Felicidades
Por Larizza Arvizo
Entró por la puerta, me parecía ver un fantasma, pálido y muy delgado,
sus orejas gigantes jamás habían sido un
secreto pero hoy parecían más notorias. Habían pasado tres meses desde que una
pesquisa con la foto de él y de su hermana se dejó ver por la colonia, aunque
a la madre no parecía importarle que no
supieran nada de ellos: ella ni se inmutaba, muy apenas y sacaba los cinco pesos para comprar copias
de las fotos y el con peso de cambio
compraba un dulce para sus otros dos críos.
Se acercó lento y ligero como una pluma cayendo de un árbol. Jalaba su
camiseta y metía el dedo índice en un agujero. Cercano estaba el día de la
madre, pregunto por un moño y una
tarjeta blanca. Sus ojos estaban sombreados por unas ojeras feroces, sus
dientes aunque nunca fueron blancos sí se notaban más grandes por lo delgado de
la cara; no le había visto desde que me informaron que ya los habían
encontrado.
Regresó hecho una miseria, se le veía triste y amarillo. No era él, no
era ya aquel niño travieso y sonriente, el que nunca me pareció grata su
presencia pero yo notaba saludable.
Eligio un moño de entre el montón, el único que quedaba verde, un verde
tan oscuro como su nueva alma.
Tenía endidas las cienes, el cabello muerto de tan reseco, parecía quedarse
calvo y apenas tenía 10 años. Pobre Bernardo.
Salió arrastrando sus pies, parecía que le pesaban. Se fue su casa.
Esa noche escribió a su madre:
―Mamá, me siento muy triste, no sé porque no me quiere, hice todo para
que me quiera pero a usted le gusta más emborracharse que hablar conmigo. En
las noches cuando le pido que ya no me deje en el cuarto con mi papá, usted no
me hace caso. Cuando me sale sangre por lo que me hace, no solo del cuerpo,
también de mi corazón, y mis lágrimas me llenan la cabeza de dolor, entonces me
dan ganas de morirme. Perdóneme por ser mal hijo, ya no quiero molestarla.
Feliz día, mamá.
Dejó la carta en la cama, justo bajo la almohada de su madre. Salió del
cuarto, subió a la mesa, con la cinta se su trompo hizo un nudo en el abanico, brinco
de golpe.
Cuando entro Mireya casi dormida vio unos zapatitos que colgaban, voltio
asustada y salió corriendo. Estaba Fernando su hijo más pequeño colgado en el
aire, el abanico daba vueltas, la cabeza casi se le
arrancaba, Bernardo se había ido dejándole a su madre un hermoso regalo de las
madres.
Larizza Arvizo es licenciada en teatro por la Facultad de Artes de la
Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha actuado en 25 montajes y es ganadora del
premio a mejor actriz y actriz revelación en la Muestra Municipal de Teatro
2009. Actualmente se dedica a la fabricación de máscaras y muñecos teatrales,
además de estar escribiendo el libro El viaje de lyme.
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