Simbiosis
Por Guadalupe Ángeles
Mi hermana fue el vehículo,
teníamos que llegar todos a algún sitio y era demasiado lejos para no necesitar
un medio de transporte más grande, más poderoso que nuestros diminutos
cuerpos. No presencié el momento del abordaje. Mi hermana era de una suavidad
irrepetible. Se comió a todos los viajantes. La manera burda en que saldrían no
involucraba ninguno de los orificios de su cuerpo y sin embargo se fueron
creando canciones a lo largo de la travesía; ella se fue transformando en una
casa y alguien abrió puertas para que mi hermana conociera todas las
habitaciones donde los viajantes despertaban de sueños inconexos, en los que
atravesaron estancias casi desnudas iluminadas por mapas iridiscentes en los
cuales el camino a seguir era señalado.
Mi hermana fue vidente, de
su cuerpo, que todos veían como un artefacto medio deformado, emergieron los
viajantes y eran intensamente conscientes de los pasillos acariciados por sus
pasos, del color diáfano de sus sueños; ella sonreía solo y soy testigo de la
manera en que con la mirada les indicaba el camino.
Nosotros somos parte del
viaje, era necesario que ella fuera la nave y el destino, al menos esa
idea atravesó nuestros corazones como una estrella fugaz.
Trinos de ave anunciaban el
nacimiento de otro día, el advenimiento de uno de los viajeros; porque era
imposible un desembarco masivo. La paciencia era condición esencial del viaje.
Uno de estos días terminará
todo aquello. Debíamos llegar a alguna parte, la lógica concreta no permite a
los viajeros permanecer a su lado, entre las paredes de sus tejidos, más tiempo
del necesario.
Siempre fuimos muy unidas.
Pero la vida abre puertas a distintos paisajes y nuestra curiosidad, la de
todos los viajeros, es más fuerte que toda simbiosis.
Mi hermana abre la mano y
cae de ella un hielo diminuto. Fue así como yo llegué a la tierra para tratar
de explicar los mecanismos del viaje, las formaciones de la tierra, el corazón
absolutamente inmenso de mi hermana, que guardó en su cuerpo a todos los
viajantes, pero no quisimos, ninguno, que fuera también nuestro destino.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.
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