El tesoro de la Navidad
Por Marco Benavides
En el silencio de una noche
invernal, cuando la brisa helada danza entre las ramas desnudas y las luces
cálidas de los hogares titilan como estrellas, surge el espíritu de la Navidad,
tan antiguo como la humanidad y tan fresco como el primer copo de nieve. Más
allá de las coronas de pino decoradas con esferas relucientes y las velas
encendidas que proyectan sombras, más allá de los villancicos que llenan el
aire con melodías familiares, hay un significado que no se mide en adornos ni
tradiciones.
La Navidad es un
recordatorio de que en lo más profundo de nuestra esencia, todos anhelamos lo
mismo: paz. No la paz que solo detiene las guerras ni la que aquieta los ruidos
exteriores, sino esa paz que nace del entendimiento, del perdón y del deseo
sincero de que el prójimo experimente al menos una vez en su vida el calor del
amor verdadero y la esperanza inquebrantable.
Es fácil dejarse seducir por
las luces y el bullicio. Las calles se llenan de mercados que rebosan dulces y
regalos; las familias se reúnen alrededor de mesas adornadas con manjares. Pero
el verdadero tesoro de la Navidad no se encuentra bajo el árbol. No está en los
paquetes envueltos con lazos dorados ni en los banquetes preparados con esmero.
Está en los gestos simples, esos que no requieren precio ni envoltorios.
Es un abrazo que sana viejas
heridas. Es el pan compartido con quien no tiene. Es una risa que irrumpe como
un milagro en un corazón roto. Es la oración sincera, no por uno mismo, sino
por el bien de otros, incluso de quienes no conocemos. Es el niño que despierta
en cada uno recordándonos que la inocencia y la bondad no necesitan ser
aprendidas; solo necesitan ser recordadas.
La Navidad en su más puro
significado trasciende la fe y las culturas. Para algunos es la celebración del
nacimiento de Cristo, un momento para contemplar la grandeza de un Dios que se
hizo pequeño para abrazar al mundo con misericordia. Este misterio, tan
sencillo y a la vez tan sublime, nos invita a mirar más allá de los pesebres y
las figuras de porcelana, para descubrir en cada rostro humano la presencia de
ese niño divino que vino al mundo para traer esperanza.
El Evangelio relata que
aquella noche en Belén fue testigo de un acto de amor sin parangón. El Rey de
Reyes no nació en un palacio, sino en la humildad de un establo. Los ángeles no
anunciaron su llegada a los poderosos, sino a los pastores, hombres sencillos.
Este detalle nos recuerda que el mensaje de la Navidad no está reservado a unos
pocos elegidos, sino que es un regalo para toda la humanidad.
Cristo vino al mundo para
enseñarnos que la verdadera grandeza está en la humildad y que la verdadera
riqueza radica en el amor. En su fragilidad como recién nacido, mostró que
incluso en nuestras propias debilidades podemos encontrar la fuerza para amar y
transformar nuestras vidas y las de quienes nos rodean.
Para otros, la Navidad es un
homenaje a tradiciones antiguas, a la naturaleza que duerme bajo el manto del
invierno y a la esperanza del renacer con la luz de un nuevo año. Pero en el
fondo, para todos, la Navidad es un instante universal donde el alma humana se
permite creer.
En esos días breves de
diciembre, cuando la noche parece devorar al día, una llama arde más brillante
en los corazones. Es el deseo, quizás ingenuo, quizás utópico, de que al menos
una vez al año todos sean felices. Que nadie duerma con hambre. Que las
lágrimas de dolor se transformen en ríos de consuelo. Que las diferencias se
desvanezcan y los extraños se conviertan en amigos, aunque sea por un breve
respiro.
En la espiritualidad de la
Navidad, también encontramos un llamado al cambio interior. Es una invitación a
contemplar la vida y a preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para ser un instrumento
de paz y amor? En un mundo que con frecuencia parece roto y dividido, la
Navidad recuerda que, como dijo San Francisco de Asís, “Es dando como se
recibe”. Cada pequeño acto de bondad, cada palabra amable y cada gesto generoso
tienen el poder de encender luces en las tinieblas.
El verdadero significado de
la Navidad no está en las cosas que acumulamos, sino en lo que liberamos: el
egoísmo, el rencor, la indiferencia. Es abrir el corazón como se abre una
ventana en una noche fría, permitiendo que entre el aire fresco de la compasión
y la calidez de la gratitud. Es un recordatorio de que todos somos parte de una
misma historia, un hilo en la gran trama de la humanidad.
El niño Jesús, cuyo
nacimiento celebramos, es también un símbolo de renovación. Una nueva
oportunidad para crecer en amor y fe. Nos enseña que el perdón es posible, que
la reconciliación es un camino y que el amor, en su forma más pura, es el mayor
regalo que podemos ofrecer y recibir.
Y así, mientras el mundo se
viste de luces y melodías, mientras los copos de nieve caen silenciosos sobre
los tejados, el verdadero milagro de la Navidad ocurre en los corazones. Es un
susurro, una promesa: "Hoy, al menos hoy, el amor será suficiente para
todos."
La Navidad nos llama a mirar
más allá de nuestras propias necesidades y preocupaciones. A tender la mano al
caído. Compartir nuestro pan con el hambriento. Ofrecer una sonrisa al
desconocido. Es un tiempo para recordar que no estamos solos, que formamos
parte de una comunidad global donde cada uno tiene el poder de marcar la
diferencia.
En el corazón de la Navidad
también está la esperanza. Esperanza de que las heridas puedan sanar, de que
los corazones endurecidos puedan ablandarse y de que los lazos rotos puedan
restaurarse. Es una esperanza que no depende de las circunstancias externas,
sino de una certeza interior de que el amor siempre encuentra un camino.
El verdadero significado de
la Navidad es un recordatorio de que la felicidad no se encuentra en las cosas
materiales, sino en los lazos que tejemos con los demás. Es un llamado a vivir
con gratitud, a dar sin esperar nada a cambio y a abrir nuestros corazones a la
maravilla de la vida.
En este día sagrado, cuando
el mundo entero parece detenerse por un instante, que nuestras almas encuentren
reposo en la promesa de la Navidad. Aunque las noches sean largas y frías,
siempre habrá una luz que brilla en la oscuridad, una luz que nos guía hacia la
paz, el amor y la esperanza.
23 diciembre 2024
drbenavides@medmultilingua.com
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.
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