lunes, 11 de enero de 2016

Rubén Rey: Coleccionista 0

Coleccionista 0


Por Rubén Rey


Luis Francisco tenía cáncer, de los que matan. Ni para qué buscarle más: seis doctores no podrían estar equivocados y menos cuando los emolumentos de la mitad de tres de ellos eran en dólares.

31 años no tan bien vividos tenía el solemne joven no tan joven, adulto no tan crecido. Su vida –cuando todavía le pertenecía a él y no a la enfermedad– la había pasado ostentando un estilo de vida acomodado y demasiado tranquilo. Afortunadamente para él, luego de tres décadas de sonambulismo existencial, Dios y sus caminos misteriosos le mostraron la ruta a seguir.

Con un nada meritorio y casi forzado doctorado a su joven edad, Luis Francisco era una rata de biblioteca. Sus calificaciones no eran las más sobresalientes, pero sí convincentes para que sus padres solventaran gastos académicos –alguna gracia habría de tener el muchacho–.

Aunque el par de casi ancianos estaban al tanto de los estudios de Luis-Fra, eran otros estudios, los médicos, los que quedaban en su total ignorancia. Así lo decidió el doctor de las tres décadas.

Y hablando de años, a él le quedaba no mucho tiempo más de vida. Sí, podría pasarlos en la comodidad de su hogar-mazmorra leyendo e inundándose de conocimientos que no iba a poder usar de cualquier manera, o podría embarcarse en un periplo que formaba parte de sus pesadillas más anheladas.

A nuestro ávido lector le llamaban poderosamente la atención los temas de ocultismo y todo lo relacionado con el reino de los demonios y los dominios paranormales. Esto iba más allá de un hobby, y el cuasi prodigio mandaba textos a revistas de la categoría de Weird Tales y otras menos conocidas. ¡Su colección era impresionante! El catálogo de publicaciones de contenido blasfemo era casi tan viejo como Luis Francisco, el cual se sentía orgulloso de los montones de revistas que tenía.

Entre relato y relato, el ahora enfermo Luis-Fra recordaba un artículo que versaba acerca de un conjunto de objetos que eran, a vista del perturbado autor, los más malditos.

Teniendo el tiempo en su contra y el cáncer a su favor, el último deseo del doctor que otros no podrían curar era claro: iba a coleccionarlos, uno a uno. Iba a viajar por todo el mundo equipado con lo que fuera necesario e iba a gastarse los ahorros de su vida. Ya no le importaba nada más que la fe ciega que lo conduciría a los malévolos cuerpos que él, Luis Francisco, se disponía a juntar uno a uno.

Empezaría lo antes posible y, con la vieja revista enrollada como su compañera y cómplice, musitaba el primer espantoso destino al que lo llevarían sus andanzas: Luisiana, Estados Unidos.

El espejo de Myrtles... [Este texto continuará]






Rubén Rey es licenciado en ciencias de la comunicación, egresado de la Universidad Regional del Norte. Sus andanzas lo han llevado a través de World Wildlife Fund, la Asociación Municipal de Muay-Thai y el Instituto Estatal Electoral. Ha sido locutor, corrector de estilo, articulista y escritor y editor de la revista Exprés. Actualmente escribe textos de publicidad para una empresa de mercadotecnia.

2 comentarios:

  1. La muerte no tiene orilla; hasta los más terminales moribundos la miran lejana. Es mar sin playas ni puertos, la entrada es el más hondo centro.

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