martes, 12 de noviembre de 2024

Serenidad

Serenidad

 

 

Por Guadalupe Ángeles

 

 

Con la piel del minuto presente dibujo la cascada… ¿era así? Durante muchos años fue así. ¿Y ahora? Las palabras tienen ese poder de transformación, logran que un cuerpo de agua sea un miedo profundo, así, también, si el sol brilla de la forma en que sabe hacerlo siempre es posible refugiarse en su fulgor y los pensamientos serán llamados árboles para en ellos trepar hasta la inconciencia. Es eso. Un deseo de no estar bajo el brillo del sol. Una sensata idea de no mostrarse ante uno mismo manchado de los pecados innumerables que ya no tienen castigo posible porque imposible es definir en qué momento se cometieron, o lo cotidiano que se volvió ser esa indiferencia, hace la vestimenta bajo la cual toda palabra hermosa ha de perderse.

      O empezar diciendo: deje de ser yo. ¿Para qué ordenar en correctos cuadrados negros o blancos las características que más que formarnos nos deforman?

      Asumo la culpa. ¿Es eso suficiente? Dejémonos de pensar en piedras arrojadas por manos anónimas. ¿Me entrego al mal de esta manera expedita, clara, con la certeza de ser perdonada?

      Una vez escuché: «El Dios en el que creo ya ha perdonado mis pecados, todos, los presentes, pasados y futuros.» Ojalá fuera mía esa fe. ¿Puedo adoptarla? No debería juzgarme tal vez.

      Queda el camino de entender el lugar que en el sistema se ha tomado, ¿en realidad uno decide ser ladrillo o castillo?, sea dicho en el más puro lenguaje del que toma la mezcla y mide, la aplica, olvidando amaneceres, todo miedo y el propio nombre en el sudor que cubre el cuerpo.

      Sé que busco desesperadamente una voz, pero también sé que eso no se busca, se espera. He aprendido el arte de la paciencia. Sin embargo, gritar sigue siendo una tentación muy grande (¿Has sentido ese deseo de gritar ante un silencio?)

      Me duele la fragilidad humana. La mía, la de quienes amo. No creo que nadie esté preparado para ninguna muerte. Es eso. A eso se reduce, en ello está el anhelar una cascada, bajo su estruendo anular el pensamiento. En tanto brilla el sol como sabe hacerlo. No conozco a detalle mis pecados o sé nombrarlos con una sola palabra: indiferencia.

      La vehemencia de la joven que fui se iría corriendo al verme o me lanzaría una mirada asesina, con justa razón. Me he traicionado a causa de mi fragilidad, ¿o debería llamarla cobardía? Es difícil ser valiente, eso he aprendido, no me felicito, vivir conmigo me ha enseñado a soportarme.

      No existen alfombras mágicas ni pócimas maravillosas para cambiar de lugar y hábitos. Para ser merecedores de esos dones habría que remontarse a la infancia, creer de veras en lo que se vive en sueños. Bastaría con dormir bien, quizá.

      En el corazón no hay tiempo, se supone, será entonces ahí donde buscaré un refugio mientras el tiempo verdadero transforma este hermoso día en noche. Y mi desesperación en serenidad.

 

 

 

Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.

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