miércoles, 26 de septiembre de 2018

Alejandro Murillo. Un árbol de dinero

Un árbol de dinero

Por Alejandro Murillo

Recibimos una caja de discos. Debemos hacer copias de una película, como requisito para un premio. Tuvimos que conseguir un nuevo proveedor. El anterior cambió de giro empresarial, era demasiado su gusto por la buena comida china. Sirve un pollo enchilado para morir contento.
Perseguimos también un premio teatral. Tenemos la fortuna de contar con tres títulos, en cartelera. Uno, de larga duración, se ha convertido desde hace años en atracción turística.
Pero no es posible hacer copias de la obra para enviarlas a los electores. Deben ir al teatro. De preferencia que vayan a la misma función todos porque la obra puede ser una obra completamente diferente cada día. Se dice que también las personas podemos ser alguien nuevo todos los días, nos demos la oportunidad o no. “For your consideration” hay que escribir en cada disco.
El cine puede grabarse. El teatro necesariamente se tiene que ver. Grabar una obra de teatro significa que se grabó esa función. Al teatro hay que ir. Es más: El teatro no es ni el edificio ni el diseño ni la acústica; y tampoco es la representación de la obra. El teatro es la reunión. El público hace la obra. Sus reacciones públicas son la función. Es su actuar, ante los hechos de la representación, por cómo les percibe.
Por eso, para poder ganar ese premio teatral, no solo es necesario reunir a las personas. Es necesario empezar por escribir una representación digna de reunirles y hacerla en un espacio que resulte ideal. Ah, y convertirla en popular.
Nuestro espacio es ideal, elenco es de primera y un texto que atrae reuniones. Y ya empezamos a platicar sobre la adaptación al cine.
En cine hay esta diferencia: La reunión nunca ocurre ante algo vivo. Raramente. Tal vez con algunos documentales. El cine, ciencia, reúne a quienes buscan admirarse con la posibilidad del milagro, el registro de una idea en movimiento.
Que alguien nos diga qué se le dijo a la primera persona en ser invitada a una obra de teatro. Las primeras personas convocadas a una sala de cine fueron convencidas de asistir al milagro del registro y reproducción de la realidad en movimiento.
Cada vez que vamos al cine estamos ante la prueba de ese trabajo: El registro. Vamos al cine a eso. A creérnosla que ahí hubo. Que a veces no se nota. Que se ve real.
En el teatro la vida no se pone en duda. Eso, ahí delante o alrededor, es la representación viva de una obra. Y sí, se puede parar la función si hay muerte o riesgo de la misma.
Por eso el cine puede no necesitar una sala de espectadores.
Usamos el teatro en nuestra vida cotidiana. Me refiero a nosotros. Pero pensamos en todo el público. Podemos ser show people de la distancia corta. Como cuando imitamos a “une” persona para que sea testigo de los modos ridículos con que “elle misme se exprese”. A eso se le puede decir comedia, por ejemplo.
Para ese tipo de teatro no se necesita una gran reunión. Al contrario, cuando se busca un premio teatral se necesita ser visto en recintos a reventar. Esta aventura del premio, que comenzó como un sincero homenaje a una antigua figura del negocio de nuestro arte, se ha convertido en otra bendita maldición publicitaria más.
En estos momentos mejor me voy al teatro. Está vacío. Sola, Sandra, una de nuestras actrices, está en el escenario. Pidió que no la molestemos hoy mientras repasa un personaje que debe cubrir y que no ha podido aprender porque la escenografía tapa las entradas y salidas.
Silenciosamente me siento a mirarla. Ella respira profundo, se estira, ensaya y termina. Baja. Se acerca a mi asiento, a mitad de las filas, en una orilla. Ya lo tiene, me dice. Histéricamente, como buena actriz. Las hay ecuánimes, las hay ecuánimes multitask, y también las hay histéricas mono y multitask. Sandra es mono. Ella necesita aprender. Quién sabe cómo, ella ha aprendido y mejorado sus técnicas para ensayar y parecer cada vez más real. Así, bien-quién-sabe-cómo.
No la dejamos ganar muchos premios. Resultaron malos para su personalidad. Le pone muy nerviosa aparentar sus gracias y parecer, tantito, solo un poquito, nada más, un ensayito, completar la actuación.
La pone mal la realidad, no sabe actuar como ella misma. Es una persona que necesita aprender y practicar, prefiere el ensayo a la vida cotidiana.
Lleva diez años en los escenarios y todavía no obtiene ningún papel en cine o tv. Todos descubren quien es la Sandra real, en casting. Pocos entienden la diferencia entre su talento y su verdadero ser. No es que sea una persona difícil pero no fácilmente vas a hacerla tu amiga. Sus amigos son los que entienden su talento y las razones buenas para protegerlo.
Le seguimos pidiendo que haga pruebas para cine y tv porque le encontramos papeles interesantes. Pero la hemos saturado con muchos más consejos para entender mejor a quienes le hacen las pruebas, que lo que le ayuda a preservar su talento. Pronto dejaremos de conseguirle esas citas, tenemos que entender que no le gustan.
Hoy se siente lista para cubrir otro papel, en cualquier momento. Bromea, dice que espera no confundirse en plena función de esta noche, y soltar algo del nuevo rol. Una sola gran carcajada suya hace temblar a este teatro entero.
Iniciada la función, los actores no pueden ver más que el pasillo de entrada al escenario. La obra queda tapada por la escenografía. Juan es el actor principal pero su personaje es el patiño de la protagonista. Vicky le termina de arreglar el vestuario, justo antes de salir. Con un oído en la escenografía, Adriana mantiene sus responsabilidades de gerente. Con el otro, escucha lo que Juan le tiene que decir: ¿Sabías que los bebés sí desarrollan un lenguaje desde que balbucean? A lo que Silvia responde: solo que a veces se guardan el significado para ellos mismos. Ese teatro no nos gusta, concluyen, al unísono. Es su gag, en ese momento de la obra.
Raúl es otro actor. Estuvo a punto de interpretar a nuestro patiño principal, pero le conseguimos un buen papel en cine. En estos momentos se encuentra en pleno set. De malas, no le está gustando nada el rodaje. Dice que permanece amable, en su rol; pero al corte se le quita el gesto actuado, y todos lo dejan inmediatamente en paz. Interpreta a un policía que se disfraza de enfermero para perseguir a un criminal. No puede esperar a llegar a las escenas del policía normal.
Todos están encantados con su actuación, se portan como espectadores de una obra. Asistir al nacimiento de un personaje, en condiciones de set de cine, es como asistir a un ensayo general, que admite errores pero debe ser muy bueno y acarrear espectadores a las salas. Al final de cuentas, el cine sí produce reuniones, todos vemos algo de esos ensayos. Digan lo que digan, el cine sí es como el teatro.
Raúl es muy bueno en teatro. En cine también. Lo contratan porque dicen que es obediente. Pero es tan buen actor que puede pasar por un no profesional, por una persona real, en lugar de exhibir marcas de creación. En teatro puede que las marcas de actuación y los destellos de esas marcas, en el personaje, nos convenzan de la grandeza del talento de un intérprete. En el cine esas marcas no están necesariamente hechas de esa misma materia ni del mismo proceso. Por eso hay quienes creen cuando alguien dice que es cierto: así, hasta Marilyn podía actuar. Pero también es cierto que una Marilyn en el escenario no actuaría como la Monroe. Y por eso hubo quienes sí alcanzaron a dirigirla bien. En fin.
Mientras que Juan es de los que prefieren el comentario cómico, antes de salir a escena, Raúl es de los filósofos. Sandra repasa su memoria. Raúl suele soltar frases sabias como “La paciencia nos hace más bellos”. En estos momentos él se encuentra en plena práctica.
En una obra, Sandra tenía una sola escena con él. Por diversión, él quiso cambiar de lugar y una noche después de un ensayo le pidió ayuda para aprenderse otro papel “que me pidieron cubrir”. Mentira. Como casi todos los hombres, este actor entró al teatro creyendo que iba a conseguir a una chica.
Sandra dice que siempre supo que iba a ser actriz pero que no conocía sus problemas para actuar, hasta que empezó. Raúl tenía 18 años cuando fue a su primera obra. Vio a una niña muy linda entrar al teatro un día que se escapó de la secundaria con sus amigos. Dejó a los otros dos, dijo ahi vengo y se metió al edificio. Al menos eso cuentan los amigos. Dentro, no había nadie. Lo sacaron porque no era hora de la función.
Raúl no sabía nada de teatro entonces. Creía que era como películas y solo le gustaban los libros de mecánica. No le creyeron que buscaba a su hermana, ni le entendieron cuando comenzó a describirla. Sus amigos estaban afuera, cuando lo sacaron. Un grupo de personas hizo fila en la taquilla, casi en cuanto abrió. Raúl convenció a Genaro de comprar tres boletos a cambio de su botella de mezcal que tenían en el cuarto.
Raúl sí se impresionó de ver actuar a Rebeca. Nunca había conocido a una actriz, antes que verla actuar. No había entendido que la niña había salido del teatro por un agua fresca, con todo su vestuario de colegiala.
Ni siquiera se enteró de qué era la obra, Raúl tenía más bien ganas de una novia. A su primera reunión fue a conocer chicas. Entre el público vio a una jovencita con la que por poco y sí se encuentra, durante el intermedio, a la que también miró durante la función entera.
La joven estaba prometida en matrimonio con un europeo. Tiempo después, Raúl se encontraría con Rebeca en una fiesta. Era amiga de las primas de un compañero de ingeniería. Hasta después de enamorado conoció quién era esta Rebeca, de quién se trataba. No pudo confesar que no recordaba la obra. Y Rebeca no lo sabe, a la fecha.
En esa época, en edad de universitarios, Rebeca, que estudiaba letras, tenía un novio. Actor. Raúl no sabría nada, lo supo tiempo después. Un actor muy bueno que murió joven. Murió cuando ya no era novio de Rebeca pero ella se volvió famosa por haberlo acompañado hasta sus últimos días. Y por dejar la universidad. Y por su gran versatilidad que él presumía de ella. Lo puede todo, decía.
Se volverían a encontrar hasta los escenarios. Rebeca tardó en reconocer que estaba enamorada de Raúl. Él ya era actor, después de aquel gran drama de ella; y seguía interesado en conseguir una mujer cerca de los escenarios. Creyó actuar solo como aficionado, en todos los talleres de sus escuelas. Y se veía más como un diseñador de coches de carreras, que como un patiño de la escena.
Se encontraban Sandra y él repasando al personaje que él se inventó que iba a cubrir, cuando Rebeca entró al teatro. Rebeca debía encontrarse con nosotros para hablar de una obra que quería escribir. Pero se le olvidó, por mirar actuar a Raúl. Se fue, terminado el ensayo. Sandra se puso nerviosísima por no saber de quién era esa sombra que se levantaba y se iba. Yo tampoco entendí. Raúl se sintió visto y le gustó.
Rebeca me llamó para decirme que no había podido llegar a tiempo pero que lo pensó mejor y prefiere seguir actuando. En cine, más que en teatro. El tiempo pasaba y el cine nunca se concretó.
A ella el teatro simplemente la absorbió. Alcanzó nivel de realeza bastante pronto y la vida no le bastó para conocer a otros jugadores como ese tal Raúl que estaba repasando hoy una escena con Sandra.
A la fecha Rebeca, cada noche, desde hace veinte años, interpreta un papel que ayudó a crear. Se supone que un papel se adapta mejor a ti cuando llevas tiempo haciéndole. Y de Diosa ya nadie la baja.
Raúl, por otro lado, cada vez es más visto en pantallas.
Por otro lado Sandra prefiere a Juan. El periodismo, la sabiduría. Sandra y Juan comienzan solos el segundo acto. Ella debe tener una carcajada al iniciar. Para estimularla, Juan se encuentra perfectamente preparado de muchas formas: Yo todo lo hago por Rosa Parks. ¿Sabías que lo único que quería Rosa Parks era que su público blanco se levantara y le permitiera viajar tranquila?
¿Te hiciste responsable de pedir tu árbol de dinero en tus oraciones de hoy, verdad?
Raúl puede poner una carcajada con tan solo ponerla; ha descubierto sus propias motivaciones. Juan y Sandra actúan motivados el uno por el otro. Raúl es más rápido con la reunión de espectadores; Juan y Sandra tienen otro efecto, algo en conjunto que no es solo talento sino motivación.
Sandra y Juan son homosexuales. Fue una lástima cuando Raúl descubrió la homosexualidad en “el ambiente”. Peor, cuando conoció bien a Sandra. Se decepcionó y no pudo actuarlo. Hasta Rebeca le vio hacer drama en plena calle y quiso conocer el conflicto. Así funciona el teatro también.
En ese momento Raúl todavía no entendía que Rebeca era la misma que había influido en él para entrar al teatro. Ni Rebeca tampoco. Ella solo le preguntó qué tenía y él dijo que nada.
Rebeca usaba el cabello corto y, sin maquillaje, su nariz no era como la de los personajes. Pero lo podía todo. Era algo de lo que Raúl se daría cuenta pronto. En la fiesta donde se conocieron no se hicieron amigos. Fue más la borrachera. Ahora Raúl tenía la cabeza en un conflicto claro.
¿Todos en el teatro son homosexuales? Yo no, dijo Rebeca, yo soy bisexual. Raúl cree que ahí empezó a sentir que era bisexual también. Sintió una transparencia en Rebeca igual a la que ella sintió de él.
Se hicieron novios, tuvieron sus aventuras, se separaron un tiempo, se divorciaron y han vuelto. Aquella tarde Raúl se enamoró de la verdadera Rebeca, a quien nunca había visto actuar. Y tampoco parecía la misma Rebeca de la fiesta, pero ella opinaría lo mismo de él.
Solo han estado juntos en una obra. Bueno, en un ensayo… de una de las primeras versiones de la actual obra de ella. Él era el hombre más feliz del mundo mientras ella comenzaba a asimilar la idea de que este personaje le gustaba casi como si se adueñara de su ser.
Fue ahí que le ofrecimos a Raúl su primer cine. Lejos.  Esta historia puede contarse colocando sobre nosotros la responsabilidad de separar a una pareja perfecta. Por eso en esos momentos mejor me regreso al teatro vacío, con actores en ensayo perfeccionando la obra, antes de representar tanto drama.
Antes de este mal viaje les tocó una etapa en la que era uno o el otro el que tenía función. Raúl fue primero, cuando la obra aquella con Sandra. Rebeca asistió casi a todas las funciones buscando la sensación de haberlo visto en aquel falso ensayo. Mejor dicho, buscando en el resto de las escenas algún trazo de lo que ella pudo ver la tarde que renunció a escribir.
Raúl adquirió notoriedad luego de esa obra. Terminada, fue el turno de Rebeca. Raúl decidió no asistir más que a la noche de estreno, por la impresión. Jamás pensó que le sería devuelta la sensación de enamorarse del teatro por desear a una mujer, a quien reconoció casi desde su primera entrada. No solo eso, es verdad: Rebeca lo puede todo.
Se pusieron a trabajar y el tiempo simplemente no los juntó. No hubo papel teatral que le dejaran interpretar a él que él quisiera, y no aceptaba interpretar las ofertas que le hacían. Lo buscaban más ante las cámaras y solo había que dar una función. Después, en pantalla, se veía, y se daba cuenta que disfrutaba desaparecer así, prefería eso.
En esta historia no hay ya más dramas. Solo buenos actores.
Este año, Rebeca, soltera perpetua, mimada y codiciada por todo tipo de pretendientes, presentará el premio a la mejor producción teatral, por el que queremos competir. Los discos que estamos grabando con la película, por otro lado, son para buscar especialmente un premio de actor para Raúl, famoso en el medio por proteger su privacidad.
El rumor más conocido, de cualquier modo, es que el premio teatral lo tenemos asegurado gracias a la enorme química escénica de Sandra y Juan.
Raúl pudo ver a la misma Rebeca de siempre, mientras que ella le demostró su amor elogiando su trabajo como si fueran los mismos que se conocieron por renegar de los gays y las lesbianas. Él le entregará el premio de actriz a Sandra. Al subir, ella le dirá: “Quisiera tener tu confianza para soportar este tipo de cosas”. A lo que el responderá: “Si quieres, me lo gano yo”. Juan será nombrado mejor actor del año y recibirá su premio anunciado por una escritora que dejó la actuación cuando descubrió que Juan no podía ser el amor de su vida.
El teatro es la reunión. En la realidad no se representa, se actúa. Actuar es reaccionar. Y hay espectáculos privados. Corregir en teatro es más barato que en cine, y otros cuentos.
Los discos de la película los pagamos con dinero del teatro. Probablemente podamos reponer ese dinero con algo de la taquilla de la obra de Rebeca. Tenemos, actualmente, estos tres negocios. Fuera, lo que queda, son histerias de amor teatral.








Alejandro Murillo (Delicias, Chihuahua) estudió cine en el CUEC de la UNAM y escribe desde adolescente. Recibió una candidatura al premio Ariel por su documental Hasta la punta de los dedos, sobre lengua de señas mexicana. Y ganó el Festival Mix con su corto Si nos dejan. Prepara el lanzamiento de un largometraje para sordos basado en una obra de teatro de la compañía Seña y verbo. Y todo lo que ve lo quiere escribir.

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