Malatesta
Por Raúl Sánchez Trillo
E.H. Carr, al hacer el balance de la ruptura
entre socialistas libertarios y autoritarios, en el Congreso de la Haya de
1872, escribe: “Ni Miguel Bakunin ni Carlos Marx legaron al morir ninguna
organización internacional consagrada a la aplicación de sus principios
revolucionarios a escala mundial, pues ninguna de las “Internacionales”
disidentes en que la organización matriz se escindió (…) llegó a sobrevivir más
de medio decenio. Más o menos organizados, pero sin fuerza apenas, siguieron
existiendo grupos marxistas y bakunistas (…) Hubiera sido precipitado predecir
entonces si los revolucionarios del futuro levantarían el estandarte de Marx o
el de Bakunin. Pero indudablemente Marx poseía una formidable ventaja sobre su
rival. Legó a sus seguidores un claro y bien trabajado cuerpo de doctrina”.
Doctrina de la que Bakunin se pitorreó en su tiempo señalándola como intrínsecamente
autoritaria.
Si en verdad el infierno existe,
desde sus profundidades Miguel Bakunin ha de haber soltado una sonora carcajada
al escuchar el primer golpe de piqueta sobre el muro de Berlín. El tiempo le
daba la razón en el histórico debate sostenido con Carlos Marx. El claro y bien
trabado cuerpo de doctrina, al que se refiere Carr, se convirtió en un dogma,
religión disfrazada de teoría científica para otorgarle un sentido a la
historia, ese diosecillo travieso que se niega a quedar encasillado en los
límites marcados por los materialistas dialécticos. Ante el derrumbe de lo que
se conoció como socialismo real –o mejor dicho, con palabras de Bakunin,
socialismo autoritario– aún se trata de buscar en la vieja doctrina una razón
que la redima, ora culpando a Stalin o derrumbando a Lenin de su pedestal, para
encontrar la explicación del aberrante desvío que produjo la Cheka, el
aplastamiento de los marinos de Kronstadt, los campos de trabajos forzados, la
quema de las obras de Shakespeare en la revolución cultural china, los crímenes
de Pol Pot, Tianamen, Sendero Luminoso, o lo que es peor quizá: el sacrificio
de generaciones de revolucionarios que se batieron inútilmente, como diría
Simone Weil, al igual que los troyanos bajo la sombra de Helena.
Los revolucionarios del futuro
levantaron el estandarte de Marx; tal parece que el autoritarismo ejerce sobre
las masas y los intelectuales una extraña fascinación. El hombre dueño del presente
quiere ser dueño también del futuro, por eso inventa fórmulas fijas y
soluciones claras e intenta adaptar a los individuos a esquemas racionales
concebidos en función de una idea teórica. Es difícil resistir la tentación de
caer en la seguridad de una doctrina capaz de explicarlo todo, todavía más si esta
se presenta ungida por el poder científico. Solo unos cuantos locos han
resistido esa tentación. Tercos predicadores de la anarquía, se han visto
frecuentemente sepultados por la indiferencia de los influidos por el terrible
poder de las abstracciones ideológicas, pero a veces su pensamiento y sus ideas
llegan a ser un destello. Tal es el caso de Errico Malatesta, quien planteó la
anarquía como un estilo de vida y no como teoría científica.
Malatesta dedicó sesenta años de su
vida al movimiento anarquista europeo. Tuvo en América dos activos partidarios:
Emma Goldman y Alexander Berckman y a través de ellos ejerció una importante
influencia sobre Ricardo Flores Magón. Un breve esbozo biográfico aparecido en
el libro Los anarquistas, de Irving
Louis Horowitz, nos dice que cuando estudiaba medicina en la Universidad de
Nápoles abrazó el credo republicano para convertirse después en socialista.
Ingresó a la Primera Internacional,
donde fue partidario de Bakunin. Actuó constantemente en favor de los
principios de acción directa, la ocupación de tierras y la huelga general.
Organizó un buen número de revueltas obreras e insurrecciones. Pronunció
discursos antiestalinistas en muchas asambleas anarquistas de carácter
internacional. Presentó importantes descripciones del anarquismo comunista y de
las tácticas anarquistas, que tuvieron un gran impacto en el seno del
movimiento. Como muchos otros anarquistas, Malatesta, que tenía por ahí una lanilla,
usó sus bienes al servicio de la causa. Ganó el apoyo de amplias secciones de
sus compatriotas cuyas demostraciones y huelgas en su favor lo salvaron de la
muerte y la cárcel en muchas ocasiones. Nunca se ganó la vida como escritor,
sino como trabajador manual. Preso y exiliado en múltiples ocasiones, se dice
que encontró oro en Argentina, anduvo por Estados Unidos y publicó varios
periódicos radicales. Participó en la insurrección de Jerez en España y en la
huelga general de 1895 en Bélgica. En su exilio en Inglaterra vendía helados en
las calles de Londres para ganarse la vida y por la noche escribía brillantes
artículos para los periódicos italianos. Regresó a Italia donde murió, a los 79
años, bajo arresto domiciliario durante el régimen de Mussolini. Su obra más
conocida en inglés es el panfleto Anarchy,
del cual existe una versión en español titulada La anarquía y el método del anarquismo.
En La anarquía y el método del anarquismo Malatesta define a la
anarquía como sinónimo de socialismo, la cual surgiría “del libre concurso de
todos mediante la asociación espontánea de los hombres con arreglo a sus
simpatías y necesidades, de abajo arriba, de lo simple a lo compuesto,
partiendo de los intereses más inmediatos para llegar luego a los más lejanos y
generales… (y tendría por finalidad) …el mayor bienestar posible y la mayor
libertad de todos, reuniría a toda la humanidad en fraternal lazo y se
modificaría y mejoraría conforme se modificasen las circunstancias y las
enseñanzas de la experiencia”. En cuanto al método: “…es, justamente, lo que
ante todo diferencía a los partidos y determina su importancia en la historia.
Dejando aparte el método, todos dicen que quieren el bien de los hombres y muchos
lo desean francamente… Es necesario, pues, ante todo, considerar la anarquía
como un método”.
Según su entender los métodos de los
diversos partidos no anarquistas, de los cuales se espera el mayor bien para
todos, pueden resumirse en dos: El autoritario y el llamado liberal.
“El primero confía a unos cuantos la
dirección de la vida social y fomenta la explotación y opresión de la masa por
parte de algunos privilegiados. El segundo se ampara en la libre iniciativa
individual y proclama, si no la abolición, la reducción del gobierno al mínimum
de atribuciones posibles; mas como respeta la propiedad y todo lo funda en el
principio Cada uno para sí, y por
consiguiente en la competencia entre los hombres, su libertad es solo la libertad
de los fuertes… para oprimir y explotar a los débiles”. Este segundo método
tiende a aumentar la distancia entre ricos y pobres llevando casi siempre a la
tiranía. Malatesta continúa: “Los anarquistas presentamos un método nuevo: la
libre iniciativa de todos y el pacto libre después de que, abolida
revolucionariamente la propiedad privada, todos están en posesión de igualdad
de condiciones para disponer de la riqueza social. Este método, no dejando
lugar a la reconstitución de la propiedad privada, debe conducir, por medio de
la libre asociación, al triunfo del principio de solidaridad. (…) “¿Cómo se
educarán los niños?, no lo sabemos. Los padres y los maestros y todos los que
se interesan por la suerte de las nuevas generaciones se reunirán, discutirán y
se pondrán de acuerdo o se dividirán y por último pondrán en práctica los
medios que tengan por más eficaces. Y con la práctica, el método que realmente
sea mejor acabará por triunfar. (…) De igual modo se resolverán todos los
problemas que se presenten”.
Errico Malatesta es una especie de
puente entre los anarquistas del siglo pasado y del presente. Anticientifista,
no cae en el error de equiparar a la anarquía con una ciencia o una filosofía. No
es tampoco un irracional sino más bien un racionalista crítico. Consecuente con
ello enfiló su crítica también hacia el campo libertario, como es el caso de
Kropotkin, quien intentó presentar a la anarquía como una ciencia o un sistema
social que debía darse por necesidad natural, algo similar a la doctrina del
socialismo científico. Al respecto, el libertario italiano nos dice: “El
anarquismo es un modo de vida individual y social a realizar por el mayor bien
de todos, y no un sistema, ni una ciencia, ni una filosofía”. Y luego explaya
su pensamiento:
“La ciencia es la recopilación y la
sistematización de lo que se sabe o se cree saber: señala el hecho y trata de
descubrir sus leyes, es decir las condiciones en las cuales el hecho se produce
y se repite necesariamente.
“Satisface ciertas necesidades
intelectuales y es al mismo tiempo instrumento valioso de poder. Mientras
indica en las leyes naturales el límite a la arbitrariedad humana, acrecienta
la libertad efectiva del hombre dándole un modo de hacer servir esas leyes en
su beneficio. Es igual para todos, y sirve indiferentemente para el bien y para
el mal, para la liberación como para la opresión.
“La filosofía puede ser una
explicación hipotética de lo que se sabe o una tentativa de adivinar lo que no
se sabe. Plantea los problemas que escapan, al menos hasta ahora, a la
competencia de la ciencia, e imagina soluciones que por no ser, en el estado
actual de los acontecimientos, susceptibles de pruebas, varían y se contradicen
de filósofo a filósofo cuando no se convierte en un juego de palabras y en un
fenómeno de ilusiones, puede ser estímulo y guía de la ciencia, pero no la
ciencia.
“La anarquía, en cambio, es una
aspiración humana, que no está fundada sobre ninguna verdadera o supuesta
necesidad natural y que podrá realizarse o no, según la voluntad humana.
Aprovecha los medios que la ciencia proporciona al hombre en su lucha contra la
naturaleza y contra las voluntades en oposición; puede utilizar los progresos del
pensamiento filosófico, cuando sirven para enseñar a los hombres a razonar
mejor y a distinguir más fácilmente lo real de lo fantástico; pero no puede ser
confundida, sin caer en el absurdo, ni con la ciencia, ni con un sistema
filosófico cualquiera. Se puede ser anarquista cualquiera que sea el sistema
filosófico preferido. Hay anarquistas materialistas como los hay
espiritualistas, hay monistas y pluralistas, agnósticos y –como yo mismo– los
hay que, sin prejuzgar los posibles resultados futuros del intelecto humano,
prefieren declararse simplemente ignorantes”.
El anarquista italiano no deja lugar
a dudas y ataca el exceso de cientifismo
con que han sido recubiertas las doctrinas sociales del siglo pasado. Al dar un
espacio a la voluntad humana y a la libertad, recupera la responsabilidad moral
que tienen los luchadores sociales, independientemente de las famosas
condiciones históricas, que han servido inumerables veces para justificar
crímenes contra la humanidad.
Contundentemente señala: “La ciencia
es útil e indispensable en el terreno de la lucha social para establecer los
límites donde acaba la necesidad y comienza la libertad; más para que los
hombres tengan la fe, o al menos la esperanza, de poder realizar una obra útil,
es preciso admitir una fuerza creadora, independiente del mundo físico y de las
leyes mecánicas. Y esta fuerza es lo que llamamos voluntad. Los materialistas
deterministas y mecanicistas niegan todo eso, creen que todo está sometido a la
misma ley mecánica, que todo está predeterminado por los antecedentes físico mecánicos,
tanto el curso de dos astros como el brote de una flor, la emoción de un amante
o el desarrollo de la historia humana… Pero entonces, a pesar de todos los
esfuerzos seudológicos de los deterministas por conciliar el sistema con la
vida y con el sentimiento moral, no queda puesto, ni pequeño ni grande, ni
condicionado ni incondicionado, para la voluntad y la libertad”.
Malatesta, que se autocalificó modestamente
como ignorante, fue un activista revolucionario que hizo agudas observaciones
en el seno del movimiento anarquista. Sus pensamientos habrán de tenerse en
cuenta por los revolucionarios de este fin de siglo. Fue un hombre de buen
corazón que tuvo fe en un futuro solidario para la humanidad, pero no la fe
ciega y dogmática de los religiosos o iluminados por una filosofía científica
sino, como él la definió poéticamente:
“La fe –en nuestro caso– no es una
creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte
esperanza”.
(Esta crónica de Raúl Sánchez Trillo
es parte de su libro Notas anárquicas,
inédito).
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