La maestra Lucy
Por Jaime Chavira Ornelas
Sentí fresca la mañana, pero el clima era lo que menos
me importaba; la excitación que sentía esa dichosa mañana de septiembre era por
el regreso a clases. Yo era en ese entonces un joven de 12 años y estaba por
iniciar el ultimo año de primara. Y lo más importante era que me tocaba con la
maestra Lucy.
Aunque la veía todos los días desde que estaba en
cuarto grado, hoy la tendría frente a frente; debía escoger el mejor pupitre de
la fila de enfrente. Todo marchaba conforme al plan.
Llegué a la escuela, mi gran escuela. La Niños Héroes
para mí era como un santuario, allí había pasado los últimos cinco años y había
aprendido no solo las tablas y las reglas de ortografía, sino también el valor
de la amistad, la fidelidad, la confianza y el amor. El amor sin malicia, sin
deseo, solo amor limpio y honesto.
Suspire profundo y busque el salón de Sexto B: era
enrome, limpio y olía a lápiz combinado con cuaderno y libro; de inmediato me
senté en el primer pupitre de la fila de en medio, desde allí podría ve mejor
el hermoso rostro de ella.
Entró resplandeciente. Su figura llenó el salón de un
sentimiento que nunca había
experimentado: paz, tranquilidad, armonía y vitalidad. Plenitud. Fue algo que
me hizo agradecer por haber nacido, ser alguien aquí y ahora. El solo hecho de
tomar lista fue extraordinario: cómo decía nuestros apellidos y nombres, los
pronunciaba como si fuéramos los apóstoles, los templarios, los reyes y reinas
privilegiados, me sentía grandioso. Ella tenía un don especial que en ese
momento yo desconocía y la verdad no me importaba, de hecho no me importaba
nada, solo estar allí, viéndola, sintiéndola, observar sus labios, el rostro,
sus senos hermosos, su figura esbelta. Escuchar su voz melodiosa, sensual,
hipnótica.
Pasó el día como minutos. Los quebrados, el español, civismo,
fueron como grandes noticias, todo era nuevo. En el recreo compartí mi lonche
con Bailón, jugué basket y pasó tan rápido que ni cuenta me di que ganamos el
juego –no me importó–. Llegue a casa y se me hizo más acogedora, mi madre
parecía más amorosa, yo veía la vida con otra perspectiva, me sentí como
alguien nuevo, una mejor persona. Ese día 18 de de septiembre de 1965 cambié
para siempre.
Pasaron los días, los meses, y fueron los mejores de mi
vida. Solo ver y sentir la presencia de la maestra Lucy bastó para enamórame profundamente
de ella. Tenía una necesidad inmensa de declararle mi amor, decirle todo lo que
ella representaba para mí. Lo que me detenía era no saber cómo hacerlo, no encantaba
las palabras correctas ni el lugar ni el momento. Una noche no pude dormir
pensando solo en cómo era tan ridículo no saber nada respecto al amor; me
preguntaba una y otra vez: ¿esto será el amor?, ¿o es admiración, o capricho, o
qué es lo que siento… qué?
Una vez que me quede dormido, soñé que llegaba a clases:
la maestra Lucy me recibió con una gran sonrisa y me dijo “solo escríbeme una
carta, solo eso, es todo”.
A la mañana
siguiente empecé a declarar mi amor a esa hermosa mujer de la cual estaba
completamente seguro de estar profundamente enamorado.
Querida maestra Lucy:
Esta carta es una declaración amorosa de alguien que
desde hace ya tiempo siente por usted gran respeto, admiración pero más que
todo amor, un amor sin condiciones, yendo mas allá de lo físico, de lo carnal.
Conozco su alma, esa bella y esplendorosa alma que para mí es como un gran
vórtice que lleva a un mundo de emociones y sensaciones que son el inicio de la
vida misma, un gran fluido de aguas tibias y calmadas que me conducen a una
tierra prometida, colmada de dicha, donde el fruto no es prohibido, es la
recompensa por sentir la pasión por lo amado y usted es esa recompensa.
Soy un simple y ordinario ser humano, que con esta
confesión se siente libre y realizado, usted estará siempre en mi corazón y
formará parte de mí hasta el día en que abandone mi carne.
Sinceramente, alguien
Al siguiente día llegué muy temprano y deje la carta
sobre el escritorio de la maestra Lucy. Busque un pupitre en la ultima fila, me
senté, respiré profundo, me relaje y paso el día como si fueran minutos.
Compartí mi lonche con Jazmin, jugué basket. Y perdí.
Junio 2019
Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de
negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas,
negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia
emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos.
Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.
Jaime Chavira Ornelas (mi hermano) desde hace mucho tiempo he sido testigo de sus escritos, los cuales son herencia de la Sra Profa Arcelia Maturan Vda de Ornelas gran poetiza y escritora QEPD(nuestra abuela) Exelente escrito hermano!!!
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