miércoles, 4 de diciembre de 2024

Y entonces ella entró en sus brazos

 

Y entonces ella entró en sus brazos

 

Por Guadalupe Ángeles

 

Ella lo abordó en los pasillos de la gran feria del libro pronunciando una frase de aquel volumen suyo que, después le dijeron, fue leído solo por estudiosos de la literatura para hacer "papers" con los que obtener algún Ph en universidades norteamericanas.

Él, divertido ante la ocurrencia, caminó algunos pasos con ella al lado mientras le explicaba que cada nombre, de cada una de las mujeres protagonistas de esa novela, comprendía en sí mismo todas las características de aquellos seres hechos de palabras a los que ella sintió, al leerla, tan cercanos como a la mejor de sus amigas.

 Fue a partir de esa anécdota que volvieron a verse, año tras año, en esos mismos pasillos, cuando ella colaboraba en aquellos antiquísimos lugares llamados "suplementos culturales" solo para conversar como amigos y, sin embargo, él le permitió publicar esas charlas como entrevistas que su editor decoraba con dibujos de animales fantásticos.

Eran días felices. Parecía entonces que existiría un futuro. Los meses previos a su encuentro solo existían para que ella leyera sus libros publicados antes de conocerse. En esas páginas, pergeñadas en otra vida, ella conoció a ese joven tan lleno de entusiasmo que creó a su alrededor, con base en un trabajo editorial incansable, una vida digna de vivirse, sin límites, gloriosa, como suelen ser las existencias experimentadas a plenitud, aquellas que discurren en el cauce de una vocación asumida. Los lugares y los nombres, aunque ahora icónicos, en aquella época eran los materiales para simplemente vivir y ella, al leerlo, era testigo de una vida plena como pocas; al comprenderlo, se detenía a media lectura; recordaba su risa y la discreción de sus formas, no consideraba que fuera timidez aquel cuidado de su trato; era precisamente un hombre de buenas maneras; difícil relacionarlo con el autor de libros experimentales al extremo o de capítulos enteros escritos para representar el significado literal de una palabra.

Pasaron varios años. Él murió, sus herederos donaron su biblioteca al gobierno del estado de la república donde naciera. 

Así, lo que pareció ser el cierre de un círculo, fue, inesperadamente, el principio de una amistad aún más estrecha.

Con todo el tiempo libre a su disposición gracias a su viudez, ella, por fin jubilada, fue a ese estado de la república y empezó la lectura sistemática de aquella biblioteca en la que cada libro tenía anotaciones del escritor gloria nacional, pero aquellas palabras eran, casi todas, como exclamaciones pronunciadas por el joven entusiasta con el que ella conversara, porque la edad no toca a quienes viven enamorados de su trabajo.

Pasaba así horas reconstruyendo en su mente los días vividos por aquel joven a través de la lectura, y hubiera asegurado que varias veces sintió sobre ella la mirada burlona del joven conejo al disfrutar algún pasaje especialmente erótico.

Ganado con la edad el derecho a cualquier exquisitez antes llamada desmesura, ella lo empezó a soñar: sonriente y dinámico como a sus veinte años, entrañable como a los sesenta, vistiendo aquel traje café oscuro que tan bien se ajustaba al papel representado, ¡cuánto se reía él de esas convenciones! y qué libre era en todos los aspectos de su vida, ¿acaso en la historia de la literatura alguien había escrito un libro formado solo por pies de página, o completamente elaborado con preguntas dirigidas a una muchacha que guardaba silencio? Ella le hizo esas y muchas otras interrogantes mientras hacían un recorrido, a lomos de camello, por el desierto del Sahara; o muertos de risa los dos bajo el estruendo de una cascada que les caía sobre los hombros. Acodados en mesas de café disfrutando el aire de viejas ciudades intercambiaron teorías sobre el acto de escribir innumerables veces. Y era tal su desmesura que escribieron juntos largas epopeyas, que en su ritmo reproducían la música de las olas.

Ninguna gran capital del mundo se vio libre de sus largas caminatas, ni hubo árbol sobre la tierra que no les hubiese ofrecido su sombra mientras leían juntos textos que alimentaban sus conversaciones.

Vistas todas las películas que también formaban parte del acervo cuya única heredera, sin él saberlo, era su gana de verlo todo a través de sus ojos, y tras creer entender todo aquello que alguna vez llamó su atención, que parecía insaciable, quiso la vida que soñara el interior de una biblioteca de cuyos ventanales se deslizaba una luz diáfana de mediodía, ahí, al encontrarse leyendo, de repente lo vio frente a ella con aquella sonrisa tan suya y enfundado en su traje café oscuro, entonces, por fin, entró en sus brazos.

Los empleados de la biblioteca pública, cuando fueron a llamarla para que se retirara y les permitiera cerrar hasta el siguiente día, encontraron su cuerpo sin respiración, con la mano derecha dentro de las páginas de aquel libro: "A la salud de la serpiente".

 



Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.

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