[Azar No.1
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Reporte
sobre la utopía de la ciudad de la paz
Por Raúl
Sánchez Trillo
En otoño de
1872 un viajero norteamericano llegaba a la ciudad de Chihuahua procedente de
la costa de Sinaloa. Había cruzado la Sierra Madre cargado de planos y proyectos
de una hermosa utopía: la fundación de una colonia socialista. Se llamaba
Albert K. Owen.
Era su
segunda incursión por México.
Owen había
recorrido, a fines de 1868, una parte de Veracruz buscando el lugar ideal para
fincar la utopía. La insalubridad de la región y la inestabilidad política del
país impidieron que diera inicio a su proyecto.
En el
segundo intento encontró, por fin, la tierra prometida. Enterado de la
existencia de grandes extensiones de tierra fértil al pie de la Sierra Madre Occidental,
llegó a un punto limítrofe entre los estados de Sonora, Chihuahua y Sinaloa.
Allí fue informado por los indígenas de que hacia el Golfo de Baja California
se encontraba Ohuira.
Ohuira, “lugar
encantado”, fue descrita al hombre blanco como un lago de aguas tan cristalinas
que su fondo podría verse con claridad. Su delicioso clima permitía la
fertilidad de la tierra; las semillas crecerían con solo arrojarlas.
Ese lugar se
materializó a los ojos de Owen un septiembre. Y aunque no era precisamente un
lago, sino la bahía de Topolobampo, el intrépido utopista no se decepcionó; una
exploración de dos semanas por el lugar hizo surgir en su mente los proyectos
que configurarían lo que a futuro se llamaría La Ciudad de la Paz.
Dada la
vocación proselitista de aquel hombre, es posible que tiempo después, reposando
en la ciudad de Chihuahua, haya hecho conocer sus planes con la intención de
reclutar gente para su empresa, y tal vez algunos los tomaron como una
excentricidad del viajero.
Los
acontecimientos políticos que vivía el estado acaparaban la atención: Porfirio
Díaz, el caudillo del Plan de la Noria, se rendía en Camargo, poniendo fin a
una serie de acciones de armas desarrolladas a lo largo de casi un año,
alcanzando una magnitud hasta entonces nunca vista en nuestra historia de
guerras civiles.
Owen debió
saber del general levantado en armas contra la reelección del presidente
Juárez, sin sospechar siquiera el papel que en un futuro tendría Díaz para la
Ciudad de la Paz. El caudillo, por su parte, no debió darse siquiera por
enterado de la presencia del extranjero.
¿Cuáles eran
los planes de este excéntrico señor?
No se
trataba tan solo de fincar una colonia socialista, sino de La Metrópoli
Socialista de Occidente. Un puerto marítimo de las dimensiones del Nueva York
de la época; destinado, por su privilegiada ubicación geográfica, a opacar a
San Francisco.
Una ciudad
en la que convergería el comercio de Oriente y Sudamérica; que sorprendería al
mundo por sus modernos sistemas de trabajo, producción y consumo; por donde las
tierras serían repartidas a los colonos para ser trabajadas en comunidad y que
estaría comunicada con Nueva York por un ferrocarril transcontinental.
Los planos de
la nueva ciudad estaban ya en la maleta de Owen. Se señalaban los lugares que
ocuparían los edificios públicos, los muelles, las escuelas, almacenes, plazas
y comedores comunales; se incluía también un dibujo de la casa tipo, dotada de comodidades
y amplios jardines. El hombre que había concebido tales proyectos estaba
dispuesto a encontrar los mecanismos y recursos que hicieran realidad su idea y
con su entusiasmo partió a los Estados unidos.
De utópicos
están empedrados los caminos al socialismo
Utópicos
fueron llamados por los socialistas científicos en un afán de deslinde y en
alusión a la novela de Tomás Moro. El término adquiriría connotación
peyorativa.
Unos fueron
hijos directos de La Revolución Francesa. Otros, producto de la injusticia
generada por la revolución industrial. A todos ellos los une un común
denominador: la abolición de la propiedad privada a partir de formas de
organización social paralelas a las del capitalismo decimonónico. Su método:
apelar a la buena voluntad del Estado y los capitalistas –en ese caso son
clásicos los anuncios de Fourier solicitando un filántropo que financiara sus
proyectos socialistas–. De ese conjunto de poetas enardecidos por la injusticia
social, de arquitectos de ciudades imaginarias –a veces materializadas en
lúcidos esbozos terrenales–, dos tendrían un impacto directo en la historia del
socialismo en México: Robert Owen y Charles Fourier.
Albert K.
Owen no era el primero en poner sus quiméricos ojos en tierras mexicanas;
cuarenta y cuatro años antes Robert Owen se dirigió por escrito a la República
Mexicana solicitando se le cediera libremente la provincia de Texas y Coahuila
para establecer en ella una colonia socialista.
El inglés ya
era famoso por sus experimentos en la empresa textil New Lanark, donde,
reduciendo la jornada de trabajo y proporcionando mejores condiciones de vida a
los trabajadores, aumentó productividad y ganancias.
No conforme
con ser un filántropo productor de riquezas y aplausos, en 1823 da un paso
radical al proponer un sistema de colonias comunistas para combatir la miseria
en Irlanda. Su arribo al comunismo y sus consecuentes ataques a la propiedad
privada, la religión, la institución del matrimonio, le valieron la excomunión
de la sociedad oficial europea. Entonces decide conquistar América. Tal es el
propósito que le anima cuando escribe la célebre carta a la que hacemos
mención. En ella plantea la cesión de tierras para una sociedad que realizaría
un cambio radical en la raza humana, acudiendo básicamente a dos razones.
Primera: que
es una provincia fronteriza entre la República Mexicana y los Estados Unidos,
que están ahora colonizándose con circunstancias que pueden producir
rivalidades y disgustos entre los ciudadanos de ambos Estados y que, muy
probablemente, en una época futura terminarán en una guerra entre las dos
naciones.
Segunda: que
esa provincia colocada bajo el régimen de esta sociedad, se poblaría pronto con
gentes de costumbres, educación e inteligencia superiores, cuya mira principal
sería no solo conservar la paz entre las dos repúblicas, sino demostrar los
medios por los cuales las causas de guerra entre todas las naciones
desaparecerían quedando asegurados para cada uno los fines que se esperan
obtener.
No se sabe
si hubo respuesta al documento de Owen que, como se puede apreciar, predecía la
guerra con los Estados Unidos. Por otro lado, la carta está fechada en 1828,
tres años después de que iniciara en Indiana la colonia New Harmony, su último
experimento social y en la cual pasó la niñez Albert K. Owen, que no era su
hijo ni su pariente pero que, sin embargo, heredó del socialista inglés su
pensamiento.
Otra será la
suerte del socialismo de Fourier, el cual contó, en la persona de Plotino
Rhodakanaty, con un activo proselitista y organizador.
No fue
posible la creación de un falansterio en tierras mexicanas, pero el pensamiento
del socialista francés tuvo gran arraigo en el movimiento social de nuestro
país.
Rhodakanaty
llega a México atraído por las noticias de la reforma agraria del presidente
Comonfort y sus declaraciones en las que invitaba a los extranjeros para que
crearan nuevas colonias agrícolas; una suculenta carnada para que picara
cualquier socialista utópico.
Solo que
nuestro Plotino tarda sus añitos en pisar tierras del nuevo mundo,
desembarcando en Veracruz tiempo después de la caída de Comonfort y al arribo del
presidente Juárez al poder.
No obstante de
constatar que los decretos de Comonfort habían quedado en puro proyecto,
comprobó también que los campesinos mexicanos vivían en comunidades de acuerdo
a las ideas de Fourier y Proudhon, aunque oprimidos por el constante despojo de
los hacendados. Ni tardo ni perezoso, pues, se puso a redactar lo que sería su
tarjeta de presentación, un folleto que vio la luz en 1861: Cartilla Socialista o sea el Catecismo
Elemental de la Escuela de Carlos Fourier El Falansterio. En su prólogo
habla de la necesidad de crear comunas agrícolas para demostrar en la práctica
la viabilidad del socialismo.
Mas las
ideas del griego no logran cuajar en ninguna comuna, no quedándole más remedio
que dar clases, escribir panfletos y publicar un periódico –frenológico y
científico- llamado El Craneoscopio.
Es en los círculos de la intelectualidad, entre estudiantes y escultores que
asistían a las clases de anatomía de la escuela de medicina, donde Rhodakanaty
encuentra al fin sus primeros discípulos. Con ellos forma un grupo que en 1865
se dio el nombre de Grupo de Estudiantes Socialistas. Considerada por sus
miembros como la rama mexicana del bakunismo, la organización evolucionó
después en un núcleo con bastante influencia en el movimiento obrero: La Social.
Caso curioso
el de Plotino Rhodakanaty, hombre de filiación pacifista cuya actividad
ideológica desencadena hechos violentos. Repudiaba la violencia, su ideal era
la transición pacífica del capitalismo a una sociedad basada en la organización
voluntaria agrupada en federaciones. Esos grupos o asociaciones, que se irían
multiplicando a partir de su ejemplo, abolirían los partidos políticos, el
sistema de salarios y los grados de riqueza del capitalismo; esperaba incluso
que los capitalistas ingresarían a la nueva sociedad, siguiendo los dictados de
la ley natural y obedeciendo el instinto de ayuda mutua que el hombre no puede
resistir indefinidamente.
La realidad
en cambio apuntaba por otro lado. La actividad de los cuadros formados por
Rhodakanaty topó pronto con pared. Las primeras huelgas organizadas por el
grupo fueron solucionadas con la fuerza de las armas por el gobierno imperial
de Maximiliano. Derrotado, vuelve los ojos al campo donde, si bien nunca pudo
organizar la añorada colonia agrícola, sí logró establecer una escuela para
campesinos en Chalco, generándose a partir de ella una insurrección campesina,
la cual, según algunos historiadores, tiene muchas similitudes con el zapatismo
en cuanto a programa, zona de operaciones y relevancia de los hechos de armas.
Es de hacerse notar que Benito Juárez tuvo que destacar a su general más
sanguinario para acabar con la revuelta, subrayando ante la historia que la
autoridad, monárquica o liberal, siempre obra igual contra los oprimidos cuando
estos se rebelan.
Más de 20
años duró Rhodakanaty en México, en el transcurso de los cuales ejerció una
poderosa influencia sobre los hombres que eran representantes de una tendencia
histórica que intentaba abrirse paso como proyecto social independiente de la
lucha entre conservadores y liberales: la de los socialistas libertarios.
Ahogada en la sangre de la rebelión del campesino Julio Chávez; preso y
fusilado su discípulo más dilecto –el inalcanzable organizador de huelgas
obreras y conspiraciones, Francisco Zalacosta– y coptada (sic) la incipiente
organización obrera por el Estado porfiriano, Rhodakanaty abandona el país en
1885, el mismo año en que Albert K. Owen comenzaba a colocar los bonos que
financiarían su colonia en el Pacífico. El ciclo de la utopía en México
comenzaba a cerrarse.
Bonos al
azar para la construcción de una utopía
Quizás la
característica principal de los socialistas utópicos haya sido su aferramiento
en lograr lo que se proponían. Albert K. Owen no fue la excepción. Después de
su partida de la ciudad de Chihuahua, habló y escribió durante ocho años con
gente de todo tipo. Se entrevistó con el general Grant, a la sazón presidente
de los Estados Unidos, obteniendo de él la promesa de formar una comisión de
ingenieros que exploraría la posible vía del ferrocarril que llegaría a
Topolobampo. Viaja a México y escribe en el periódico La Libertad de Justo Sierra. Viaja también a Londres donde instala
una oficina de propaganda y escribe el folleto A Dream of an Ideal City. Al fin, el 13 de junio de 1881, consigue
la concesión del gobierno mexicano para construir el ferrocarril
transcontinental y erigir la ciudad que llevaría el nombre de Ciudad González,
en honor al presidente que resolvía a su favor. Años más tarde, al ser ampliada
la concesión por el general Porfirio Díaz, se le daría el nombre definitivo de
Ciudad de La Paz.
Pero, si
bien, se movilizaba en el mundo oficial norte americano buscando apoyo,
esperaba reclutar a pobladores de la ciudad entre los emigrantes europeos que
llegaban a la ciudad de Nueva York. De acuerdo con sus planes, la ciudad y el
ferrocarril se financiarían con la venta de doscientos mil bonos de 10 dólares
cada uno, de los cuales la mitad serían para el ferrocarril y el resto para la
ciudad. Para ello creó la sociedad cooperativa Credit Foncier of Sinaloa, y
redactó su reglamento de tal modo que las acciones no llegaran a quedar en
manos de capitalistas, cuya ambición se había despertado desde el momento en
que supieron que Owen había logrado la concesión de las autoridades mexicanas.
Para 1889
contaba con cinco mil doscientas personas, un gran número de ellas niños,
inscritas en su proyecto, de las cuales mil cuatrocientas habían cubierto cinco
mil novencientas acciones, cantidad que no alcanzaba para completar el millón
de dólares necesario para iniciar los trabajos de colonización. Así las cosas,
se lanza a dar el último estirón. Escribe en cuanto periódico se lo permite,
sea liberal, socialista o anarquista; emprende giras por las ciudades más
importantes de los Estados Unidos y dicta un sinnúmero de conferencias en Nueva
York. Finalmente, después de 17 años de haber descubierto Ohuira, ve partir los
primeros colonos rumbo a Sinaloa.
Grande fue
el proyecto de A. K. Owen, grandes fueron los esfuerzos realizados para
llevarlo a cabo y grande fue, también, su fracaso. Nueve meses después de la
llegada de los primeros colonos, Owen se suma a ellos, encontrándose con la
noticia de que el paludismo había causado estragos entre los pobladores y que estos
no habían sido capaces de construir gran cosa en la bahía. No obstante, no se
desanimó, sino que empezó a dirigir la construcción de un hospital, a sembrar
las primeras tierras y a dotar de agua potable a la futura ciudad. Sin embargo,
los fondos reunidos mediante bonos se habían agotado y las tierras no produjeron
de inmediato. Con esto surgieron problemas entre los colonos. Por si fuera
poco, el comité encargado en Nueva York para reunir fondos y reclutar más
colonos se dividió, y mientras unos acusaban a Owen de ser un defraudador que
estaba instalando una colonia capitalista, otros lo acusaban de querer instalar
una dictadura comunista en la colonia y pedían al gobierno mexicano cancelara
la concesión que fuera ofrecida a ellos para construir una verdadera metrópoli.
Owen perdió
la autoridad en la colonia y terminó por entregar la jefatura de la misma. Los
esfuerzos por hacer viable el proyecto fueron totalmente nulos. En vano el
consejo era removido y se presentaban nuevos planes salvadores: la utopía se
estaba desmoronando. De julio a diciembre de 1892, doscientos colonos
abandonaron Tapalobampo, liquidando prácticamente el proyecto. El ciclo de la
utopía se había cerrado en los estertores de un fin de siglo que preludiaba
revoluciones, justo en el año en que la pequeña comunidad de Tomóchic desafiaba
la dictadura porfirista.
Bibliografía
Engels,
Federico, Del socialismo utópico al
socialismo científico. Ricardo Aguilera Editor, Madrid, 1969.
Hart, John
M., Los anarquistas Mexicanos, 1860. 1900.
Colección Sepsetentas, México. 1974.
Silva
Herzog, Jesús, Antología del Pensamiento
Económico y Social. F.C.E., México, 1974.
Valadés,
José C., El Socialismo Libertario
Mexicano (siglo XIX) Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 1984.
Regresan a estas páginas de periodismo cultural las crónicas, el gran estilo del artista Raúl Sánchez Trillo.
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