domingo, 22 de marzo de 2015

Un relato de Gabriel Borunda

Las cartas de amor de Juvenal López Durán





Por Gabriel Borunda





En 2008, la Casa Samuel Baker de la ciudad de México subastó un par de cuadros y un paquete de cartas de TA, pintora zacatecana, de origen bastardo del duque de A…, la cual había sido recluida desde niña en el convento de Las Dolorosas de María.


En ese convento los nobles de la Europa católica acostumbran depositar a sus hijas reconocidas con problemas especiales, tales como el síndrome de down o la poesía, o bien hijas producto de bastardía. TA, era un caso del primer tipo.

En 2008 ya había muerto, de amor, dicen algunas lenguas, por un seminarista poeta del convento franciscano de un pueblo del norte, de la Villa de San Antonio.

JLD estudió en dicho convento. Era entonces un joven brillante del que se decía que terminaría de cardenal, sabio en asuntos de latín y poesía. Fue tocado muy joven por la historia de Paolo y Francesca, que permanecían en el infierno en un eterno amor. Supuso entonces que tendría que buscar un paliativo para los ardores del infierno, ya que en gran medida los sacerdotes, obispos, cardenales y papas terminaban en ese lugar de penas. Contra las llamas eternas solo existía la posibilidad del amor eterno.

Convencido de esa idea, se dedicó a buscar el amor eterno. Lo halló en la joven pintora del convento de Las Dolorosas.

Se conocieron en una liturgia por san Francisco que se realizó en la catedral zacatecana, y que luego se acompañó con una comida en los jardines del convento, donde la pintora enclaustrada (mientras llegaba el matrimonio civil o con Dios), como todas las pupilas, servían los chiles en nogada, arroces y moles. Mirarse y amarse fue asunto fácil.

JLD se coló dos tardes después hasta el interior del convento y ambos se poseyeron con la fuerza de la lujuria monástica que busca sin cesar la salvación y la culpa. Animados por la concupiscencia, se olvidaron de los condones (era mal visto que un seminarista anduviera comprando dichos adminículos) y pronto TA quedó embarazada.

No hubo posibilidad de matrimonio, ni tampoco de suicidio amoroso, individual o de pareja. JLD abandonó el seminario y TA regresó a España, donde parió a su hija, y regresó a Zacatecas.

Lo único que se le permitió fue la correspondencia escrita, la cual mantuvo por muchos años con el poeta.

JLD realizó muchos oficios en la Villa de San Antonio, hasta que fue contratado como bibliotecario de “La gran biblioteca de los sueños humanos” Empezó así una exitosa carrera que recibió un impulso definitivo cuando el poeta O. P. lo mencionó en su testamento.

Cuando los santoantoninos vieron que O. P. lo citaba, aunque fuera para devolver unos libros que se había llevado, decidieron nombrarlo Poeta Mayor del Norte de México.

Fue entonces que su séptima esposa, molesta porque no le pagaba la pensión mensual, sacó a la luz la historia de la monja-pintora zacatecana y puso a la venta las cartas de amor, las cuales habían ido a dar a manos de la Subastadora Samuel Baker, pero fueron presionados por el Duque de A… para mantenerlas en el olvido con la promesa de compra para otro tiempo.

La muerte prematura de TA produjo la venta de sus cuadros. Dos de ellos, que se subastaron en 95 mil dólares cada uno, recibieron como anexo las cartas de los amantes. TA murió en soltería, JLD sigue en San Antonio. Ha sido fiel a su amor, aunque se ha casado doce veces. Lo hace con la firme convicción de morir con una mujer que le permita estar en el infierno gozando del amor. A sus 98 años empieza a considerar otras opciones de salvación ajenas al amor eterno, que aunque condenándose al infierno, le conseguirán la inmunidad a las llamas infernales.








Gabriel Borunda Olivas es licenciado en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y maestro en filosofía por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Entre sus libros publicados hay estos: Asesinato en la biblioteca, Para empezar a escribir y La lectura de los jóvenes en Chihuahua.

1 comentario:

  1. Borunda recorre conventos de Zacatecas. Luego, su bella escritura narrativa encamina al lector en diversas atmósferas que huelen a oro, incienso y mirra.

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