miércoles, 4 de diciembre de 2024

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 6: Más Danzantes

 

Foto Pedro Chacón

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 6: Más Danzantes

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Mirad el pájaro de flamígera cola

Estrella fugaz —decían los unos

Exhalación —decían los otros

Niños entrad a la casa,

El pájaro nocturno puede devorar sus almas.

El príncipe se asomaba al balcón del palacio.

 

Míralos, allá van, son los danzantes de Tezcatlipoca. Se distribuyen en las cuatro esquinas de la plaza. Y vaya que danzan bien. Los tamborcitos y las flautas resuenan. Son instrumentos chichimecas, acabados de llegar de los desiertos norteños. De la tierra de los espíritus, de los dardos y del sagrado peyote. Una paradoja que no deja de ser observada por Tlacaéletl, el consejero mayor, quien se lo menciona al príncipe, es el colorido de los vestuarios, la abundancia de plumas de colores en sus trajes de danzantes: "vienen de donde no hay nada de comer sino víboras de cascabel, vainas de mezquite, mezcal rostizado y la carne de alguna liebre o tlacuache. De dónde salen esas bellas plumas?"

Y ahí en aquella esquina está otra vez el vendedor de chile tecpin, chile pulga, o chile piquín.

Tus estrategas notaban pues lo obvio, comentaban el lado práctico de todo esto: ahí mismo en Tula alguien apoyaba a estos danzantes, había, pues, traidores. Si no, de donde sacaban los danzantes las multicolores plumas de sus atuendos, esas no eran del norte. Claro era que alguien o algunos pertenecientes a la desplazada clase sacerdotal se las daban. ¿Qué tendrían que dar los danzantes y cófrades a cambio de ellas?

Mirándolos desde lo alto de las escalinata del palacio, el consejero Tlacaélel notó que aquel muchacho que había danzado ante el príncIpe sacerdote y a quien este había echado a la calle formaba parte de uno de los grupos. Los otros danzantes que acarreaban el distintivo espejo en el pie izquierdo eran todos ellos más viejos. El consejero reconoció a otro entre ellos, era uno de los antiguos sacerdotes, los que ofrendaban corazones palpitantes a Tezcatlipoca cuando eso se permitía. Al otro lado de la plaza, el viejo chichimeca vendedor de chiles, el mismo del que ya hemos hablado y de quien algunos creen era el mismo Tezcatlipoca disfrazado. Tlacaéletl dió su opinion al respecto:

—Mentira, muchos de los danzantes acarrean los atributos de Tezcatlipoca y hacen alarde de ellos, exponiendo sus vidas al hacerlo, pero no hay nada en el itinerante vendedor que remotamente hiciera pensar que fuera Tezcatlipoca, los danzantes ni siquiera voltean a verlo.

¡Ay Tlacaéletl! Aquí sí pecaste de ingenuo. Como el diablo de los cristianos, el dios del mal está en donde menos lo esperas.

El prínicipe estaba a punto de mandar removerlos de la plaza, pero Tlacaéletl le dijo:

―¡No te apresures! Déjalos acercarse más así sabras quien es verdaderamente peligroso y quien solo un muchacho de buena fe al cual los más experimentados tepocas han convencido de venir arriesgando el pellejo.

 



Fructuoso Irigoyen Rascón, autor del Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor además de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Rarámuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

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