jueves, 21 de noviembre de 2024

Una peli sin luz ni luna ni magia

 

Rollos cortos

Una peli sin luz ni luna ni magia

 

Por Luis Raúl Herrera Piñón

 

Luego de ver a Emma Stone en Pobre criaturas, ahora les comento otra película donde actúa. Se trata de la infumable Magia a la luz de la luna (2014).

¿De qué va el filme? Stanley es un mago que ha dedicado su vida a revelar espiritistas fraudulentos. Él planea descubrir rápidamente la verdad detrás de la célebre médium Sophie. Sin embargo, cuanto más tiempo pasa con ella, comienza a pensar que en realidad podría ser capaz de comunicarse con el otro mundo, pero lo que es peor, podría estar enamorándose de ella. Esta es la línea argumental que nos presenta el veteranísimo cineasta Woody Allen en esta producción muy a su estilo.

Lamentablemente, luego de la emotiva e intensa Blue Jasmine (2013), Allen pareció desinflarse en esta comedia que no solamente nos transporta a la época de los años veinte del siglo pasado, sino que además nos deja ver un modo de hacer películas “muy a la antigua”, es decir, con demasiado tiempo de cámara fija en diálogos largos, y un ritmo lento, muy lento, como si el tiempo no importara. Quizás por esa razón los 97 minutos que dura Magia a la luz de la luna parecen demasiados, tiempo en el cual la única magia que encontramos es la de ver a un Woody Allen repetirse a sí mismo hasta el cansancio.

Desafortunadamente, la selección del reparto no ayuda a aligerar las cosas. Colin Firth está más que fuera de lugar y Emma Stone, aunque hace lo que puede, no llega a hacernos creer que es una médium.

Con la premisa del mago que intenta descubrir a los médiums fraudulentos, uno esperaría más de la historia, pero lo que menos le interesa a Allen es la magia, ni los médiums, ni los medios utilizados para descubrir sus falsedades, en lo que centra su película es en la historia de amor entre el mago y la médium, la cual está llena de banalidades y carece de interés alguno.  

En el letargo de una trama dormilona, entre música de ensueño y paisajes primorosos, Allen se ha quedado sin nada que contar, aunque esa nada la cuenta de una manera deliciosa, muy a su estilo tan profesional.

Afortunadamente la cinta tiene algunas cosas muy buenas, como la bella música de la época algo habitual en el cine de Allen, una detallista y hermosa fotografía y una iluminación impecable, lo cual no es suficiente para mantener el interés en una película cuya historia va a ninguna parte.

Sin duda, Magia a la luz de la luna no es una de las peores películas de este polémico cineasta, aunque quizá se trate de una de sus más olvidables, tanto que me costó mucho escribir estos comentarios, pues tan pronto terminé de verla ya me había olvidado de su existencia. Por eso les recomiendo que si tienen la oportunidad de no verla, lo hagan en beneficio del empleo eficiente de su tiempo.

 

Título original: Magic in the Moonlight. Dirección: Woody Allen. País: Estados Unidos. Año: 2014. Reparto: Emma Stone, Colin Firth, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver. Duración: 97 min. Dónde ver (O mejor no): Amazon Prime Video y Pluto Tv.

 



Luis Raúl Herrera Piñón es el jefe de la Unidad de Cine de la Quinta Gameros desde hace 19 años, tiempo en el que ha privilegiado la difusión de la cultura, a través de cine de calidad. Durante años publicó en El Heraldo de Chihuahua su columna Rollos cortos, en donde hacía crónicas y crítica de cine.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Noviembre

 

Noviembre

 

Por Marco Benavides

 

Desde la ventana veo que las nubes se amontonan pesadas en el cielo de noviembre, una masa de grises que promete más que un susurro de invierno. Afuera, el aire tiene ese filo de frío que se siente fresco y vivo, un contraste con el calor acogedor de dentro, un refugio de madera y recuerdos. Cada aliento al salir es una punzada helada, un recordatorio vivo de que el verano ha huido sin promesa de retorno.

Hoy el mundo parece retraerse, encogiéndose bajo el peso de una atmósfera expectante, mientras las primeras gotas de una lluvia tenaz comienzan a dibujar ríos temporales en los cristales. El suelo, saturado de una humedad que se siente hasta los huesos, recibe a cada gota como a una vieja conocida.

Es un día para mirar hacia adentro, no solo a las habitaciones de una casa llena de silencios, sino al interior de uno mismo. Las horas parecen extenderse densas y lentas mientras el ruido del agua golpea el tejado con ritmo constante. Es un sonido que invita a la introspección, a considerar los cambios, a meditar sobre las pérdidas y los hallazgos que traen consigo las estaciones.

En la calle, las hojas caídas forman un tapiz húmedo, brillante bajo la escasa luz, pintadas de nostalgia por el otoño que ya nos dice adiós. El frío que entra en los pulmones con cada inhalación es casi doloroso, pero purificador, arrastrando consigo los últimos vestigios de cualquier calor residual. Es una purga, un prepararse para el invierno que ya se asoma en el borde de nuestras mantas y en el encenderse más frecuente de la chimenea.

Mañana de noviembre. Eres un susurro gélido en el cuello, un remolino de pensamientos y recuerdos que se agitan como las ramas desnudas contra el cielo plomizo. En ti la melancolía encuentra un hogar, un espacio entre la caída de las hojas y el primer copo de nieve, un momento suspendido donde todo parece posible y nada es seguro. Eres un umbral, una pausa, y en tu frescura llevas la promesa de renacimiento, oculta en el corazón del frío.

Así paso las horas, observando cómo se transforma el paisaje desde mi ventana. La lluvia arrecia y con ella las gotas dibujan historias efímeras en los vidrios, que luego se desvanecen como los sueños que uno apenas recuerda. Me sumerjo en el calor de un té humeante, sintiendo cómo su calor se esparce por mis manos y luego por todo el cuerpo, ofreciéndome un alivio momentáneo contra la frialdad que se cierne afuera.

La casa parece susurrar en respuesta al viento que azota los marcos, cada corriente de aire una caricia más fría que la anterior. Estos muros, impregnados de tantos inviernos pasados, ahora se enfrentan a uno más, cada uno dejando su marca, su recuerdo en las líneas del tiempo que se dibujan sobre la madera y los retratos colgados.

Hay un ritmo en la soledad de este día, una música que solo se escucha cuando se silencian las voces del bullicio cotidiano. Es el ritmo de la reflexión, del conocimiento de uno mismo que solo llega en los momentos de quietud. Los pensamientos se vuelven profundos, oscuros como el cielo que promete no aclarar. Reflexiono sobre el amor, la pérdida, las esperanzas que hemos cultivado y las que se han desvanecido como las hojas que ahora yacen en el suelo.

Recuerdo los rostros de quienes ya no están, sus voces que el tiempo ha ido desdibujando de mi memoria. Pienso en las promesas que hicimos, en las palabras que se llevó el viento, y en aquellas que permanecen, inquebrantables, a pesar de las estaciones. El invierno se acerca, no solo en el calendario sino también en el ciclo de la vida, recordándonos que todo lo que comienza tiene su fin.

La naturaleza no se aferra a lo que fue. Cada año se desnuda, se rinde y se prepara para dormir bajo el peso del frío. Y así deberíamos hacer nosotros, aprender a soltar, a dejar ir, a prepararnos para el renacer que promete cada nueva primavera. Quizás ese es el mensaje oculto en estos días grises, en esta lluvia que parece no querer cesar.

Miro hacia fuera una vez más, los charcos ya formados en las calles, espejos de un cielo que parece estar más cerca de la tierra que de costumbre. Cada reflejo, una paleta de grises y azules, cada detalle del mundo exterior destacando más nítidamente en este espejo improvisado. A pesar de la melancolía, o quizás debido a ella, hay belleza en este encierro, en esta introspección forzada por el clima.

Así, con el corazón lleno de pensamientos y los ojos cargados de cielo, espero el pasar de esta mañana de noviembre. En su frío encuentro una extraña calidez, la de saber que después de la tempestad, y más allá del invierno, siempre llega la calma, siempre renace la vida, en un ciclo eterno que nos ofrece, en cada vuelta, una oportunidad para comenzar de nuevo.

 

19 noviembre 2024

 

https://tecnomednews.com/

drbenavides@medmultilingua.com

 



Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

martes, 19 de noviembre de 2024

Yo no sabía que se puede uno enamorar de la luz de unos ojos

Yo no sabía que se puede uno enamorar de la luz de unos ojos

 

 

Por Sergio Torres

 

 

Yo no sabía que se puede amar durante esta vida, todos los momentos, y la siguiente, y todas las vidas, hasta que me vi en tus ojos: ese café claro con chispas de brillo que, más que reflejar la luz, la expiden sin pausa.

Yo no sabía que se puede uno enamorar de la luz de unos ojos que miran más allá de la superficie, más allá de la imagen, bien adentro, hasta el fondo del alma.

Es más, ni siquiera creía tener un alma.

Toda la vida ha sido un constante escuchar que no tengo sentimientos, y otras frases de la misma naturaleza. Tienen razón,  yo no siento nada con las cursilerías cotidianas. Lo que me mueve es distinto y lo contiene el amanecer, el atardecer, la sonrisa y la mirada de los niños, los ojos de Claudia ¿ya te platiqué de Claudia?

Al paso que voy pronto me convertiré a uno de esos cristianismos fastidiosos en los que, habiendo encontrado la fe, uno intenta compartirla con todo el entusiasmo de que es capaz un corazón recién enamorado, vuelto a nacer en el amor.

Yo no sabía que existe el alma, hasta que sentí que se movía cuando te miro.

 

 

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 4: Visita del primer coro

 

Foto Pedro Chacón

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 4: Visita del primer coro

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Antes de contar este episodio debemos aclarar para los puristas que no hay evidencia alguna en los documentos primarios que refiriéndose a la civilización tolteca mencione la existencia de los coros toltecas. Esta falta de información no debería sorprendernos ni requerir de una explicación, pues sabemos bien que la mayor parte de los códices prehispánicos, que son los que nos la podrían haber proporcionado, habían sido destruídos por los españoles, quienes pensaban que estos extraños legajos eran instumentos de adivinación y brujería que algunos de ellos ciertamente lo fueron: horóscopos, tablas adivinatorias. Las fuentes secundarias, tal como lo hacen los informantes de Sahagún también guardan silencio...

 

Una historia oída en Tacuba relata que los soldados de Cortés usaron los códices depositarios de la tradición, del negro y el rojo, del origen de los dioses, de tanta sabiduría acumulada en ellos, para una vez embadurnados de brea calafatear los bergantines que usaron para atacar la ciudad isla de México Tenochtitlan. Y debemos insistir que este segmento tampoco aparece en ninguna Fuente, pero que es creíble por encajar bien en la historia que sí fue registrada por escrito y que ha sobrevivido hasta nuestros días.

 

            Bueno, ¿pero de qué hablamos? ¿qué eran estos coros toltecas?¿grupos musicales acaso? No, los coros toltecas eran grupos de individuos generalmente jóvenes que se presentaban ante el príncipe sacerdote dios y recitaban a una voz una petición propia o de alguien más: por encargo. Como en los coros del teatro griego, su discurso sonaba melodioso y los proponentes de la petición consideraban que la presentación coral la hacía más efectiva que si la proposición fuera presentada en forma individual.    

Echemos un vistazo a lo que sucedía en palacio antes de la llegada de uno de estos coros.

            Una amplia escalera conducía del patio principal frente al palacio a la plataforma elevada sobre la cual estaba instalado el salón del trono de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl. A su vez, el trono de ónix y alabastro y cojín de plumas se encontraba al fondo de aquel amplio salón asentado sobre un bloque cuadrangular de cantera, un gran monolito, labrado con inscripciones y la figura del cuerpo y la cabeza de una gran serpiente.

             Era notable la representación del ojo de la serpiente: la pupila un agujero de unos 20 centímetros de diámetro rodeado de una trama que hacía aparecer en la piedra una transparencia que difícilmente se logra en una escultura. Las escamas en la cabeza ayudaban a enfatizar este efecto.

En el lado derecho del monolito estaba la escalerilla para subir al trono. El escultor se las ingenió para apoyar esta en la parte superior, dejando un espacio debajo de ella para que el cuerpo de la serpiente labrado en esta cara no se interrumpiera, pasando así como un ofidio real reptando por el piso.

En el lado Izquierdo, el cuerpo de la serpiente aparecía de manera que se veía la cola con catorce hileras de cascabeles que ocupaba la cara posterior del monolito.

 

Los muchachos que formaban el coro que recién había llegado y que era el único esa mañana, desde las columnas a la entrada del palacio, ellos miraban muy impresionados la figura de la serpiente, particularmente su cabeza.

            Se disponían a hacer su presentación ante Topiltzin, que vestía un ajuar que combinaba escamas de oro y cobre representando la piel de la serpiente, penacho y prendedores de jade y plumas preciosas, todo ello simbólico de Quetzalcóatl la Serpiente Emplumada. Hoy no llevaba su otro atuendo, el del sombrero cónico y las rayas tigrinas en los costados de su cuerpo, atributos de Quetzalcóatl Ehecatl, el dios del viento.

A ambos lados del basamento del trono, estaban dos guardias armados con sus macanas con salientes navajas de obsidiana, uno con los atributos del águila el otro del ocelote. Ya se prefiguraba en estos guardias la futura creación de los caballeros tigre y los caballeros águila, las cofradías militares que tendrían los aztecas unos siglos después.

Unos pasos más allá, de pie tras un dispositivo similar a un atril, se encontraba Tlacaéletl, el consejero maestre de Ce Ácatl. Este Tlacaéletl tolteca era sumamente querido y respetado por el príncipe sacerdote, y consultado en cuanta acción tenía que ver con el bienestar del pueblo tolteca y la ciudad de Tula.

Ce Ácatl podía desde su privilegiada posición distinguir más allá de las columnas y de la gran puerta de entrada del palacio parte del barrio de los Sacerdotes, y más atrás la montaña por la cual cada mañana el astro rey se asomaba e iluminaba el salón en el que ahora se encontraban.

Uno de los corifeos, el vocero, se adelantó unos pasos y se colocó en un lugar equidistante entre el resto del coro y el trono. Pronunció unas complejas fórmulas rituales y entonces Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl tomó la palabra y preguntó dirigiéndose directamente al coro:

—¿Y que pedís de mí, amados hijos?

El coro comenzó su presentación, haciendo de las estrofas en náhuatl lenguaje de por sí muy musical un armónico cantar que iba más allá de las meras palabras.

Los primeros cinco minutos de la presentación consistieron de repetidos elogios a Tezcatlipoca. Ce Ácatl ya se veía molesto y frunciendo el ceño pues para cuando esto sucedía ya casi no se oía el sonoro nombre del Señor del Espejo Humeante en ninguna parte, no se le mencionaba ni en templos ni en palacios... pues se vivía ahora el sol, la era de Quetzalcóatl. Habían comenzado las sorpresas.

            Cuanto más se repetían las loas a Tezcatlipoca, más disgustado se veía el príncipe sacerdote. Tlacaéletl, quien se había desplazado de su sitio tras el atril hasta un lado del trono, se empezaba a notar nervioso también, mirando alternativamente al coro, al vocero y al príncipe. Hasta el gato demostraba cierto nerviosismo. Algo dramático estaba a punto de ocurrir.

Habemos de notar en este punto que poco a poco la política religiosa de Ce Ácatl había ido marginando el nombre de Tezcatlipoca a referencias secundarias, históricas, como cuando se hablaba del anterior sol. Ya no se le invocaba antes de todos los otros dioses como se hacía antes.

Así que esto que ahora oían sus oidos y veían sus ojos era sorprendente: en una verdadera avalancha retórica aquellos muchachos del coro derrochaban elogios a Tezcatlipoca, incluso llegaron a mencionar que Quetzalcóatl, quien estaba frente a ellos era "uno de los Tezcatlipocas" precisamente el Tezcatlipoca Blanco. Y abordaron el tema principal que los llevaba hasta el escabel del príncipe dios. El coro aclamó:

—Tu bondadosa caridad, oh príncipe Ce Ácatl, ha determinado suprimir los sacrificios humanos. Escucha sin embargo a estos tus leales súbditos, que ahora mismo de hecho participan en el sacrificio con sus prepucios atravesados por espinas de maguey como lo manda la tradición, que Tezcatlipoca necesita más. Él pide sacrificios, sacrificios totales como los que se hacían antes. Nos pide corazones, sangre. Concédenos, concédele primero que podamos hacer tan solo dos o tres sacrificios para su fiesta que ya se acerca.

Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl no pudo contenerse más. Había montado en cólera y gritó:

—¡Callad imbéciles! ¿Que os habéis creído?

Un segundo después del exabrupto, reflexionando el príncipe que había perdido control y figura, recompuso su actitud y sin explicar el cambio volvió a su tono de la primera frase:

—Hijitos míos, no me pidáis imposibles. Los sacrificios humanos se han acabado. ¡Para siempre! ¿Pues qué no sabéis que Tezcatlipoca ha luchado contra mi dios specular, la Serpiente Emplumada, desde el principio de los tiempos? Y no veis que finalmente Quetzalcóatl ha triunfado. Solo él es dios y él no necesita de los corazones palpitantes y la sangre derramada, los cuales a él mismo y a vuestro Tezcatlipoca se ofrecían. No más sacrificios pues. Ved también que Quetzalcóal, el único dios, aprecia la mortificación como la que vosotros imponeis a vuestros cuerpos, pero que ofrecerla a Tezcatlipoca es un gran pecado.

No mencionó el príncipe los sacrificios que todavía se celebraban además de la mortificación corporal. Él mismo inmolaba algunas culebras y crótalos en el altar mayor, el que antes era usado para sacrificar seres humanos. Y como cada mañana sus ayudantes liberaban centenares de mariposas a las que a veces él mismo incensaba con un pebetero rociado de copal.

Los muchachos que componían el coro de hecho esperaban esta respuesta, o al menos deberían haberla esperado. Ahora miraban el suelo, llenos de miedo, el momento aquel en que el príncipe sacerdote perdió la calma les había dejado pasmados. Por la mente de alguno pasó la idea: Ahora nos matará. Por otra parte, la segunda parte del mensaje estaba más que clara: los sacrificios humanos se habían acabado. Era definitivo.

El tema de la abolición de los sacrificios humanos no perdonó lugar ni momento para ser debatido.  En las plazas y en el mercado, las casas desde chozas hasta palacios, en el campo y en los vivacs militares, la abolición de los sacrificios había sido, era todavía, tema de interés general. Como tal, algunos se quejaban, otros tenían miedo de que los dioses reclamaran lo que tradicionalmente había sido suyo: sangre y corazones. Algunos ruminaban que el final de los sacrificios conllevaba una decadencia de poder: si tú no tomas prisioneros para sacrificar y otras tribus sí lo pueden hacer, eso les da una ventaja. Los más, y particularmente las mujeres las madres, veían el lado humano de la medida y la aplaudían: imposible no ver la crueldad que implicaba abrir en canal a un joven para arrancarle su palpitante corazón. Aquella tan trillada historia de que las madres de los sacrificados anteponían el orgullo del sacrificio al dolor de la pérdida de un hijo era, por supuesto, una patraña.

Algunos veían en la medida la inauguración de una nueva religión, el advenimiento de un solo Dios, sin los abominables sacrificios humanos. Estos como tampoco lo hicieron en Egipto los partidarios de Akenathón, no podían anticipar que la religión también evoluciona por ciclos, o, si se quiere evoluciona y después involuciona. Mesoamérica no había visto todavía nada como la sed de sangre de Huitzilopochli o las tremendas celebraciones en honor de Xipe Tótec que por ser Nuestro Señor El Desollado requería desollar vivas a las víctimas que se le ofrecían.

Volviendo a lo que sucedía con elcoro: los muchachos habían recibido el trueno fulminante en la voz y la mirada del príncipe cuando estalló en rabia ante su petición. Pronto sin embargo se tranquilizaron al ver que el príncipe dios tan presto como había perdido la calma la recobraba y los miraba de nuevo con afecto y calor.

—Y por favor arrancáos esas perniciosas espinas de vuestros miembros. Quetzalcóatl ha hablado y no son de su agrado.

Parecía el príncipe ignorar que en algunos de los códices su propia efigie aparecía efectuando sacrificios en su persona. De hecho no hacía mucho tiempo que él mismo había propiciado estos sacrificios menores precisamente como remplazo de los que se habían prohibido. Se citaba a Quetzalcóatl como propiciador de ofrecer dolor y unas gotas de sangre como ofrenda a los dioses. Pero el punto aquí es que estos muchachos ofrecían sus sacrificios a su rival, el señor del espejo humeante. Eso sí que no estaba bien, es decir, así le pareció al propio Quetzalcóatl.

Esperando una voz que los exonerara, o les ordenara irse, los muchachos permanecían como paralizados como clavados al piso. Ce Ácatl miraba a la montaña como a través de ellos, como si no existieran.

El vocero clamó entonces con una voz que pareció un mujido:

—¡Marchad, idos!




Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor además de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua: Gabriel Tepórame y Diego Guajardo, los forjadores.

La transformación por medio de la poesía en el CAIPA Monterrey

 

La transformación por medio de la poesía en el CAIPA Monterrey

 

Por Benito Rosales

 

La poesía llegó a mi vida tarde. Quizá la necesidad de contar con ella estuvo presente desde el día en que mi hermana Candelaria me enseñó a escribir. Durante más de 25 años ignoré el deseo de expresar en versos mi día a día. Desconocía su alcance y lo importante que sería transitar por este plano terrenal. Me hubiera gustado haber conocido a un poeta en mi adolescencia, a un escritor, o a alguien que disfrutara leer y escribir.

No tuve esa suerte. Mi familia estaba resolviendo otros asuntos más básicos, como llevar comida a la casa y encontrar un refugio donde pasar la noche. Los libros, las novelas, los cuentos, la poesía y los poetas eran algo ajeno a mi mundo. Esa gente extraña que “piensa”, tiene “ideas”, “sentimientos” y “emociones” y las escribe, habitaba una realidad distante.

Por eso ahora, cuando Esther Leonides, del Centro de Atención Integral para Adolescentes de Monterrey, me propuso hacer una actividad con los jóvenes del centro, me emocioné. Pasaron por mi mente una variedad de actividades posibles. En mi vida, escribir ha sido clave para ver mi mundo y encontrar una excusa para sobrevivir. La poesía ha sido fundamental para entender las emociones que envuelven mi realidad, para reflexionar sobre cómo pienso y cómo reacciono. Escribirla me ha dado la oportunidad de explorar, profundizar y redescubrir mis sentimientos. Estoy convencido de que puede ayudar a otros a comprender y reinventar su historia de manera más positiva, especialmente en la adversidad, como la que viven muchos adolescentes en contacto con la ley.

Inicialmente pensé en ofrecer un taller con varias sesiones, culminando con un material impreso. Sin embargo, por motivos laborales, esto no era factible. Entonces recordé a mis amigos del Colectivo Dar la Palabra, en particular a Maricela Gámez Elizondo y Tomás Corona. Con un mínimo esfuerzo, casi inexistente, los convencí de participar. Más allá de ser grandes poetas y maestros, son personas siempre dispuestas a apoyar, especialmente en temas culturales y literarios.

Ellos organizaron un taller poético exprés de dos horas, el cual se realizó el pasado 13 de noviembre de 2024. Prepararon un cuadernillo, contenido y actividades, logrando una sesión hermosa que, estoy seguro, impactó positivamente a los chicos del centro.

Agradezco la participación de todos: a los muchachos por involucrarse, a los directivos del CAIPA Monterrey por su sensibilidad y apertura, y a los talleristas por su valiosa colaboración. Este enfoque, más allá de lo punitivo, refleja una visión amplia, orientada hacia una justicia restaurativa y conciliadora. Dotar a los jóvenes de herramientas como la poesía para comprender y enfrentar su realidad es un paso transformador.

 

Monterrey, 17 noviembre 2024

 


Benito Rosales Barrientos nació en Monterrey, ha participado en talleres literarios de su ciudad natal. Es autor de los libros: Sobre la cornisa del laberinto, poemas; Cuando estos cielos caigan como ojos de gato, poemas; Las flores del jardín, cuento, 2017; La niña y la serpiente, cuento, Metimos la pata, entre otros.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

A libros abiertos episodio 9. Javier Contreras

Una conversación con Javier Contreras en A libros abiertos, episodio 9. Producción: Editores UACH Dirección de Extensión y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

 

Cuando la verdad resulta ser mentira

Cuando la verdad resulta ser mentira

 

 

Por Marco Benavides

 

 

En el vasto tapiz de la existencia humana, pocos momentos son tan devastadores como aquellos en que la verdad se desmorona, dejando tras de sí los escombros de lo que una vez se creyó cierto y seguro. Este desgarrador despertar sacude los cimientos de la realidad, como un terremoto interno que deja expuestas las grietas de nuestro ser más íntimo. En estos momentos, la alegría que alguna vez llenó el alma se disipa como humo en el viento, dejando un vacío helado en su lugar.

Cuando descubrimos que la verdad ha sido una ilusión, nuestra primera reacción es de incredulidad. Nos preguntamos cómo pudimos haber sido tan ingenuos, cómo no vimos las señales que, en retrospectiva, parecen tan evidentes. Nos sentimos traicionados, no solo por aquellos que nos engañaron, sino también por nuestra propia capacidad de discernir y entender. Esta traición se siente aún más intensa porque surge desde nuestro interior, de la confianza que depositamos en nuestro juicio.

A medida que el shock inicial se desvanece, da paso a una profunda tristeza. Los recuerdos, una vez preciosos y ahora manchados por la mentira, se transforman en fuentes de dolor. Cada momento feliz que se vivió bajo el amparo de la falsedad se convierte en una burla, ironía de lo que fue y lo que nunca realmente existió. Es como si cada risa del pasado resonara en los rincones vacíos de un corazón roto, recordándonos lo que hemos perdido: una alegría que era tan profunda como ahora lo es nuestra pena.

En la búsqueda de reconstruirnos, es inevitable sentir ira. Una ira ardiente hacia aquellos que fabricaron las mentiras y hacia nosotros mismos por haberlas aceptado tan fácilmente. Esta ira puede ser destructiva, puede impulsarnos a actos de repudio o aislamiento, pero también tiene el potencial de ser purificadora. Nos permite quemar las ruinas de nuestras ilusiones y, con suerte, deja el espacio necesario para comenzar de nuevo.

Eventualmente, la aceptación comienza a tomar forma entre los escombros de nuestra desolación. Aprender a aceptar no es resignarse a la derrota, sino reconocer que el dolor y la traición también son partes de la vida, tan reales como el amor y la felicidad. La aceptación nos libera de la carga del pasado, permitiéndonos mirar hacia el futuro con una nueva perspectiva, una que es quizás menos inocente pero más sensata.

Y es aquí, en este nuevo comienzo, donde la verdadera transformación tiene lugar. Lentamente, la vida nos invita a reconstruir nuestra alegría desde cimientos más sólidos, no en la arena de las falsedades, sino en la tierra firme del conocimiento y la experiencia. Aprendemos que nuestra capacidad para sentir alegría no desapareció, solo se transformó. Descubrimos nuevas profundidades en nosotros mismos, una resiliencia forjada en las llamas de la adversidad.

Al final, incluso las verdades más dolorosas llevan consigo un regalo oculto: la oportunidad de crecer y encontrar una felicidad auténtica. Aunque la alegría inicial dentro de nosotros haya muerto, como un ave fénix puede renacer de sus cenizas. Una alegría más madura, más consciente y, en última instancia, más verdadera.

Esta es la belleza que surge de la destrucción, la luz que al final del túnel nos espera con una promesa silenciosa de esperanza y renovación. En este ciclo de muerte y renacimiento, la vida se revela no solo como un desafío a superar, sino como un misterio para ser vivido plenamente, en todas sus facetas de sombra y luz.

 

11 noviembre 2024

 

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drbenavides@medmultilingua.com

 

 

 

Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

martes, 12 de noviembre de 2024

La ilusión es una forma muy agradable de esperanza

La ilusión es una forma muy agradable de esperanza

 

 

Por Sergio Torres

 

 

La ilusión es una forma muy agradable de esperanza. Yo tenía la ilusión de pasar esta tarde, noche, madrugada contigo; beber café, comer pastel y reírnos juntos viendo una película, comentando cómo este efecto y aquel se ven tan falsos que resulta divertido de ver y reír. Disfruto tanto ver tus ojos sonriendo que, el solo jugar con la idea de sentarme junto a ti y mirar algo en la pantalla del cine me da una dosis instantánea de felicidad.

Claro que es pura ilusión. En el mundo real las personas no coinciden de una manera tan fácil. Cada uno tiene sus quehaceres, sus intereses y sus prejuicios (unos tan buenos, que salvan la vida; unos tan malos, que nos arrancan la esperanza de que esta vez sí es posible que suceda el amor).

Si te olvidas de la cita del domingo, es probable que sea porque los deberes domésticos, tu familia, otros amigos, otros amores importan más, y lo entiendo, a veces hasta yo me olvido de mí mismo.

Espero encontrarte de nuevo, abrazarte, dejar que el tiempo y el interés crezcan. Y el amor.

 

 

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Serenidad

Serenidad

 

 

Por Guadalupe Ángeles

 

 

Con la piel del minuto presente dibujo la cascada… ¿era así? Durante muchos años fue así. ¿Y ahora? Las palabras tienen ese poder de transformación, logran que un cuerpo de agua sea un miedo profundo, así, también, si el sol brilla de la forma en que sabe hacerlo siempre es posible refugiarse en su fulgor y los pensamientos serán llamados árboles para en ellos trepar hasta la inconciencia. Es eso. Un deseo de no estar bajo el brillo del sol. Una sensata idea de no mostrarse ante uno mismo manchado de los pecados innumerables que ya no tienen castigo posible porque imposible es definir en qué momento se cometieron, o lo cotidiano que se volvió ser esa indiferencia, hace la vestimenta bajo la cual toda palabra hermosa ha de perderse.

      O empezar diciendo: deje de ser yo. ¿Para qué ordenar en correctos cuadrados negros o blancos las características que más que formarnos nos deforman?

      Asumo la culpa. ¿Es eso suficiente? Dejémonos de pensar en piedras arrojadas por manos anónimas. ¿Me entrego al mal de esta manera expedita, clara, con la certeza de ser perdonada?

      Una vez escuché: «El Dios en el que creo ya ha perdonado mis pecados, todos, los presentes, pasados y futuros.» Ojalá fuera mía esa fe. ¿Puedo adoptarla? No debería juzgarme tal vez.

      Queda el camino de entender el lugar que en el sistema se ha tomado, ¿en realidad uno decide ser ladrillo o castillo?, sea dicho en el más puro lenguaje del que toma la mezcla y mide, la aplica, olvidando amaneceres, todo miedo y el propio nombre en el sudor que cubre el cuerpo.

      Sé que busco desesperadamente una voz, pero también sé que eso no se busca, se espera. He aprendido el arte de la paciencia. Sin embargo, gritar sigue siendo una tentación muy grande (¿Has sentido ese deseo de gritar ante un silencio?)

      Me duele la fragilidad humana. La mía, la de quienes amo. No creo que nadie esté preparado para ninguna muerte. Es eso. A eso se reduce, en ello está el anhelar una cascada, bajo su estruendo anular el pensamiento. En tanto brilla el sol como sabe hacerlo. No conozco a detalle mis pecados o sé nombrarlos con una sola palabra: indiferencia.

      La vehemencia de la joven que fui se iría corriendo al verme o me lanzaría una mirada asesina, con justa razón. Me he traicionado a causa de mi fragilidad, ¿o debería llamarla cobardía? Es difícil ser valiente, eso he aprendido, no me felicito, vivir conmigo me ha enseñado a soportarme.

      No existen alfombras mágicas ni pócimas maravillosas para cambiar de lugar y hábitos. Para ser merecedores de esos dones habría que remontarse a la infancia, creer de veras en lo que se vive en sueños. Bastaría con dormir bien, quizá.

      En el corazón no hay tiempo, se supone, será entonces ahí donde buscaré un refugio mientras el tiempo verdadero transforma este hermoso día en noche. Y mi desesperación en serenidad.

 

 

 

Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.

lunes, 11 de noviembre de 2024

A libros abiertos episodio 8. Alejandra Torres

Una conversación con Alejandra Torres en A libros abiertos, episodio 8. Producción: Editores UACH Dirección de Extensión y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

 

A libros abiertos episodio 7. Erbey Mendoza

Una conversación con Erbey Mendoza en A libros abiertos, episodio 7. Producción: Editores UACH Dirección de Extensión y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

 

Expo Libro Independiente 2024, organizada por el colectivo Lenguas Dispersas

Cocodrilo Bit

Expo Libro Independiente 2024, organizada por el colectivo Lenguas Dispersas

 

 

Por Benito Rosales

 

 

El sábado pasado, 9 de noviembre de 2024, estuve presente en la Expo Libro Independiente 2024, organizada por el colectivo Lenguas Dispersas, liderado por Ramona Torres. Es la tercera vez que participo en esta actividad; me parece un ejercicio valioso porque brinda la oportunidad de coincidir con otras personas que también escriben de manera independiente en la ciudad, de escuchar sus historias en el quehacer de escribir, y de conocer sus libros y sus obras.

El evento se realizó en un patio al aire libre de la Casa del Colibrí Club, ubicado en el Barrio Antiguo, en el corazón de la ciudad de Monterrey. Se colocó un micrófono para que cada uno de nosotros pasara a platicar sobre su obra, leer o declamar, según fuera el caso. El orden fue el siguiente:

 

4:00 PM – Júpiter Tropical Ramona Torres
4:15 PM – El bebé que no debió nacer David Mares
4:30 PM – El fin de mi viaje Ismael Victorio
4:45 PM – Desde el espacio visceral Benito Rosales
5:00 PM – Participación Especial Lucía Yépez
5:15 PM – El crujido del tiempo César Ortega
5:30 PM – Velocímetro Sergio Cuateco
5:45 PM – Coincidencias paulatinas Rode Suárez
6:00 PM – La creatividad en los cómics Amura
6:15 PM – Las vértebras del dolor Antonio Ramírez
6:30 PM – Fragmentos del tragaluz José Luis Bautista
6:45 PM – Extractos de líquido cefalorraquídeo Javier Eguía
7:00 PM – Performance poético Arturo Mariño
7:15 PM – Son cosas de la suerte Juan Fco. Benítez
7:30 PM – Diáspora Jesús Garza Morúa
7:45 PM – Libre
8:00 PM – Le dimos al amor pistolas Xavi Bortoni
8:15 PM – Teatro cocodrilo Isaac Gasca
8:30 PM – Sangre Bestia III Alondra Corpus
8:45 PM – Supernova Lenguas Dispersas
9:00 PM – Música Pepe Galván

 

En mi turno, platiqué sobre la antología de cuentos de terror Desde el espacio visceral, un libro que incluye un cuento de mi autoría titulado Las manos del escritor. La compilación estuvo a cargo de la editorial El Gato Tuerto Ediciones, dirigida por el escritor y empresario Antonio Rocha. Fue lanzada en 2023 y es producto de una convocatoria realizada por Daniel Salgado Ponce, del Estado de México.

Disfruté ver y saludar a varios amigos. Espero que esta no sea la última vez que coincidimos y que este tipo de eventos inunden la ciudad. Deseo que el oficio de escribir, la lectura y la literatura en general lleguen a todos los espacios de Monterrey. Lo mejor está por venir.

 

Facebook de Lenguas Dispersas:
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Facebook de El Gato Tuerto Ediciones:
https://www.facebook.com/legatotuerto

Redes sociales de la Casa del Colibrí Club:
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Monterrey, domingo 10 noviembre 2024

 

 

 

Benito Rosales Barrientos nació en Monterrey, ha participado en talleres literarios de su ciudad natal. Es autor de los libros: Sobre la cornisa del laberinto, poemas; Cuando estos cielos caigan como ojos de gato, poemas; Las flores del jardín, cuento, 2017; La niña y la serpiente, cuento, Metimos la pata, entre otros.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Entrega del Premio Nacional de Literatura José Muñoz Cota 2024

Entrega del Premio Nacional de Literatura José Muñoz Cota 2024

 

 

Por Federico Corral Vallejo

 

 

Hoy viernes 8 de noviembre de 2024, por la tarde, se lleva a cabo la entrega del Premio Nacional de Literatura José Muñoz Cota 2024, en Casa Refugio Citlaltépetl de la  Ciudad de México.

Con representantes de la Fundación Cultural José Muñoz Cota Ibáñez, quien fuera un ilustre chihuahuense radicado en Oaxaca y fallecido en la otrora ciudad Distrito Federal. Fue considerado como el orador por antonomasia, maestro, poeta, ensayista y gran pensador. Humanista por todos sus ángulos. Formador de innumerables generaciones de oradores. Su produjo ensayos, poemas, crítica, crónica, y por supuesto, discursos propios de la oratoria y al servicio de la política. Gracias a su poder de orador, fue diplomático en países varios. Como se puede apreciar, muchas son las razones para que se haya creado este premio que conmemora su vida, su obra y su legado cultural.

Gracias a la fundación antes mencionada, así como al Foro Nacionala de Oradores José Muñoz Cota, y a Mecenas del Libro, amén de Tintanueva Ediciones, es que se ha llevado tan loable misión.

Este año los galardonados son:

Rose Mary Espinosa (Ciudad de México,1969) en el género de poesía, con su libros Mi piel en vela, donde la poesía se vuelve un estado de vida. Al leer sus versos podemos degustar, oler y aspirar el poema como un fruto o como un delicioso alimento.

En el género de la narrativa, con el libro En la densa niebla, Griselda Zenil Rodríguez (Veracruz, 1962) nos transporta a un mundo de historias que van de la minificcion al cuento corto, donde la realidad ‒como siempre‒ rebasa a la ficción. Tales historias permiten reflejarnos en alguno de los personajes.

Jesús Chávez Marín (Chihuahua, 1953) se corona en el género de crónica con su obra Chihuahua ciudad literaria, en la cual detalla a de manera de filigrana la historias de las revistas literarias en el septentrión, al puro estilo de la llana verdad, sin tapujos retóricos.

Enhorabuena a los ganadores de esta emisión 2024 y agradecidos con Óscar Juárez Cárdenas, Oswaldo Juárez Ortega, así como a Casa Refugio Citlaltépetl por su apoyo incondicional.

 

 

 

 

Federico Corral Vallejo. Nació en Parral, Chihuahua. Escribe poesía, ensayo, novela, crítica y canciones. Tiene publicados más de 40 libros, entre las más destacados: En poesía: Vomitar mi muerte. En ensayo: Carlos Montemayor: Finisterra será mi voz para siempre. En cuento: Mujer de humo. En canciones: A capella 440 y en novela: El otro Federico, más allá de la ficción. Posee: Premio Nacional Carlos Pellicer para obra publicada 2002. Premio Programa de Publicaciones 2004 del Instituto Chihuahuense de la Cultura con el libro de ensayo Principios de sensibilidad; Premio AFEMIL-Brasil-hispanoamericano de literatura 2006, por su novela Cartografía de una casa, Minas Gerais de Belo Horizonte, Brasil. Premio Nacional de Poesía XXXIX Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro, 2009 por su obra: Los verdaderos ángeles no tienen alas. Dirige Tintanueva Ediciones desde 1997 a la fecha. Su trabajo poético ha sido traducido al inglés, francés y portugués. Publicado en EUA, Canadá, Brasil, Argentina, Perú, Cuba, España, Puerto Rico, Bolivia y México.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

El primer sorbo de café

El primer sorbo de café

 

 

Por Marco Benavides

 

 

La mañana se despereza en tonos de gris y azul, un escenario donde el aire frío envuelve cada rincón y los rayos del sol apenas insinúan su presencia. Las hojas secas crujen bajo los pies de los pocos madrugadores que ya andan en busca de los quehaceres diarios, pero hay un instante especial, una pausa en el tiempo que transcurre entre las paredes cálidas de casa, donde un ritual conocido acontece: el primer sorbo de café.

Antes de ese momento crucial, el aroma ya danza por el ambiente, llenando el aire de promesas. La cafetera, con su burbujeo, anuncia que el líquido oscuro está listo. Al sostener la taza entre las manos, los dedos encuentran refugio en su calidez, como si quisieran detener el flujo del tiempo en ese segundo. Afuera el frío aún persiste, pero en el calor de las manos, en ese primer contacto, hay un silencio que parece decirte que no hay prisa, que todo puede esperar.

Los pensamientos comienzan a alinearse, uno tras otro, con la claridad del nuevo día. Es curioso cómo un simple sorbo puede, de algún modo, ordenar el caos, como si cada partícula de café se encargara de encontrar un rincón en tu mente y ponerlo en calma. La taza se acerca a los labios, y al inhalar, sientes cómo el aroma penetra, llega a cada rincón, despierta sensaciones y recuerdos que estaban dormidos en algún lugar de la memoria. Es un viaje en sí mismo, un escape al pasado y al presente, como si estuvieras siendo transportado a todos esos otros momentos donde el café también fue el compañero fiel de una mañana helada.

El primer sorbo es una paradoja: es caliente, pero refrescante al mismo tiempo. El líquido oscuro atraviesa el paladar con suavidad, pero dejando una marca indeleble, una calidez que desciende lentamente, como un abrazo que se extiende desde el pecho hasta los pies. De inmediato, el cuerpo reacciona, los músculos se tensan levemente, la piel parece despertar de su letargo, y hay una chispa que se enciende en el fondo del estómago. Con cada segundo que pasa, sientes cómo el frío de afuera se queda en segundo plano, desplazado por esa oleada de bienestar que sólo el café puede brindar.

Afuera, el mundo sigue en su ajetreo. Los coches pasan, las ventanas se encienden y apagan en un ritmo que dicta la rutina de los demás, pero aquí, entre las paredes que resguardan el calor y el aroma del café, todo es distinto. En este pequeño espacio de tiempo no existe más que el instante. El día apenas comienza y no sabes qué te depara, qué retos habrá que enfrentar, qué situaciones inesperadas te aguardan. De algún modo, este primer sorbo de café se convierte en un aliado silencioso que te asegura que, pase lo que pase, tienes la fortaleza necesaria para enfrentarlo.

Cada trago, cada pausa entre sorbos, se convierte en un recordatorio de que en la sencillez de las pequeñas cosas reside la verdadera paz. No es necesario tener grandes acontecimientos ni buscar la felicidad en lugares lejanos; a veces, basta con una taza de café caliente y unos minutos de silencio para descubrir que la plenitud se esconde en los detalles que, por cotidianos, a veces pasamos por alto.

El ritual de tomar café en una mañana fría de noviembre no es simplemente una costumbre. Es una declaración de intenciones. Es un momento en el que decides que te regalarás a ti mismo esos instantes de paz, de introspección, antes de lanzarte al bullicio, a la prisa y al ruido. En cada trago está la promesa de un día nuevo y la gratitud por estar ahí, por tener la oportunidad de vivirlo, por poder sentir el calor del café contrastando con el frío que se percibe al otro lado de la ventana.

 

La taza poco a poco se vacía, pero queda en ti la esencia de ese primer sorbo, de esa experiencia única que se repite cada mañana pero que, al mismo tiempo, siempre es nueva. Y aunque el reloj marque el momento de partir, aunque las obligaciones aguarden, te sientes listo. El café ha obrado su magia una vez más, y con cada paso que das hacia la puerta, el calor que te invade es una llama encendida, un susurro de certeza de que cada día trae consigo la posibilidad de descubrir algo nuevo, aunque solo sea la belleza de un momento compartido entre tú y tu taza de café.

 

2 noviembre 2024

 

https://tecnomednews.com/

drbenavides@medmultilingua.com

 

 

 

Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 3: Los sacerdotes hablan

Quetzalcoatl. Nueva versión de la leyenda de Ce Ácatl Topiltzin. Episodio 3: Los sacerdotes hablan

 

 

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

 

 

Al abolirse los sacrificios humanos, Cuauhxicalli[1] sumo sacerdote, con Ce Calli, conocido como Piztli, y Ce Cuetzpallin, apodado Azioc, sus auxiliaries, eran los últimos sacerdotes propiamente dichos que quedaban. Al lado del altar, ahora vacío, que antes ocupara el cuerpo yaciente de aquellos cuyos pechos habrían de ser abiertos en sacrificio, los dos auxiliares se miraban uno al otro incesantemente. Como que aquello de descabezar culebras, pichicuates, cuando no algunas cascabeles y coralillos, resultaba muy aburrido comparado con sus antiguas labores consistentes en extraer corazones palpitantes de las víctimas sacrificiales humanas. Aun más aburrido les parecía ir al jardín botánico y meter en aquellas jaulitas hechas de popotillo las mariposas que, atraídas por la miel, habían caído en las trampas. Era un poco menos aburrido ir a la sierra a capturar mariposas monarca. Pero así era ahora, con sacrificios solamente de ofidios y mariposas.

—Caray como extraño los viejos tiempos…—la costra de sangre seca adherida a las paredes del templo y a sus propias humanidades ya había desaparecido.

—¿Y el sacerdote Quetzalcóatl? ¿Ya nunca vendrá al templo? Preguntó Azioc sin dejar de mirar la culebra multicolor que preparaba para el sacrificio.

—¡Calla insensato! Bien que sabes que sus labores de gobernante de la ciudad y el imperio lo mantienen ocupado… muy ocupado.

—Pues bien que vino el día dedicado a Quetzalcóatl. Y vistió los antiguos ornamentos de Ehécatl, Dios del Viento, con todo y su gran gorro cónico. Y las esclavas pasaron horas pintando sobre su torso las rayas del ocelótl.

            Ce Cuetzpallin evocaría entonces aquel día en que Ce Ácatl había usado la navaja sacrificial por vez primera y última, tal cual lo hemos relatado arriba:

—Ya se veía venir, desde el principio, que algo iba a hacer respecto a los sacrificios. Aquel día creo que vomitó atrás de la pirámide.

—¿Crees que no podía ver sangre? Hay gente así, el puro olor les revuelve el estómago.

—No digas tonterías, el príncipe era ya un guerrero consumado. Su macana había ya hecho con muchos chichimecas lo que nosotros hacemos con esas pobres víboras que matamos.

            —Sacrificamos, dirás.

—Sacrificamos todos los días.

—Entonces, ¿cómo es que se le revolvió el estómago? ¿O es que hay algo más detrás de su cambio?

            Los dos sacerdotes especularon entonces respecto a que días después de que Topiltzin se iniciara como sacerdote el regente militar Hutzitotec cayó gravemente enfermo y que requirieron a Topiltzin estar constantemente a su lado. Esto, al menos al tiempo en que sucedió, hizo que fuera excusado de practicar los sacrificios. Más aun, cuando el líder de los ejércitos toltecas murió, y Ce Ácatl Topiltzin fue elevado a ese puesto, algo se estaba gestando desde la cabeza y los aposentos del príncipe. Primero sus guardias y voceros comenzaron a llamarlo «príncipe sacerdote», a veces «sumo sacerdote». Nunca empleaban el título de «regente militar» con el que se acostumbraba distinguir a su antecesor. Pronto hubo edictos firmados por Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl y también pronto muchos se referirían a él como Quetzalcóatl o el Sacerdote Quetzalcóatl sin hacer más mención de su nombre humano primitivo.

            Los dos jóvenes sacerdotes no se habían percatado de que desde un rincón, detrás de lo que fue la piedra sacrificial, Cuauhxicalli los había estado escuchando. Era este el sacerdote más viejo y distinguido del templo principal de Tula y miembro del consejo de Ce Ácatl. Interpelandolos dijo:

—Parece que no piensan ustedes. El príncipe Quetzalcóatl ha decidido conservar los sacrificios de serpientes, mariposas y pájaros para que gente como nosotros conservemos nuestros trabajos y posiciones. ¡Y ustedes se quejan de lo tedioso que esto resulta! ¡Malagradecidos!

            De hecho los jóvenes sacerdotes no podían penetrar en los pensamientos del viejo Cuauhxicalli. Sabía este que la supresión de los sacrificios humanos era realmente la expresión menor del profundo cambio teológico que a él sí lo intimidaba. Ya no había muchos dioses, solo uno y cómo al sacerdote mismo se le debía llamar Quetzalcóatl. Y no era solo que temiera a los partidarios del politeísmo, o a los seguidores de alguno de los dioses en particular, temía más a los dioses mismos, particularmente a Tezcatlipoca. Sabía muy bien que a un dios tan poderoso y arraigado en las creencias populares no se le podía eliminar tan solo por un edicto.

 

Unos días después el viejo sacerdote advirtió desde la cumbre de la pirámide allende la terminación de la escalera la presencia de un extraño sujeto. Gritó a su auxiliar más cercano:

—Oye Pitzli, tráeme a aquel vendedor. Acá arriba.

El muchacho respondió bromeando

—¡Ea pues, lo vamos a sacrificar!

—No hombre, que ya no se puede. ¡Bueno fuera! Tú no más tráelo.

            Con la agilidad que da la práctica en subir y bajar todos los días las escaleras de la pirámide, Piztli estaba ya de vuelta con el anciano vendedor.

—Y tú ¿qué vendes?

—El más selecto chiltepín de los barrancos de la sierra del norte. De inigualable calidad.

—¿Y ese espejo?— refiriéndose a un pequeño espejo de obsidiana que llevaba atado a su tobillo izquierdo. El viejo sacerdote sabía bien que aquel era el símbolo de Tezcatlipoca, pero pretendió de momento ignorar ese significado. El vendedor de chiltepín dijo:

—Es un amuleto que me protege de las serpientes

Casi como si se hubiese orquestado así, una serpiente de cascabel de las que aguardaban ser sacrificadas hizo sonar sus cascabeles al otro lado del altar.

—¿No será el símbolo de un poderoso dios?

—Dices como de Tezcatlipoca

—Pudiera ser, ¿por qué lo preguntas?

—De hecho por eso te he hecho subir aquí, desde aquí advertí el espejo.

—¡Mira tú!

—¿Que tienes que ver tú con Tezcatlipoca?

—Me es simpático

—Pero, tú no pretendes ser el dios.

—Oh. No tanto como otros pretenden ser Quetzalcóatl… u otros dioses.

            —¿Qué quieres decir?

—Nada, nada. Solo contestaba tus preguntas. ¿No quieres pues comprar chiltepín? De veras que está buenísimo. Y ya te platiqué bastante, merezco que me compres.

—Antes dime cómo te llamas.

—Iewanake.

—Un nombre norteño, ¡chichimeca sin duda!

—Así es, es lo que soy yo. Un viejo que viene del norte.

—Creí que venías del este.

—No, del norte.

—¿Que piensas de los sacrificios humanos?

—Son buenos cuando el dios tiene sed.

—Sabes que se acabaron, que ya no los hay?

—Ten por seguro que volverán. Pues ¿qué no eres tú un sacerdote que vive de hacerlos?

Habiendo logrado sacar muy poco al viejo vendedor, el sumo sacerdote le indicó a los otros dos que lo acompañaran a la plaza, y por no dejar le dijo:

—Déjame dos cuartillas de chiltepín. Páguenle del fondo de limosnas.

            Aun se rascaba la cabeza intentando dilucidar algo sobre la identidad del vendedor de chiltepín cuando el tañer de unos tamborcitos y el sonido del caracol de guerra llamó su atención. Una conmoción abajo en la plaza. Mirando más atentamente pudo dilucidar que se aproximaba una escolta militar y detrás de ella pelotones de guerreros con atuendo de campaña alzándo sus lanzas, arcos y macanas al aire y ahuyando como celebrando una gran victoria. El vendedor de chiles se movió rápidamente a un lado de la plaza para evitar ser arrollado por la escolta que se movía al frente del contingente a gran velocidad dirigiéndose hacia el templo mayor, que era precisamente de donde él venía.

La procesión se detuvo. De entre sus filas salió un guerrero ricamente vestido. Desde lo alto, Cuauhxicalli tardó en distinguir las características de su atuendo. Eran las escamas de la serpiente y las plumas del quetzal. El señor Quetzalcóal personificado. Su porte atlético hacía la visión aun más impresionante. El guerrero se movía con la velocidad y elegancia de un felino. Rápidamente dejó atrás la escolta y como flotando se desplazó escaleras arriba. Los caracoles sonaban con insistencia, así lo hacían también los tamborcillos y un teponaxtle. Mientras del frente de la procesión se había desprendido el señor Quetzalcóatl, de las calle de acceso a la plaza salían más y más guerreros que se sumaban a la procesión y ya llenaban gran parte de la explanada.

El elegante guerrero ascendió hasta el teocali que ocupaba el vértice de la pirámide y en donde se encontraban los tres sacerdotes. Saludo con una reverencia al viejo sacerdote:

—Dios te dé salud reverenciado padre.

—Y a ti, querido Topiltzin. ¿Cómo estás?

—Magníficamente. Hemos derrotado una vez más a los chichimecas y los hemos hecho retroceder hasta cincuenta leguas de la capital. Tenemos un colchón de paz alrededor que nos permitirá florecer más como ciudad la cual adorará a un solo dios, sin sacrificios humanos.

 

[1] Probablemente un apodo pues Cuauhxicalli era propiamente el nombre de un vaso sacrificial  usado por los aztecas, —y probablemente antes por los toltecas— para depositar los corazones de las víctimas sacrificiales.

 

 

 

Fructuoso Irigoyen Rascón, autor del Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor además de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Rarámuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.