Encanto silente
Por Marco Benavides
La mañana de enero se
despierta en un profundo silencio, como si el mundo entero hubiera acordado no
hacer ruido, al menos por un instante. Es una quietud que envuelve todo, un murmullo
de frío en el aire que llena el espacio, donde hasta el más leve sonido parece
fuera de lugar. El cielo, de un azul pálido y cristalino, parece sostener el
aliento. El día aún no se ha desplegado por completo, la luz del sol apenas se
asoma, como si dudara en romper la quietud. La escarcha cubre la tierra en una
capa delicada, como un velo gélido que suaviza el mundo y lo envuelve en frescura.
En este tipo de mañanas, la
naturaleza parece detenerse en el tiempo, como si estuviera en medio de una
meditación, escuchando solo su propio pulso. Cada árbol, cada hoja que aún se
aferra a las ramas, se cubre con una ligera capa de hielo, reflejando la luz
que se va colando desde el horizonte. El aire está cargado de un frescor
inmaculado. El frío, lejos de ser un enemigo, se convierte en un compañero.
Caminar por las calles en la
quietud de la mañana de enero es como adentrarse en un paisaje de otro tiempo,
un lugar donde lo moderno se desvanece y lo eterno se vuelve tangible. Los
edificios, que durante el resto del año se mezclan con el bullicio de la vida
cotidiana, ahora parecen más lejanos, distantes, como si se fundieran con el
frío, como si la capa de escarcha los hubiera convertido en seres distintos. En
cada rincón se alza una pequeña formación de hielo, como una escultura
minúscula hecha por las manos invisibles de la naturaleza, capturando la luz en
su transparencia.
No hay prisa en este rincón
del mundo; el paso del tiempo se vuelve lento, casi apacible. Las horas parecen
moverse a otro ritmo, como si el frío las hubiera suavizado. Todo se reduce a
la serenidad de la mañana: el aire frío que se respira con la suavidad de un
susurro, el crujir de las hojas bajo los pasos, el suave sonido de los árboles
meciéndose con un viento que no busca otra cosa que acariciar. En cada paso que
se da, el suelo cruje, y es como si las huellas dejaran una marca fugaz, como
si el momento fuera algo que se desvanece.
El sol se asoma lentamente,
como una presencia tímida que, sin embargo, se siente poderosa en su resplandor.
Sus rayos dorados tocan las copas de los árboles y los tejados de las casas,
tiñendo de un naranja tenue las sombras que antes se cernían sobre el paisaje.
La luz parece tamizada, más suave. No hay el mismo calor que en el verano, ni
la intensidad cegadora de un mediodía de julio. El sol de enero se muestra contenido,
comedido, como si quisiera dar solo lo necesario, sin prisa.
Los árboles, por su parte,
parecen rendirse ante la quietud del frío. Aquellos que aún conservan las hojas
las tienen endurecidas por el hielo, y sus ramas, despojadas en su mayoría, se
alzan en una elegancia silenciosa, casi majestuosa. Cada uno de ellos es una
escultura en sí mismo, un testimonio de la resistencia de la naturaleza frente
al paso del tiempo. Es fascinante cómo el frío parece otorgarles una serenidad
diferente. El viento, aunque presente, no grita, no arrastra las ramas con
fuerza, sino que las acaricia con un toque sutil, casi respetuoso. En estos
momentos, los árboles parecen ser testigos de algo más grande que ellos mismos:
una estación que impone su ritmo, que nos invita a vivir a su compás.
El aire, claro y frío, se
introduce en los pulmones como una caricia interna. Hay algo peculiar en la
respiración en la mañana de enero: es más lenta, más consciente, como si el
propio cuerpo se ajustara al ritmo del entorno. No es solo el aire el que se
siente más fresco, sino que todo a su alrededor parece estar detenido en una
pausa cargada de significado. El frío nos recuerda la fragilidad de la vida, su
carácter efímero, pero también nos invita a una reflexión tranquila.
En la distancia, el sonido
de algún automóvil o el lejano murmullo de una conversación parecen pertenecer
a otro mundo. La gente se mueve de manera diferente en la mañana de enero:
caminando más lentamente, envuelta en abrigos y bufandas, como si el frío
hubiera reducido el mundo a lo esencial. Es un momento en el que la prisa queda
atrás.
No es solo la quietud de la
mañana lo que resulta fascinante, sino también la belleza que emerge de la
simplicidad del invierno. El paisaje de enero es austero, rebosa de una
elegancia natural. Cada rama desnuda, cada hoja caída, cada capa de escarcha
sobre el césped tiene su propia belleza. Hay algo profundamente poético en la
desnudez del invierno, algo que recuerda la fuerza de la naturaleza cuando se
desprende de lo superfluo. La nieve, cuando llega a cubrir el suelo, es la
última capa de un lienzo en blanco.
Hay algo esencial en la
mañana de enero que no se puede explicar fácilmente. Tal vez sea la sensación
de que el tiempo se ha detenido solo por un momento, de que el mundo ha pausado
su constante movimiento para darnos un respiro. La luz que se filtra a través
de las nubes grises, las huellas que dejamos en la nieve, los sonidos suaves de
la naturaleza: todo parece encajar en armonía. En este momento, el invierno no
es solo una estación del año, sino una sensación profunda que nos llega al
alma, invitándonos a la reflexión, a la calma, y a la belleza que se esconde en
los rincones más fríos del mundo.
21 enero 2025
drbenavides@medmultilingua.com
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario