El martillo de aire
Por Heriberto Ramírez Luján
Había pasado dos meses
en el rancho de J. B. Runyan trabajando como peón, haciendo diversas tareas,
pero faltaban otras emociones; para mi fortuna llegó Saúl mi hermano al
rescate. Me llevó a Eunice, Nuevo México, para trabajar en una refinería de gas
haciendo zanjas con un martillo de aire, una especie de pistón conectado a un
compresor pensado para romper piedra o concreto. Con el que trabajábamos
nosotros debía pesar unos 30 o 40 kilos, era una tembladera todo el día,
hacíamos jornadas de 10 y hasta 14 horas diarias. Llegué ahí con algunos kilos
de más que al paso de las semanas fueron desapareciendo para darme una
complexión delgaducha.
A pesar de ser
jornadas agotadoras, la convivencia con otros mojados era de lo más divertida.
Escuchar a Chente, un campesino tozudo originario de Falomir, contar la vez que
tuvo que cargar a su viejo tractor, a falta de gasolina, con turbosina que lo
hacía casi volar, nos desternillaba de risa. O a Elías, un compa aquejado de
estrabismo salido de la ranchería El Mulato, platicar sus aventuras sexuales de
fin de semana; eran pasatiempos singulares.
Estar ahí fue todo un
contraste, entre un rancho con experiencias de contacto con la naturaleza muy
gratas y un complejo industrial con motores cuyos pistones rebasaron por mucho
mi imaginación.
(Este cuento de
Heriberto Ramírez Luján es parte de su libro Relatos en celular, inédito).
No hay comentarios:
Publicar un comentario