Noviembre
Por Marco Benavides
Desde la ventana veo que las
nubes se amontonan pesadas en el cielo de noviembre, una masa de grises que
promete más que un susurro de invierno. Afuera, el aire tiene ese filo de frío
que se siente fresco y vivo, un contraste con el calor acogedor de dentro, un
refugio de madera y recuerdos. Cada aliento al salir es una punzada helada, un
recordatorio vivo de que el verano ha huido sin promesa de retorno.
Hoy el mundo parece
retraerse, encogiéndose bajo el peso de una atmósfera expectante, mientras las
primeras gotas de una lluvia tenaz comienzan a dibujar ríos temporales en los
cristales. El suelo, saturado de una humedad que se siente hasta los huesos,
recibe a cada gota como a una vieja conocida.
Es un día para mirar hacia
adentro, no solo a las habitaciones de una casa llena de silencios, sino al
interior de uno mismo. Las horas parecen extenderse densas y lentas mientras el
ruido del agua golpea el tejado con ritmo constante. Es un sonido que invita a
la introspección, a considerar los cambios, a meditar sobre las pérdidas y los
hallazgos que traen consigo las estaciones.
En la calle, las hojas
caídas forman un tapiz húmedo, brillante bajo la escasa luz, pintadas de
nostalgia por el otoño que ya nos dice adiós. El frío que entra en los pulmones
con cada inhalación es casi doloroso, pero purificador, arrastrando consigo los
últimos vestigios de cualquier calor residual. Es una purga, un prepararse para
el invierno que ya se asoma en el borde de nuestras mantas y en el encenderse
más frecuente de la chimenea.
Mañana de noviembre. Eres un
susurro gélido en el cuello, un remolino de pensamientos y recuerdos que se
agitan como las ramas desnudas contra el cielo plomizo. En ti la melancolía
encuentra un hogar, un espacio entre la caída de las hojas y el primer copo de
nieve, un momento suspendido donde todo parece posible y nada es seguro. Eres
un umbral, una pausa, y en tu frescura llevas la promesa de renacimiento,
oculta en el corazón del frío.
Así paso las horas,
observando cómo se transforma el paisaje desde mi ventana. La lluvia arrecia y
con ella las gotas dibujan historias efímeras en los vidrios, que luego se
desvanecen como los sueños que uno apenas recuerda. Me sumerjo en el calor de
un té humeante, sintiendo cómo su calor se esparce por mis manos y luego por
todo el cuerpo, ofreciéndome un alivio momentáneo contra la frialdad que se
cierne afuera.
La casa parece susurrar en
respuesta al viento que azota los marcos, cada corriente de aire una caricia
más fría que la anterior. Estos muros, impregnados de tantos inviernos pasados,
ahora se enfrentan a uno más, cada uno dejando su marca, su recuerdo en las
líneas del tiempo que se dibujan sobre la madera y los retratos colgados.
Hay un ritmo en la soledad
de este día, una música que solo se escucha cuando se silencian las voces del
bullicio cotidiano. Es el ritmo de la reflexión, del conocimiento de uno mismo
que solo llega en los momentos de quietud. Los pensamientos se vuelven profundos,
oscuros como el cielo que promete no aclarar. Reflexiono sobre el amor, la
pérdida, las esperanzas que hemos cultivado y las que se han desvanecido como
las hojas que ahora yacen en el suelo.
Recuerdo los rostros de
quienes ya no están, sus voces que el tiempo ha ido desdibujando de mi memoria.
Pienso en las promesas que hicimos, en las palabras que se llevó el viento, y
en aquellas que permanecen, inquebrantables, a pesar de las estaciones. El
invierno se acerca, no solo en el calendario sino también en el ciclo de la
vida, recordándonos que todo lo que comienza tiene su fin.
La naturaleza no se aferra a
lo que fue. Cada año se desnuda, se rinde y se prepara para dormir bajo el peso
del frío. Y así deberíamos hacer nosotros, aprender a soltar, a dejar ir, a
prepararnos para el renacer que promete cada nueva primavera. Quizás ese es el
mensaje oculto en estos días grises, en esta lluvia que parece no querer cesar.
Miro hacia fuera una vez
más, los charcos ya formados en las calles, espejos de un cielo que parece
estar más cerca de la tierra que de costumbre. Cada reflejo, una paleta de
grises y azules, cada detalle del mundo exterior destacando más nítidamente en este
espejo improvisado. A pesar de la melancolía, o quizás debido a ella, hay
belleza en este encierro, en esta introspección forzada por el clima.
Así, con el corazón lleno de
pensamientos y los ojos cargados de cielo, espero el pasar de esta mañana de
noviembre. En su frío encuentro una extraña calidez, la de saber que después de
la tempestad, y más allá del invierno, siempre llega la calma, siempre renace
la vida, en un ciclo eterno que nos ofrece, en cada vuelta, una oportunidad
para comenzar de nuevo.
19 noviembre 2024
drbenavides@medmultilingua.com
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.
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