sábado, 27 de julio de 2019

Esteban Lascano. Cine Lasc. Léolo

Cine Lasc. Léolo

Por Esteban Lascano

Léolo, 1992, película franco canadiense de Jean Claude Lauzon. Leo es un niño que vive en Montreal, su padre trabaja en una fábrica de acero. Él cree que no es su padre; que su verdadero padre estaba escondido y era agricultor de tomates. Que su madre, mientras compraba tomates fue golpeada por un camión cuando tiene contracciones, va con el doctor y nace como un tomate contaminado. El dice que los que creían en su propia verdad decían que era canadiense francesa, pero el, porque soñaba, decía que era italiano, ya que Italia era demasiado bonita para pertenecer solo a los italianos.
Había 6889 kilómetros entre su habitación y Sicilia, y 5.8 metros entre su habitación y la casa de Bianca, de la que estaba enamorado; sin embargo, él creía que ella estaba muy lejos de él. No intentaba recordar lo que leía en un libro, esperaba que el libro le diera fuerza y valor, que le dijera que había más vida de la que podía abarcar, que le recordara la urgencia de actuar. Solo había un libro en su casa, y dice que requería concentración para entenderle. Nunca nadie en su casa leía o escribía, solo el.
La televisión y los carteles publicitarios llenaban su mente. Se repetía mucho la frase: como yo sueño, no estoy loco. Escribía tanto que sus familiares se convertían en personajes de ficción. Sus primeros recuerdos eran los olores y la luz. Su abuela había convencido a su padre de que la salud florecía al cagar. Asi, su padre exigía a él y a sus dos hermanos y una hermana que tomaran laxantes para liberarse de todas las enfermedades.
Su abuelo vivía con ellos. Leo escupía los laxantes y en una ocasión su padre le exigió cagar, pero como no pudo, huyó y se escondió en el corral con las gallinas para no ser castigado. En la bañera habían tenido una rata, y una vez un pavo que su madre había ganado en el cine. Cuando era pequeño, su madre lo despertaba en la madrugada y lo ponía a cagar en un balde, mientras ella se sentaba en el retrete.
 EL domador de versos iba ver su basura a veces, recorría todas las basuras buscando cartas y fotos. Luego de analizarlas, las quemaba. Le decía a Leo que había que soñar. Leo creía que era la reencarnación de don Quijote, que iba en mundo luchando contra la ignorancia y para protegerlo del abismo de su familia. Leo y su hermano mayor, Fernand, recogían periódicos y se los daban a un señor que los usaba para cosas industriales, pero tenían competencia. Otro muchacho que quería ser proveedor del señor lo golpeaba en la cara.
El miedo que sentía Fernand por eso, le dio su razón de ser. A partir de entonces, se ejercitó con pesas, y conforme iba creciendo se iba haciendo mas fuerte y musculoso. Así ya no tendría miedo de nadie, ni Leo tampoco; decía que le podría decir a la gente lo pensaba de ella, sin miedo, porque su hermano lo defendería.
A veces trabajaban mezclando cemento. Para Leo despertar de los sueños era brutal, porque los vivía muy intensamente. Dormía con su hermano. Una vez, en una alberca de plástico, como lo estaba salpicando, su abuelo intentó ahogarlo, aunque decía que era una buena persona. Cuando, lo sumergió, soñó que veía un tesoro sobre arena. Su madre le dio un sartenazo al abuelo y lo llevaron a un hospital psiquiátrico, al que iban a veces su hermana Nannette, su hermana Rita, Fernand, Leo y su padre, como si la locura de su abuelo la hubieran heredado todos.
Estaba enamorado de su vecina Bianca, una joven de Sicilia que se ponía a cantar. Leo decía que su voz rayaba en el talento. Solo la diferencia de edad impedía su relación. Su hermana Nannette padecía esquizofrenia; se pasaba el día en un sanatorio mental, donde a veces se podían seguir sus delirios, pero a veces eran inaccesibles como pasillos que daban la vuelta.
Su hermana Rita era extraña, angustiosa, pestilente y sin amigos, tenía la obsesión de recolectar bichos: abejas, iguanas acuáticas, saltamontes, ranas, culebras, y vivía en un sótano. Tampoco le gustaba la luz. Se pasaba el día entre velas, con un espejo, peinándose y cantando.
El padre vivía obsesionado con que Leo defecara; él echaba excremento de otros animales, como si fueran suyos y lo felicitaba como si volviera de la guerra. Su padre y su madre eran gordos.
La madre era cálida y cariñosa, le gustaba que lo abrazara entre sus grasas. El olor de su sudor lo tranquilizaba. Cuando su padre descubrió el escondite de Rita, la sacó de ahí, y, sin el zumbido de sus bichos y la luz de las velas, se perdió en la deriva. La llevaron a un sanatorio mental. A su hermano Fernand, en quinto año, le pusieron en clase con esquizofrénicos, psicópatas, epilépticos y un travesti, y aún con esos compañeros lo catearon tres veces. Una vez, un orientador fue a su clase y le pidió que hiciera un dibujo. Le entregó la hoja en blanco y declaró que había dibujado un conejo blanco en la nieve.
Tres días después entró a trabajar en una fábrica de vidrios. Un día Leo no quería comer la carne cruda que le daban; Fernand le golpeó y regañó, diciéndole que no se hiciera el fino. En su habitación estaban el radio de Fernand y el tocadiscos de Leo. Seguía enamorado de su vecina Bianca, a quien espiaba mientras bañaba a su abuelo. En su clase, le enseñaban las partes del cuerpo y nombres de países en inglés.
Se encerraba en su baño jugando con un pollo crudo e hígado de vaca, que se metía en el calzón mientras veía una revista pornográfica. Su hermano le pagaba por sentarse sobre el mientras hacía abdominales, y mientras leía. Espiaba a su vecina Bianca mientras bañaba a su abuelo y a veces se desnudaba. Él se masturbaba. Se metía seguido en su alberca de plástico, donde le gustaba sumergirse y soñar con tesoros y robaba dinero para comprarse un equipo de buceo, para poder quedarse sumergido.
Su madre les regaló una rosa de plástico para la habitación; Leo decía que su familia se diera cuenta de que tenía una etiqueta que decía “hecho en Hong Kong” y la quitaran, empezaría a creer que era de verdad. Un amigo de la familia leía lo que escribía Leo y le sugería a su profesor que lo leyera, pero él decía que no podía dedicarle tiempo a cada uno de sus cuarenta alumnos, que acabarían siendo en su mayoría mecánicos o carpinteros, los mejores, policías, lo único que quería era acabar el curso.
Exploraba con una lámpara y una cuerda el espacio que había entre el techo de su casa, y en un rincón, que estaba expuesto a la luz, subía piedras con una polea y su cuerda. Dice que quería a Fernand, por la inocencia de su ignorancia. En un bazar de pescadores, que estaba junto a un acantilado, Fernand lo echaba al agua, sucia, y con su equipo de buceo buscaba pedazos de metal, de entre toda la basura que había, y los vendía. Había ahí pescadores, mecánicos, y otros. También agarraba pescados y anguilas; su hermano le felicitaba, porque además el agua era muy fría.
Juntaron suficiente dinero para comprarse bicicletas, y andaban en ellas por los callejones de la ciudad. Un día, se topan con el que le golpeaba de niño, y le ve ahora musculoso, y le provoca, pero Fernand no se enoja; se deja que le pegaran, porque no era vengativo. Con la cuerda y la polea levantaba cosas, como una máquina de coser, o pesas, de la parte de entre el piso de su casa y el suelo, a la parte que estaba entre el techo. Un día Leo decidió matar a su abuelo, porque lo consideraba responsable de los males de la familia, y mientras se bañaba, en una tina, bajó su cuerda desde un tragaluz que estaba en el espacio entre el techo y su cubierta, y lo estaba ahorcando, porque había puesto peso en la polea para que la cuerda lo estrangulara, pero Leo se cae de la repisa al suelo, la cuerda se rompe y le cae el peso encima, hiriéndole la cabeza y el brazo.
En el hospital lo visita su psiquiatra; le dice que no tenía porque creer que los males de su familia eran culpa de su abuelo, y que él no era violento. También le dice que su madre era fuerte como la naturaleza, y que él se parecía mucho a ella, pero que no podía ayudarlo, si se negaba a hablar con ella. Él solía hacer los deberes en un pupitre que había en su cuarto cuando Fernand no lo usaba para contabilizar los gastos que hacía. Oía el canto de Bianca, su único amor, y soñaba que estaba con ella en Sicilia, entre unas ruinas. Un domingo, fueron como familia a unos campos que estaban frente al muelle para divertirse. Leo le llevaba bichos en un frasco a su hermana Rita, que se la pasaba acostada en una cama del hospital, y su madre le prohíbe hacer eso, les echa agua hirviendo, y él se pone a pegar un disco roto, el primero que había colectado de su colección de discos.
Sus amigos se reunían a tomar alcohol y a fumar. Le decían “cobarde” a uno porque no quería. Un día Leo descubre lo que era el sexo. No podía manifestar su amor por Bianca, asi que se conformaba con Regina a quién él y otro amigo, tocaban. Bianca ya no se dejaba ver, porque sabía que la engañaba con Regina. A veces se pasaba noches enteras escribiendo. Un día vomita y se desmaya; en el hospital lo sumergen en agua con hielo. Como sueño, yo no estoy aquí, como sueño, sueño. Esa frase la repetía constantemente.
A ti, la dama, la audaz melancolía que con un grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio, tú que atormentas mis noches cuando no se qué camino tomar, te he pagado cien veces mi deuda, con la llama del ensueño, no me quedan más que cenizas de una sombra de la mentira, que tú misma me habías obligado a oír, y la blanca plenitud, que no era como el viejo interludio, y si una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó ver más que remordimiento que había visto la luz nacer, nacer de la soledad. Un intelectual leía esto, la última poesía que escribió Leolo.



Esteban Lascano estudia preparatoria en el Centro Educativo Patria; desde 2015 es un gran aficionado al cine y en Estilo Mápula es autor de la columna Cine Lasc. En su blog de facebook escribe todos los días textos narrativos y filosóficos, densos y muy originales.

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