miércoles, 17 de marzo de 2021

Luis Kimball. La cadencia de la composición

La cadencia de la composición

El Refugio, libro de Elko

 

 

Por Luis Kimball

 

 

El Refugio resulta el lugar donde Elko Omar Vázquez Erosa realiza la obsesiva escenografía del héroe.

 

Ella, encerrada entre los muros del ayer, / cobijada de silencios conventuales.

Ella, dentro de las bóvedas oscuras, / entre el arrullo de las palomas,/ entre las golondrinas (p. 95).

 

Digo “obsesiva” también por lograda. Vea con qué suavidad transiciona la amada del silencio conventual al sonido de las palomas, de estar entre muros a estar entre las aves, sin haber necesitado moverse ni tocarla. El nicho idílico: la cadencia de la composición.

 

Hace mil años te besaba/ después de contemplarte,/ hace mil años entraba en ti/ y las gotas de lluvia golpeaban/ la hoja blanca del poema (p. 101).

 

No sabemos dónde quedaría el héroe si tuviera que despertar a prepararle el desayuno a la esposa y encontrarse con el ofensivo recibo del gas, por ello seguramente disfruta más su soledad.

 

El hechicero desafía la tempestad/ tras un canto de sirenas,/ en una búsqueda ciega/ que puede traicionarlo,/ pero unos ojos entrevistos/ le obligan a soportar sus privaciones (p. 83).

 

Lo mismo con la amada, que debe ser puntualmente imposible, etéreamente ideal y blanca.

 

 Ella, soplo de violencia/ suspiraba entre las ramas/ del encino/luminosa y blanca (p. 57).

 

Niña rubia, quiero verme reflejado/ en la tristeza de tus ojos (p. 67).

 

Lo dijeron hasta cansarse Pacheco, Montes de Oca, Xirau, y no está de más mencionarlo: puede uno agacharse y tomar un puñado cualquiera de literatura de estos lares y encontrar romanticismo. En El Refugio es casi todo su presente, pero si el romanticismo caracteriza la belleza femenina realizándola en lo sublime, con la ideal en mente, postrada en cama, de venas azules, ya a punto de morir, evaporar e irrealizarse como mujer, pero cumplida en un amor perfecto, imposiblemente demandante, que no da para ponerle peros. Haciendo eco al Nobel chileno que cantaba a su amada callada y como ausente, Vázquez Erosa dice:

 

Quisiera tenerte a mi lado/ pero siempre lejana,/ siempre bañada de ausencia...

siempre callada. (p. 55).

 

El romántico siempre elegirá la filigrana de sus poemas sobre la amada, que las vulgaridades que podrían salir de los labios de ella.

 

Hoy me pregunto, insatisfecho,/ de los frutos que previamente/ supusimos en las manos (p. 45).

 

La palabra “romanticismo” aparece hoy denostada desde una comprensión ecofeminista o visiones de equidad de género; nada que refutar, pero sí recordar que el romanticismo fue absolutamente revolucionario, al fijarse en el ideal de una mujer imposible, pagano como no se había dado, pues sustituye la adoración a la figura masculina del Cristo aunque ya eran bastante populares las santas.

En el romanticismo se retoma el lugar de la mujer desde donde lo dejó Aligheri allá por el siglo XIII, como ideal, que ya resultaba un lugar privilegiado comparado con lo anterior, y se evoca la caballeresca medioeval, con su valor y desprendimiento, vertidas en el mejor modelo de un San Jorge. En el caso de este poemario, comienza evocando dragones; dragones rojos que aparecen con gracia.

 

Antes de llegar a ti/ caminaba por las calles/ bajo la sombra de dragones rojos/ que iban a morir en las montañas (p. 7).

 

Aparece la provocación constante al azar y a lo divino, entregando el alma al diablo a cambio del amor de la amada, ya perdiendo de antemano, casi solo por cerrar el pacto:

 

había cerrado las puertas/ que antaño nos abrieran los dioses,/ entonces me puse a escribir poemas/ que lamentaban la pérdida de nuestro ayer (p. 17).

 

A este libro no le falta nada para cualquiera que guste de este tipo de literatura que, de hecho, sabemos popular. Hay pasajes verdaderamente sublimados que dan carácter de poema a varias de las lecturas, cualidad escasa en las publicaciones de versos; mire; en la siguiente estrofa, los dos primeros versos, esperados y comunes, pero de una sorprendente frescura:

 

Eres canto de fantasmas,/ perfume del aire,/ alfalfa verde entre tus ojos/ ebrios de pintar el paraíso” (p. 30).

 

Los paisajes de El refugio superan la ambientación “peliculística”; tienen esa cierta organicidad de la experiencia directa, la pobreza de los entornos no parece decorativa, el frío o la niebla de las atmósferas apenas se ve, pues primero se siente, a saber cómo logre ello, pero es bello:

 

Flor de tu pelo,/ dormida en el murmullo/ de los sauces/ aguardando la plegaria.

 

Bañada de sol/ el agua lame las orillas rojas” (p. 42).

 

No he dejado de mencionar los insumos en el imaginario; el autor tiene su cuervo, su dama de Shallot, en fin, si fuera usted del tipo coleccionista, este libro contiene lo que necesite y uno más: como el autor no es caballero de a caballo ni paje, sino viandante simple de ciudad simple; siempre anda fumando cigarros:

 

y luego pasar la mirada/ a un techo de vigas antiguas,/ y apagar el cigarro/ y pretender que te olvido” (p. 77; Segunda tirada).

 

Y como ya denuncie que nuestro poeta trae cuervo bajo el brazo y a él le dedicará uno de los últimos apartados del libro; graznó de improviso; le cuento, yo iba en la tranquilidad del paisaje de estos versos sobre el paisaje hablaré un poco más, y de pronto, el increpante graznido en los reclamos entre exclamaciones; lea:

Habrá que comprender que el héroe romántico no traza su imaginario sobre el terreno contemporáneo, sino añorante de tiempos de mejor valía. Puedo concluir esto: el escritor romántico es un noble rebelde ante la caída de las monarquías y el abandono papal y guardián de la vieja moral en nuestro tiempo. Y en este caso específico, el poeta está loco: lo digo con respeto, como consideración seria. Años antes me había tentado escribir sobre él: no esperaba varios de sus momentos, los que realmente me conmovieron son aquellos en que el joven escritor puede ver cómo el trasunto que resulta su personaje será desfavorecido por una cuestión casi estética, no heroica ni en lo miserable, sino simple lectura de un destino cualquiera:

 

La tormenta difumina el paisaje/ con tonos bíblicos;/ las golondrinas se guarecen/ en las vigas del cobertizo/ y una camioneta va, penosamente,/ por el camino cerrado de púas y de verdes pastizales” (p. 87).

 

Para lograr momentos así, normalmente se requiere que el escritor tenga una correcta percepción de sí mismo, lo que rara vez ocurre, menos en la juventud. Hay otros dos momentos que muerden aún mejor en la cuestión y un poema hermoso sobre una bisabuela buscando vengar a la hermanita asesinada, pero eso lo dejo a los lectores del libro.

El refugio es una muy buena lectura en su rama. ¿Qué estará escribiendo ahora el escritor, que ya bordeará la cincuentena?

 

Vázquez Erosa, Elko Omar: El Refugio. Editorial UACH, México, 2001.






Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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