Apostillas
a una crónica de 1991
Por
Bernardo Robles
Ayer,
después de 27 años, leí la critica que le hiciste entonces a la puesta en
escena de Traición, de Harold Pinter,
en 1991, y que fuera escenificada en la Quinta Gameros por Mario Humberto
Chávez, qepd.
La
crítica no la conocía, por lo que hoy apenas me he animado a puntualizarte
algunos de tus comentarios.
1. Te agradezco que te hayas tomado la molestia de mencionarme como participante en ella.
2.
Debo aclararte que me asombra y me pregunto: ¿De dónde sacaste que Jerry el amante de Emma, había engordado unos kilos demás, en la primera escena?
3. Los textos que decía Andrés Mendoza no eran de Harold Pinter, fue Mario Humberto quien los escribió.
3. Los textos que decía Andrés Mendoza no eran de Harold Pinter, fue Mario Humberto quien los escribió.
3.
Te acepto las críticas que me hiciste sobre mi actuación. Sobre ello quiero
informarte unos detalles, que desde luego no pretendo que sean excusas:
3.1.
En aquellos días yo me encontraba en una situación personal muy difícil.
3.2.
Mi esposa, qepd, no estaba muy gustosa con la situación y, para colmo de males,
la cabrona de Laura Lee se complacía en crear ciertas situaciones conflictivas
con ella.
3.3. Para mí cada una de las 44 funciones que hicimos, fueron un tormento, pero ya me había comprometido y las cumplí. (El compromiso con Mario Humberto había sido de hacer solamente 20 funciones, pero luego me pidió de favor, que lo apoyara con otras 24, y lo hice.) Sobre todo la escena nueve que mencionas, la de la borrachera. No pude con ella al no contar entre mis experiencias la de ser un borracho.
Ojalá y de alguna manera te lleguen estos
comentarios, puesto que no somos amigos de ninguna clase.
V. Traición
ResponderEliminarPor Jesús Chávez Marín
El mejor montaje de 1991 es la versión escénica que hizo Mario Humberto Chávez de Traición , pieza de Harold Pinter, importante dramaturgo contemporáneo, cuyo texto tradujo aquí Carlos Ayala.
Al público le encantaba levantarse de sus sillas y asistir a cada escena siguiendo a los actores, quienes se desplazaban por los bellos espacios de la Quinta Gameros hacia distintos escenarios de Londres y Venecia, donde sucedía la acción, el drama.
Al inicio, vemos a una pareja platicando en la mesa de un coqueto restaurante: ella es Ema (Laura Lee) y él es Jerry (Bernardo Robles). Ella es muy guapa y se muestra preocupada; él tiene varios kilos de más y se le nota incómodo, tenso: está frente a quien hasta hace dos años fuera su amante y luego se convirtió en una movida peligrosa. Además ella es la señora de Robert (Oscar Erives), el amigo y socio de Jerry en los buenos negocios de la industria editorial (inglesa).
Los diálogos, muy bien tramados, expresan la peripecia cotidiana de los personajes, sin grandes revelaciones ni aspavientos van trazando una tensión dramática y una intriga que de inmediato involucran al espectador. Luego Emma le confiesa a su examante que va a divorciarse, pues ha descubierto que su marido (también) le ponía los democráticos cuernos, así que ella se disponía a mandarlo por un tubo. Ah, y además anoche se lo dijo todo sobre su aventura con Jerry.
―Pero, ¿cómo fuiste capaz de contarle lo nuestro?
―Tenía que decírselo.
La obra está padre. Con la actuación espléndida de Laura Lee, su presencia escénica maravillosa y sensual es un bello espectáculo. Erives hace un personaje interesante, el bello timbre de su voz cautiva al respetable. Hay escenas donde él solito tiene al público entero en su puño, en una
mirada. Fue memorable aquella parte donde Robert se retira abrazando a su esposa, con un tejido muy fino de sentimientos donde se enlazan la ternura y la tristeza; una energía bien sutil se proyectó a los espectadores, quienes los siguen emocionados con la mirada hasta que ellos desaparecen tras una puerta.
Bernardo Robles no está nada bien para el papel de Jerry; se nota que le faltaron ensayos y recursos. Salir cayéndose de borracho en el cuadro 9, donde debió ser un dechado de galantería y seducción, fue un error evidente. Además le anda urgiendo un curso de expresión corporal, su rigidez hace a veces que los otros actores lleguen a parecer adustos y sentenciosos, actitudes que no corresponden al texto en este drama de costumbres posmodernas.
Lo que ya de plano queda fuera de lugar es el hecho de que el mesero del restaurante italiano (Andrés Mendoza), se suelta echando tremendos rollos y sonríe irónicamente frente al público. Una estorbosa intromisión que vende interpretaciones y sugiere hipótesis cínicas, a veces hasta se burla del espectador y damitas que lo acompañan. Bueno, algunos de sus parlamentos son interesantes, muy bien escritos, y Mendoza es un buen autor; pero estructuralmente su personaje no funciona, hace trizas la tensión dramática y casi logra convertir el drama en simple chisme.
Por otro lado, el escenógrafo Lomelí no supo aprovechar los espléndidos espacios teatrales que ofrece con tanta naturalidad la Quinta Gameros y se conformó con sacar los silloncitos de siempre, cortesía de La Mueblería del Pueblo. La música estuvo, más o menos, a veces algo melodramática y con demasiado volumen, pero pasa.
A pesar de esos detalles el montaje es plenamente disfrutable. Y el público aplaudía con entusiasmo y largueza en todas las funciones.
Agosto 1991
https://jesuschavezmarin.blogspot.mx/2018/02/mario-humberto-chavez-laura-lee-oscar.html?showComment=1520639480693#c160837764859750047
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