los martes
Mi mesa y la
mesa de Chávez
Por Andrés
Espinosa
A nuestras
mesas que, en algún tiempo, contuvieron libretas, hojas, lápices, diarios
personales, a nuestros brazos para depositar la cabeza y dormitar, les llegó el
momento para ceder su mejor espacio a la computadora de escritorio, a la
laptop, a la tablet, al celular; recibieron en sus recias o desvencijadas
maderas a esa nueva magia, la maravilla de ver a los cercanos y lejanos, a los
amigos de antaño y hogaño. Como muchos de nosotros, como tú, maestro, persisto
en la costumbre de tener en la mesa el viejo lápiz, la antigua fotografía,
hojas en diversos tamaños para apuntes de todo tipo, la pluma del último hotel
con la amada, la infaltable fotografía erótica traída de París –porque conocen
tus gustos y costumbres–, el botón de una blusa, confirmación de que
definitivamente eres un cabrón, fetiche, por tanto gozoso; el boleto de taxi de
una ciudad portuaria, que ahí se tiene como luz indicativa de que alguna vez se
volverá a esa ciudad con puerto y en taxi. Por todos esos motivos se piensa en
una mesa llena de libros, carpetas y papeles, una laptop, nueva compañera casi
amante, y una jaula para un pájaro de figura y sonido inexistentes, porque en
verdad la jaula lo que aloja son lápices y plumas, más no
un triste pájaro prisionero. Chávez Mariano universo de la mesa de trabajo de
Chávez Marín.
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