Paraíso
Por Dolores
Gómez Antillón
Después de
una intervención quirúrgica –me habían extraído la vesícula–, anestesiada profundamente sin poder despertar,
yo no reaccionaba.
En cambio un
sueño ocupaba mi mente: el hombre hermoso
empezó a hablarme con voz
acariciante; sus palabras hicieron que mi excitación prendiera entre aquellos
sueños inducidos.
En mi
consciencia activa –dentro de un onirismo encantado– sentí sus manos fuertes en
mis senos. Me basaba con pasión. Yo alerta,
irresistiblemente atraída a sus poderosas caricias, sentí su posesión, me dejé
llevar.
Me hizo suya.
Tuvimos un orgasmo grandioso; su sonrisa era de satisfacción.
Me
transportó extasiada a besarlo, acaricié su pelo, sus mejillas, el rostro, el cuerpo
entero.
Deseaba retenerlo, me tenía hipnotizada con sus dulces
ojos claros.
Oí una voz
que me decía: ya despierta.
Abrí los
ojos buscándolo. Pero él no estaba.
Mi familia
me preguntó:
―¿Qué buscas?
¿Ya despertaste?
―Sí ―contesté, aletargada.
Los sueños no
siempre nos remiten a parajes maravillosos. Pero ese día mis ojos lloraban de
felicidad. Regresaba del Paraíso.
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