miércoles, 20 de noviembre de 2024

Noviembre

 

Noviembre

 

Por Marco Benavides

 

Desde la ventana veo que las nubes se amontonan pesadas en el cielo de noviembre, una masa de grises que promete más que un susurro de invierno. Afuera, el aire tiene ese filo de frío que se siente fresco y vivo, un contraste con el calor acogedor de dentro, un refugio de madera y recuerdos. Cada aliento al salir es una punzada helada, un recordatorio vivo de que el verano ha huido sin promesa de retorno.

Hoy el mundo parece retraerse, encogiéndose bajo el peso de una atmósfera expectante, mientras las primeras gotas de una lluvia tenaz comienzan a dibujar ríos temporales en los cristales. El suelo, saturado de una humedad que se siente hasta los huesos, recibe a cada gota como a una vieja conocida.

Es un día para mirar hacia adentro, no solo a las habitaciones de una casa llena de silencios, sino al interior de uno mismo. Las horas parecen extenderse densas y lentas mientras el ruido del agua golpea el tejado con ritmo constante. Es un sonido que invita a la introspección, a considerar los cambios, a meditar sobre las pérdidas y los hallazgos que traen consigo las estaciones.

En la calle, las hojas caídas forman un tapiz húmedo, brillante bajo la escasa luz, pintadas de nostalgia por el otoño que ya nos dice adiós. El frío que entra en los pulmones con cada inhalación es casi doloroso, pero purificador, arrastrando consigo los últimos vestigios de cualquier calor residual. Es una purga, un prepararse para el invierno que ya se asoma en el borde de nuestras mantas y en el encenderse más frecuente de la chimenea.

Mañana de noviembre. Eres un susurro gélido en el cuello, un remolino de pensamientos y recuerdos que se agitan como las ramas desnudas contra el cielo plomizo. En ti la melancolía encuentra un hogar, un espacio entre la caída de las hojas y el primer copo de nieve, un momento suspendido donde todo parece posible y nada es seguro. Eres un umbral, una pausa, y en tu frescura llevas la promesa de renacimiento, oculta en el corazón del frío.

Así paso las horas, observando cómo se transforma el paisaje desde mi ventana. La lluvia arrecia y con ella las gotas dibujan historias efímeras en los vidrios, que luego se desvanecen como los sueños que uno apenas recuerda. Me sumerjo en el calor de un té humeante, sintiendo cómo su calor se esparce por mis manos y luego por todo el cuerpo, ofreciéndome un alivio momentáneo contra la frialdad que se cierne afuera.

La casa parece susurrar en respuesta al viento que azota los marcos, cada corriente de aire una caricia más fría que la anterior. Estos muros, impregnados de tantos inviernos pasados, ahora se enfrentan a uno más, cada uno dejando su marca, su recuerdo en las líneas del tiempo que se dibujan sobre la madera y los retratos colgados.

Hay un ritmo en la soledad de este día, una música que solo se escucha cuando se silencian las voces del bullicio cotidiano. Es el ritmo de la reflexión, del conocimiento de uno mismo que solo llega en los momentos de quietud. Los pensamientos se vuelven profundos, oscuros como el cielo que promete no aclarar. Reflexiono sobre el amor, la pérdida, las esperanzas que hemos cultivado y las que se han desvanecido como las hojas que ahora yacen en el suelo.

Recuerdo los rostros de quienes ya no están, sus voces que el tiempo ha ido desdibujando de mi memoria. Pienso en las promesas que hicimos, en las palabras que se llevó el viento, y en aquellas que permanecen, inquebrantables, a pesar de las estaciones. El invierno se acerca, no solo en el calendario sino también en el ciclo de la vida, recordándonos que todo lo que comienza tiene su fin.

La naturaleza no se aferra a lo que fue. Cada año se desnuda, se rinde y se prepara para dormir bajo el peso del frío. Y así deberíamos hacer nosotros, aprender a soltar, a dejar ir, a prepararnos para el renacer que promete cada nueva primavera. Quizás ese es el mensaje oculto en estos días grises, en esta lluvia que parece no querer cesar.

Miro hacia fuera una vez más, los charcos ya formados en las calles, espejos de un cielo que parece estar más cerca de la tierra que de costumbre. Cada reflejo, una paleta de grises y azules, cada detalle del mundo exterior destacando más nítidamente en este espejo improvisado. A pesar de la melancolía, o quizás debido a ella, hay belleza en este encierro, en esta introspección forzada por el clima.

Así, con el corazón lleno de pensamientos y los ojos cargados de cielo, espero el pasar de esta mañana de noviembre. En su frío encuentro una extraña calidez, la de saber que después de la tempestad, y más allá del invierno, siempre llega la calma, siempre renace la vida, en un ciclo eterno que nos ofrece, en cada vuelta, una oportunidad para comenzar de nuevo.

 

19 noviembre 2024

 

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drbenavides@medmultilingua.com

 



Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

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