Día 1
Por Guadalupe Ángeles
Puerta negra
de metal, abre con su llave un hombre de pelo ensortijado; yo voy en brazos de
una mujer joven, me envuelve una manta tibia. Al entrar, dos niños y una niña
se acercan, la que me carga se sienta sobre una silla de yute entrelazado y
madera, ellos tocan mi rostro, me sonríen, huele a tortillas calientes, a café con
canela; al percibir esto, veo a una mujer mayor que se acerca y me toma en
brazos. Es muy blanca, a diferencia de la otra mujer de la que, pegada a su
pecho tomé leche poco antes de venir aquí.
La casa es
pequeña y oscura, pero los niños que quieren tocar mi rostro son escandalosos,
se ríen y abrazan a la primera mujer, la cual rodea a cada uno por separado y
luego a los tres; parecen un racimo de uvas.
El hombre me toma en brazos ahora y me lleva a una cama, ahí me deposita y me rodea
de almohadas; los niños se acercan otra vez y la primera mujer me desenvuelve.
El aire de la habitación es cálido, ellos quieren apretar mis manos, parece que
a los niños les hace gracia el tamaño de mis dedos, tocan mi nariz y
quieren contar los dedos de mis pies, de mis manos, ponen las mías sobre las
suyas y percibo el tacto de esas manos hermanas. Parece que hago un gesto que
les agrada cuando ponen uno de sus dedos sore mi mentón, será que abro mucho
los ojos, o mi boca busca el pezón de mi madre, ¿a eso me invita sentir una
piel distinta sobre mi barbilla?
Les escucho decir varios nombres. Los adultos deciden con cuál van a
llamarme de ahora en adelante; pasarán muchos años para que comprenda que, no
importa el nombre al que responda, soy parte de este clan (quizá gueto, no
estoy segura), y la ausencia de varios de ellos ha sido como si me cortaran una
parte del cuerpo. Así que aprendí a vivir incompleta, uva en este racimo con
uvas a veces de más, siempre de menos, pero todas nosotras (uvas) seremos algún
día el espíritu de un vino que un improbable Dios beberá en la celebración de
nuestra fugaz existencia.

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