue impune, igual que el de miles de personas más en Chihuahua, acompañado por otro joven, se subieron a un balcón que mandó construir el gobernador César Duarte, estructura que por cierto costó varios millones de pesos y que los únicos que se benefician son él, su esposa, otros políticos y Juan Gabriel, y es en las noches del 15 de septiembre que lo usan para dar “el grito de Independencia” y desde ahí ser vistos y fotografiados.

Uriel y el otro joven tuvieron que subir por fuera del palacio de gobierno porque las puertas estaban cerradas, y cuando estaban colgando una lona que hacia alusión a la conmemoración de la muerte de sus padres, elementos de seguridad del palacio de gobierno desde adentro les rosearon gas pimienta y los jalaron metiéndoles violentamente al palacio de gobierno. Acción que causó que hombres y periodistas entraran por las ventanas del palacio para sacar a los jóvenes de ahí.

Creo que de haber estado los familiares de los jóvenes desaparecidos en Guerrero, la familia del joven normalista a quien torturaron brutalmente y le borraron el rostro, y cualquier ciudadano consciente que sabe que la tortura y la desaparición son constantes en todo México, habría reaccionado igual; sin pedir permiso a nadie entraría a rescatar a los jóvenes.

La impotencia y la digna rabia habrían sido compartidas, sentimientos de quienes sabemos que el crimen con el único que está organizado es con el gobierno.

Dentro de palacio hubo actos que duelen, un guardia de seguridad, un hombre adulto lloró de impotencia, debe ser terrible ser parte de quienes deben provocar, pero también debió ser grande el terror para responder a los manifestantes. A diferencia de algunos funcionarios de gobierno, de ningún modo creo que alguien disfrutara del llanto del guardia que al igual que los manifestantes era una víctima de la circunstancia.

Allí también una mujer que conozco y estimo por ser una mujer sensata, y madre de uno de mis afectos, aunque no comparto ni comulgo con los espacios desde los cuales ella trabaja, sí he podido ver que su labor es con vocación, tanta que el motivo para que estuviera en el palacio de gobierno era pedir ayuda para que una persona de bajos recursos pudiera tener una silla de ruedas.

Sin ser ella parte de los guardias que metieron a los jóvenes, ni de los barzonistas que los querían rescatar, mientras los minutos pasaban volando sufrió una caída que le causó una fractura. Acción de la cual ahora se están beneficiando quienes deben justificar por qué el crimen de Ismael y Manuelita ha quedado impune; por qué siguen desapareciendo mujeres y asesinando jóvenes; por qué siguen violando brutalmente a mujeres, niñas y niños; por qué hay miles de personas sin empleo; por qué es bueno construir un balcón para solo algunos; por qué el vivebus sigue siendo una estructura costosa e insegura; por qué, aunque la enfermedad es para todos, la salud es para pocos; por qué habrá más impuestos; por qué quienes trabajan como funcionarios públicos deben ser parte del partido que tenga la gubernatura en ese momento; por qué ya no se hablará del aeroshow; por qué quienes hacen la cultura oficial son ajenos a la realidad y no cuentan con la formación profesional pero sí tejen redes amistosas con quienes producen y usan las instituciones de cultura para ordeñarlas y seguir perpetuando la realidad cruenta que vivimos.

Me duele saber que una mujer inocente es usada por gente mezquina que quiere seguir perpetuando la miseria social en la que vivimos, me aterra pensar que algo más pudo ocurrirle a ella o a cualquiera de las mujeres del barzón, mujeres que estimo y admiro.

Me indigna cómo algunos medios de comunicación, que tienen de patrocinador oficial al gobierno, con sus letras hacen parecer a las víctimas como indignas de vivir la vida, indignas de ser lloradas y recordadas.

Me indigna hasta la medula cuando dicen que “los del barzón son incongruentes” que “los activistas debieran actuar de tal o cual forma”, que les griten a los jóvenes cuando los ven marchar “pónganse a trabajar, güevones”, “por eso los matan”, “el fuego no se apaga con fuego”.

Si de algo estoy segura es que nadie de quienes estuvieron ayer ahí disfrutó lo ocurrido.

Quisiera que hubiera un protocolo para trabajar el dolor y la indignación. Que gobierno y políticos estuvieran organizados con la ciudadanía y no con el narco. Que Uriel nunca se hubiera subido a colgar esa lona, y que sus días fueran menos tristes. Que su mamá y su papá estuvieran vivos.


Linda Flores poeta: política y promotora social. Desde 2009 escribe en Facebook un muro que desde su inicio se volvió popular por su fuerza, su gracia y su ingenio: Linda Flor Es. https://www.facebook.com/pinolita.es?ref=ts&fref=ts

1 comentario:

  1. Los relatos de esta autora enraizan en la gran tradición literaria de la crónica, donde hay nombres tan estimados como Bernal Díaz del Casillo, La Marquesa Calderón de la Barca, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y José Joaquín Blanco, para poner solo cinco nombres de los miles de escritores mexicanos que la han cultivado.

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