jueves, 26 de diciembre de 2024

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 8: Lo que había de suceder

 

Foto Pedro Chacón

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 8: Lo que había de suceder

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Unos días después, Topilzin accedió a que los danzantes subieran de nuevo hasta la sala del trono. Y lo hizo porque el vocero del grupo que se había atrevido a subir sin compañía hasta la ventana por la que el príncipe estaba observando de mañana a los cenzontles, y más tarde a los danzantes que se iban congregando en la plaza, le había comunicado que el grupo traía un presente muy especial para él. Y ante el cuestionamiento del gran maestre, ahora Tecpatli, el amigo del príncipe, afirmó que ya no le pedirían al príncipe desistir de su determinación sobre la prohibición de los sacrificios humanos. Ofrecieron también dejar fuera al danzante que se identificaba como tepoca con el espejo de Tezcatlipoca en su tobillo.

            Una vez que los danzantes penetraron en la sala del trono y comenzaron a exhibir sus talentos dancísticos y acrobáticos, una hermosa muchacha que formaba parte del grupo de danzantes, se acercó al príncipe y le habló dulcemente. Le ofrecía algo que llevaba en un pequeño guaje al que había para el efecto removido su tapón de olote de maíz: era el presente del que el primer muchacho le había hablado.

—Tomar uno o dos tragos alegrará tu espíritu. No te hará daño. ¡Vamos, bebe!

            La tentación se hacía cada vez más irrestitible.

Este grupo de danzantes traía muchachas, con los giros de la danza los vestidos dejaban ver atractivas siluetas curvilíneas, senos juveniles que rebotaban y reverberaban llenos de vida. El joven príncipe comenzaba a inquietarse, diría uno de sus poetas, le comenzaba a hervir la sangre.

            Al fin el príncipe no resistió más y probó el pulque. Era aquel un líquido baboso que se pegaba en la lengua, un sabor a agua sucia bastante desagradable... pero después de un par de sorbos quería más. La magia del octli.[1] La muchacha se deleitaba en servirle, el príncipe no dejaba de observar sus redondos senos, visibles por los lados de su tilma. Sentía su virilidad engurgitarse, su cara también se tornó rubicunda, el habla un tanto entorpecida. Sus manos, como actuando por si solas, recorrían el torso firme y sólido de la muchacha y esta intensificaba el ataque repegando sus firmes muslos contra las rodillas del príncipe. Comenzó a besarlo. En aquel momento Tecpatli, decidió intervenir. Había advertido que la situación se tornaba peligrosa.

Se dirigió al guardia mayor y le indicó que removiera discretamente a todos los danzantes del salón del trono. Él mismo tomó a la muchacha por la muñeca y disimulada pero firmemente jalándola la sacó del recinto diciéndole:

—¡Ve a llenar el cántaro! Trae más de ese licor.

Así la despachó mandando un guardia a seguirla y encargarse de mantenerla alejada. Pensó que había llegado justo a tiempo para evitar que el príncipe hiciera algo de lo que seguramente después habría de arrepentirse.

Ce Ácatl protestó tibiamente de que la muchacha que lo había excitado tanto desapareciera de su vista, pero mirando la jicarilla que la doncella había dejado a un lado del trono, la tomó y bebió más. Alguna versión de esta parte de la historia pretende que esta muchacha era uno de los dioses malos transformado en seductora mujer.[2]

Y qué pasaba ahora. Todos podían notar la virilidad excitada del príncipe dios apenas camuflada por su tilma y entre dos placas de escamas de la serpiente emplumada. No dejaba nada a la imaginación. Un ratito después estaba dando órdenes. Nunca visto. Gritaba como loco:

            —Que me traigan a Xochipétatl. Quiero que beba conmigo, quiero que vea que bueno es esto.

—Pero ve lo que dices, amado príncipe. Ella es tu hermana ¿como va a ser? ¿qué pasa?

            —Que la traigan digo. No le voy a hacer nada, solo quiero que beba de esta delicia conmigo.

            Y allá van las criadas y un par de guardias, no hacen un secreto de que van por la princesa, como que todo mundo se da cuenta, la han mandado llamar. Y ya comienzan los tepocas a esparcir rumores:

—La va a emborrachar, luego la poseerá, ¡Ved lo que es el tal Quetzalcóatl!

 

Las viejas que lavaban en el río no se explicaban que era ese terrible rumor, ¿qué estaba pasando? ¿De quién eran las voces que propagaban los rumores acerca de un pecado que todavía no se cometía? ¿Era la voz de Tezcatlipoca acaso? O tal vez era tan solo una creación fantasiosa de los coros toltecas que después de presentar peticiones al príncipe o a los dioses recorrían los barrios contando historias, diciéndoles a todos cómo les había ido en su encuentro con el príncipe.

            Pero no era tan simple esta vez, algo muy serio se gestaba. Y ya vienen con Xochipétatl. Como su nombre lo proclamaba: la doncella era hermosa como un lecho de flores. Vestía una tilma blanca inmaculada con un solecito bordado arribita de la bastilla, una amapola adornaba su negra cabellera. La habían encontrado en la Montaña de la Oración y estaba precisamente haciendo eso, orando. La muchacha se veía perpleja, es casi como si la llevaran arrestada, y todos le sonreían maliciosamente.

Cuando llegaron con ella a la sala del trono, el príncipe dijo:

—Déjenos solos...


[1] Pulque.

[2] Creencia que también se aplicó en otras versiones a Huémac, el ultimo rey tolteca, en cuyo caso tal maniobra era innecesaria pues Huémac no era casto y puro como sí lo era Ce Ácatl hasta este preciso día.




Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.


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