lunes, 20 de octubre de 2014

Una fábula de Mario Lugo

La ardilla y el burro


Por Mario Lugo


I
Había una vez una ardilla que se enamoró de un burro. Puede decirse que fue amor a primera vista, le atrajeron los ojos grandes y tiernos; sus orejas que se levantaban cuando escuchaba el ruido de la ardilla al comer nueces.

Se imaginaba la vida con el burro siempre montada en su lomo y paseando entre los pastizales, sintiendo el apoyo que representaría el poder y el tamaño del burro. Claro que no tendrían familia; pero al fin de cuentas ya había suficientes ardillas y burros en el mundo que sufrían por el ataque siempre constante de los humanos.

Por su parte el burro, aunque no se enamoró de la misma manera que la ardilla, si le atraían los movimientos graciosos de la ardilla y la manera como sostenía las nueces mientras comía. El movimiento y la forma de su cola le parecían tan elegantes que apenas se podían comparar con las de otro animal. Sus ojos tan sutiles y pequeños le imponían un encanto y coquetería que solo había visto en algunas burras.

La atracción fue tan fulminante que, efectivamente, podría considerarse amor a primera vista.

La oposición de las respectivas familias se hizo patente de inmediato. ¿Cómo es posible que una pareja tan dispareja pueda siquiera imaginar casarse? ¿Cómo van a vivir?

El burro contestó:

―Puedo conseguir todas las nueces que sean necesarias y puedo vivir al pie de un árbol para que mi ardillita sea feliz.

―Para el amor no hay barreras ―contestó por su parte la ardilla―. Creo que el amor puede eliminar todas las diferencias ―dijo tajantemente.

Y agregó:

―Además (sé lo que piensan) el sexo es lo menos importante. Lo que importa es el espíritu.

La negativa de los padres de la ardilla y el rechazo rotundo de los padres del burro fueron inútiles. Tampoco pudieron evitar la burla de los demás animales.

Ante la advertencia de la madre de la ardilla casadera al ingenuo y enamoradizo burro, en el sentido de que esta era voluntariosa e impositiva, el burro enamorado hizo saber en la reunión entre ambas familias que su paciencia, como era de todos conocido, era capaz de soportar cualquier cosa y complacer en lo que deseara su ardilla querida.

La boda, por tanto, se realizó con la concurrencia, como es costumbre, de todos los amigos y allegados.



II
El amor entre el burro y la ardilla era tal que, quienes se opusieran a la boda, pronto reconocían lo entrañable de ese amor. Siempre se les veía juntos y, tal como el burro había prometido, dormía al pie del nogal preferido de su ardilla; cuando era necesario empujaba con fuerza el nogal para que las nueces cayeran en abundancia y así nada le faltara a su amada.

Desgraciadamente no hay felicidad completa. Después de unas semanas de matrimonio, la ardilla se estremecía por los rebuznos del burro. Por mera cortesía no le hacía saber lo molesto que eran esos sonidos. Lo curioso es que mientras duró el noviazgo, los rebuznos incluso le habían parecido a la ardilla que tenían cierto encanto musical.

Ya casados, la ardilla sugirió, primero de manera sutil, después era casi demanda constante, a su querido burro, que limitara los rebuznos.

―¿Qué tal ―le dijo al oído una mañana al zopenco― si ensayas un poco el dulce sonido del gallo de aquí de enseguida? Su canto mañanero me despierta durante las mañanas y hace que mi día sea más alegre. Así dijo la ardilla a su paciente marido.

―Mi rebuzno mañanero pensé que te gustaba ―contestó pensativo el burro, un tanto desilusionado por la propuesta de su amada esposa.

―Claro que me gusta ―dijo ella, cautelosa―, pero los cambios siempre son buenos, mi burrito.

―Lo intentaré ―dijo el burro, un tanto inseguro.

A partir de ese día, el burro enamorado intentaba una y otra vez cambiar su rebuzno por el canto del gallo. Las prácticas eran agobiantes y, sin considerar las burlas de los animales del lugar, el zopenco padecía dolores de garganta provocados por sus intentos de modular los rebuznos y acercarse aunque fuera un poco a las notas del gallo madrugador. Todo era inútil.

Sin embargo, con terquedad ejemplar, insistía una y otra vez.

Hasta que una mañana despertó a su ardillita y le dijo suavemente al oído:

―Escucha esto mi amor. Te tengo una gran sorpresa.

Ni tardo ni perezoso emitió un sonido tan fuerte y extraño, apenas un triste remedo del canto del gallo con un fuerte acento de rebuzno.

La ardilla, aturdida, pegó un salto hacia su nogal y se cubrió los oídos con aturdimiento y alarma. El burro, concentrado y satisfecho en su ejercicio, una vez emitida su mezcla de rebuzno y canto de gallo preguntó:

―¿Te gustó mi canto, ardillita mía?

A lo que la ardilla contestó con su altanería típica:

―Jamás había escuchado nada más espantoso.

“Quizá necesite más práctica”, pensó el burro. Agobiado por la tristeza, no quiso rebuznar más por ese día.

La ardilla, después de su arranque de ira, reflexionó todo ese día y la noche pensando en su burro y en sus ambiciones frustradas. ¡Tan hermoso que canta el gallo! Suspiró. Notaba algunos cambios en su burro. Éste se mantuvo alejado y silencioso durante ese día y el siguiente y el otro y el otro. Pasados algunos días la ardilla decidió que había llegado el momento de la reconciliación.

Llamó amorosamente a su burro y lo invitó a acercarse al nogal, hogar de ambos, del cual el burro se había alejado durante esos días, temeroso de desagradar a su ardilla. El burro se acercó con cautela y escuchó atentamente las muestras de arrepentimiento de su ardilla.

―¿Sabes, mi burro? Durante tu ausencia de estos días me la he pasado pensando en lo hermoso de tu rebuzno. En todo lo que me gusta. Lo extrañé mucho. Es cierto, el canto del gallo me alegra las mañanas; pero tu voz, tu rebuzno, es lo más bello y dulce que he escuchado en mi vida.

El burro escuchaba en silencio mientras dos lágrimas resbalaban por sus peludas mejillas. La ardilla le dijo:

―Como prueba de mi amor, quiero que me cantes con tu rebuzno como lo hacías todas las mañanas, antes de que te pidiera lo que no pudiste... Pero no hablemos de eso. Lo pasado, pasado.

El burro contestó con una voz horrenda, mezcla de canto de gallo y rebuzno:

―Querida ardillita, en mi intento por complacerte perdí mi voz de burro de tanto intentar tener la voz del gallo. Ahora solo puedo hablar como hablo.

La ardilla lo escuchó aterrada y lo consoló por tan terrible desgracia.

―No importa, le dijo, yo te seguiré queriendo igual.

Cuando pasó algún tiempo la ardilla extrañaba el rebuzno del infortunado burro; pero la voz del animal no volvería.

La ardilla, una vez pasado un tiempo cambió a su esposo, voz de burro-gallo, tan horrenda, por otro de diferente color que tenía un rebuzno clásico, muy parecido al rebuzno de su primer marido burro, que la despertaba dulcemente todas las mañanas.


Mario Lugo estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor de los libros Empezar a morir, El amor entre las ruinas, Fuentes Mares en tonos intermedios y Detén mis trémulas manos. Desde los años ochentas del siglo pasado escribe una columna de reseñas literarias llamada Armario, publicada en periódicos y revistas de Chihuahua.

3 comentarios:

  1. Las fábulas del siglo XXI no sacan al final moraleja alguna, pero desde la primera línea van conectando los botones de muchos pensamientos.

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  3. Maravilloso texto de Mario.
    Pero asuntos aparte ¿por qué me ha parecido tan conocida la historia de esa película setentera chafa llamada "la noche de los mil gatos"? acaso habremos visto a Zozo y Dorgo en acción? donde? donde? XD a la literatura tenemos que agradecerle mucho más que lo obvio, porque sacar de las calles a depredadores sexuales o asesinos seriales en potencia y hacerles creer que son escritores, no es poca cosa (con esto no me refiero a Mario desde luego, sino a Zozo y su chalán Dorgo, dueto de "la noche de los mil gatos") claro que el Zozo de la película es inteligente y galanazo, la realidad no es tan generosa. Tampoco el Zonzo de la realidad puede lanzar a los gatos la carne de la mujeres a las que odia por saber de siempre las irremediables razones de su rechazo, aunque antes de conocerlas lo adulen por doquier (lo que no harían si supieran la forma como se expresa de todas ellas) adoraría ese ritual de lanzar carne, pero sufre lo que no puede. Entonces sólo le queda afanarse en creer que es ingenioso y mitotero de calidad. En la realidad tampoco sus vedettes son tan guapas como en la película, más bien van tirando a tamaleras. Las escritoras menos, como él dice "son feas o están muy usadas". Ni siquiera lo son las únicas conquistas posibles del demonio chocarrero: psicólogas a quienes les gusta tener su propio animalito experimental en casa. No, la realidad nunca es generosa, hay que ver el minuto 52:30
    o el 1:11:00 hasta el 1:12:00 para ahogarse de la risa de ver como se burla de la ficción que estos prófugos del manicomio se inventan para paliar sus dolores.

    The Night of 1000 cats (1972) Uncut ENGLISH SUBTITLES
    http://www.youtube.com/watch?v=Re99VXom1MQ

    jajaja, y ya. No ocuparé más mi tiempo nunca mas aquí, jajaja, ya reí suficiente. Los músicos somos mejores trollers pero tenemos quehaceres.

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