Un
día nublado
Por
Dolores Gómez Antillón
Era
un día nublado, el aire volaba fresco, jugueteaba con la negra cabellera de
Sofía. Su vestido ondeaba y ella sentía que el viento le acariciaba el cuerpo.
Había
quedado en reunirse con Rodrigo para dar un paseo por el centro de la ciudad, tomar
una nieve. Y algo más se les ocurriría, de seguro.
El
reloj marcaba las 5 de la tarde, él ya no tardaría, quedaron de reunirse a las 5 y
media, en la Plaza del Ángel.
Al
verse, ambos corrieron uno hacia el otro, se dieron un beso apasionado; con las
manos entrelazadas caminaron por calles y jardines.
Llevaban
mucho tiempo juntos. Cada vez que se veían, parecería que tenían solo unos meses
de novios, por la alegría que proyectaban sus ojos, sus rostros, sus pasos.
Ellos tal vez habían nacido el mismo día, se conocían de otras vidas.
Llegaron
hasta la paletería y compraron nieve de vainilla y chocolate; se sentaron en una
banca de la calle Libertad. En aquel paseo todo era afrodisiaco para ambos; como
sin querer, empezaron a tocarse. Sofía, lúbrica, se movía sin quererse delatar
ante Rodrigo, quien estaba tan intenso como ella.
Sus
miradas se hallaron y con una sonrisa iniciaron la marcha. Ambos saben a dónde
van. Apurando el paso, llegaron a su hotelito, testigo siempre de sus encuentros.
Pasaron
por la llave; el administrador, que ya los conocía, les dio la del 8. Abrieron.
Muy contentos se abrazaron con inmensa pasión. Se dispusieron a bañarse, rápidamente
se quitaron la ropa y bajo el agua helada empezaron a enjabonarse uno a la otra.
Fueron tantas las caricias que se hicieron, que calentaron el agua con la pasión
de sus cuerpos excitados; sintieron que el deseo les ganaba, mojados y desnudos
se posaron en la cama para seguir con el ritual de su amor.
Él
con sus sensuales manos recorrió el cuerpo de Sofía. Ella lo besaba con
ansiedad de que llegara el momento de la entrega. Parecían dos felinos en celo.
Rodrigo besó los más íntimos labios, donde estaba contenida la pasión
y la dicha de estar juntos. Ella abrió sus muslos y él lentamente la penetró,
tocando el granate que, sensual y dilatado, abría el laberinto hacia la gloria. Ambos
con movimientos rítmicos, pausados, empezaron a moverse. La magia de
aquel momento aumentó su excitación. Gritaron de placer y dos ríos se unieron en
un maravilloso orgasmo que los condujo al clímax, en una comunión divina con
el universo. Sentían que sus cuerpos flotaban. Era el paraíso.
Se
quedaron dormidos con sus cuerpos enlazados. La luz de la luna que entraba por
el ventanal proyectaba, hermosas, dos estatuas de marfil.
10
julio 2019
Dolores
Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la
que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital
Central Universitario y Voces de
viajeros.
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