El Twaligth Bar
Por Jaime Chavira Ornelas
Existe un bar en el centro de la ciudad llamado El
Imperio. Es un bar viejo y maloliente con una rockola que solo tiene canciones
de antaño, la barra parece que está viva, solo le falta hablar; el cantinero,
llamado Poncho III, es el nieto del primer cantinero, también llamado Poncho, el
cual murió a los ochenta y ocho años de un infarto fulminante cuando servía
unos tequilas. Luego su hijo Poncho II siguió sus pasos y también murió
sirviendo unos tequilas a los ochenta y nueve años. Se dice que Poncho III morirá
igual, pero a los noventa, hoy tiene como treinta y cinco.
Me gusta venir los martes porque sirven una botana muy
rica de tostadas de chicharrón prensado y caldillo de res bien chiloso, me tomo
una cerveza y botaneo muy a gusto oyendo las pláticas de los teporochos que van
todos los días y cuentan sus aventuras de borrachera. El pasado martes llegué y
pedí mi cerveza acompañada de la botana como de costumbre, pero no estaba
Poncho III de cantinero; en su lugar estaba un anciano con todos los años en la
espalda. Estaban solo tres fulanos platicando en una mesa. Pregunte por Poncho
III y el anciano solo se encogió de hombros y me sirvió la cerveza y la botana,
resulto que no eran las tostadas de chicharrón ni el caldillo, sino unos tacos
de algo que parecía carne. Le devolví el plato y pregunté por las tostadas de
chicharrón y el viejo solo contestó:
―Eso es lo que hay.
Decepcionado, le dije que no quería; agarró el plato y
lo tiro a la basura Tomé la cerveza y salí extrañado por la situación, pues
todo parecía absurdo ¿Por qué el cambio, dónde estaba Poncho III, ¿por qué no
hicieron las tostadas y el caldillo, por qué solo había tres clientes, dónde
estaban todos los teporochos, quién es ese viejo raro, por qué la barra estaba
tan limpia?
Caminé varias cuadras y, sin darme cuanta, estaba en
calles que nunca había caminado. Me sentí desorientado y seguí caminando para
llegar a la calle principal, pero en vez de eso llegué a un callejón solitario
y sucio. De repente, de una vecindad salió una mujer como de cincuenta años,
morena y de pelo teñido de rubio. Le pregunte por el camino a la calle
principal, riendo y de un modo burlón, dijo:
―¿Andas
perdido, chulo?
Obviamente era una prostituta, le contesté:
―Solo quiero
llegar a la calle principal.
Ella empezó a gritar a los cuatro vientos:
―Hey, aquí hay
uno que solo quiere llegar a la calle principal.
Reía a carcajadas.
Me alejé de prisa sin saber a dónde iba, di varias
vueltas y de nuevo llegué al mismo callejón, o al menos se parecía mucho. No lo
podía creer, perdido en mi propio terruño. Seguí caminando y volví a voltear en
la esquina. A lo lejos vi el bar Imperio, suspiré del gusto. Cuando llegué,
note que había algo extraño en la fachada, algo que antes no había notado, era
un símbolo raro pintado en la esquina derecha, como un lobo o un perro. Entré y
era el mismo bar maloliente y sucio de siempre y para mi sorpresa estaba Poncho
III detrás de la barra. Me senté y pedí lo de siempre, Poncho III me sirvió mi
cerveza y la botana de Chicharrón prensado y caldillo de res, no podía aun
creer que es lo que había pasado ¿Dónde estaba el anciano, por qué ahora
estaban los mismos teporochos de siempre platicando? ¿Cómo paso todo esto?,
terminé mi cerveza y la botana y salí.
Al siguiente día hice mi rutina de siempre. Por la
tarde me fui a caminar por el centro y viene terminando cerca del bar Imperio,
caminé y me acerqué, vi su fachada y esta vez no tenía el extraño símbolo por
ningún lado. Entré y casi me desmayo al ver el anciano detrás de la barra y los
mismos tres tipos en la mesa platicando, me senté en la barra y el anciano me
preguntó:
―¿Lo de
siempre?
Solo me levanté y salí a toda prisa, caminé de nuevo
por los callejones desconocidos, pasé la vecindad, di varias vueltas y llegué a
la calle de donde se veía a lo lejos el bar Imperio, corrí y llegué y esta
vez en la fachada estaba el símbolo cara de lobo; entré y de nuevo todos los
teporochos y Poncho de barrista. Salí corriendo y no me detuve hasta que llegué
a la calle principal, voltee y ahí estaba el bar como un espejismo, como un
viejo dinosaurio, como testigo de algún crimen, vivo y escondiendo todos
sus siniestros secretos invitándome a entrar en ese mundo sin tiempo y
lleno de fantasmas ebrios comiéndose unos a otros en tostadas de chicharrón y
caldillo, sentí nauseas, mareos y caí inconsciente en la banqueta.
Hoy es martes de nuevo y no debo faltar al festín del Imperio,
la necesidad de comer el chicharrón y tomar el calidillo es para mí una
canibalesca religión.
Jaime Chavira Ornelas tiene licenciatura en manejo de negocios, varios cursos de manejo de almacenes, control de inventario, ventas, negociación y motivación, lingüística, control de emociones e inteligencia emocional, manejo de personal. Desde hace 30 años escribe poemas y relatos. Actualmente se dedica a la venta de automóviles y asiste a un taller literario.
Muy bien Jaime...mejorando cada vez más tu narrativa...por el estilo me hiciste recordar a Pedro Páramo...
ResponderEliminarFelicidades Carnal!...Eres Grande!!
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