Donde la luz es tan intensa
Por Sergio
Torres
En aquellos días la muerte era joven, caminaba en el universo tocando de
vez en cuando alguna estrella, una flor, una ballena, una joven de catorce
años, un bebé aún no nacido, una anciana cuya mente la había abandonado, un
árbol milenario que se suspendía, de pie, esperando el final.
Con el florecimiento del hombre, la muerte expandió sus operaciones. En
un año había hambruna; al siguiente, peste, maremotos, guerra. Como si la vida,
siempre abundante, valiera lo mismo que un predio, la cura de una fiebre, las
palabras impresas en un libro.
A mi casa la muerte ha llegado cuando tiene que hacerlo. Para fortuna
suya y nuestra, somos muchos.
Un poco antes de que yo naciera, atropellaron a mi tata Pancho, de quien
mi hermano Fran heredó el nombre. A partir de ahí fueron dejándose abrazar por
la Niña Blanca mi tata Higinio, nana Toña, mi tío Chuy, mi tío Poncho, mi nana
Nati, mi tía Chayo, mi tía Mona, doña Chuyita mi mamá, mi tío Yako, don Nacho
mi papá, mi segunda madre La Cande... y hasta ahí vamos.
He perdido a otros primos y tíos, pero no tengo muy claro el orden: Mi
tío Ramón y mi tía Socorro y mis primas hijas de ellos y algunos de sus nietos.
Del lado de mi prima Adriana, una sobrina. De mi sobrina Mónica, un sobrino.
La Muerte sigue llevarse todo a una dimensión donde la luz divina es tan
intensa que no podemos ver a nuestros amados, ni a los no tan amados ni a los
totalmente desapercibidos.
En la foto doña Chuyita en sus 20, año 1962.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

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