Entes míticos
Por Fructuoso Irigoyen
Rascón
Pepito -sí el de los chistes- personaje mítico en
nuestra cultura, niño precoz y procaz, dueño de una malvada inocencia y a la
vez que amo del doble sentido. Se levantaba un día sin reflexionar que él era
realmente una invención del ingenio popular que le hacía protagonizar tantos
chascarrillos o cuentos verdes.
Pero ¿era
Pepito un niño malo? ¿cómo saberlo? La forma más sencilla: buscarlo en la
lista de niños buenos en la que Santa Claus inscribe los nombres de aquellos
que recibirán regalos en Navidad. Problema: si Pepito es mítico, Santa
también lo es.
¿Dónde
encontrarlos? Bueno, todo mundo sabe que Santa vive en el Polo. ¿Y Pepito? el trasfondo de los chistes en que aparece es
clasemediero, urbano y mexicano, así que debe vivir en la Ciudad de México,
Monterrey o Guadalajara. ¿Qué tal Chihuahua? Sí, Chihuahua tal vez.
Increíble,
pero buscar un nombre en la lista de niños buenos de Santa Claus implica
enfrentar una recalcitrante y espesa burocracia. Elfos y duendes de otras
clases formulan las preguntas usuales: ¿Para qué quiere saberlo? ¿Es usted
pariente del niño o de Santa Claus? ¿Algún interés o participación en la
industria juguetera? ¿Sabes qué es Fisher Price? ¿Quién te paga para
averiguar esto?
De cualquier
forma, no encontrar a Pepito entre los niños buenos no necesariamente querría
decir que era un niño malo, si como hemos dicho Pepito es un personaje mítico,
no era de esperarse encontrarlo en esa o ninguna otra lista. ¿Otra lista?
¿Acaso hay otras listas?
—¡Por
supuesto! Hay las de los niños malos, piensen en; Knecht Ruprecht, Friul,
Krampus, Klabauff, Beffana, Zwarte Piet y otros.
—¡Caray! ¿Y
esos quiénes son?
—Son a veces
acompañantes, a veces contrapartes, antítesis, de Santa. Se encargan de dar su
merecido a los niños malos. Todos vienen de tradiciones europeas.
— Ah, ¡qué europeos tan
supersticiosos! ¿Tienen esos entes listas de niños malos?
—Deben de
tenerlas.
Pero
habíamos dejado a Pepito levantántandose: Aquella mañana Pepito comenzó a
pensar en la Navidad que ya se aproximaba. Sabía que una vez más Santa
ignoraría su cartita de este año. Un mal pensamiento le vino a la cabeza:
jalarle las barbas al tal Santa.
Días
después, allá en el Polo Norte, Santa Claus oía el informe insulso (solo cifras
y detalles de inventario) del elfo mayor respecto a cómo iba la fabricación de
juguetes ese año. El elfo interrumpió su informe notando algo extraño en su amo
y señor.
—Santa, ¿Se
siente bien?
—Estoy un
poco preocupado. El elfo médico sanitario me dice que mi azúcar está en los
trescientos, el colesterol también altísimo, lo mismo que los triglicéridos.
Quiere que pierda por lo menos 100 kilos de aquí a Navidad.
—¡Tendremos
un Santa Claus flaco!
—Que pase
como broma, pero mis mejillas coloradas y mi gran panza siempre han sido mis
distintivos y hasta hace poco creía yo que eran indicadores de mi buena salud.
—Ay, Santa. Tan
viejo y tan...
—Sí, ya lo
sé.
—Bueno, como
usted siempre dice, hay que ponernos a trabajar en eso, a guardar la dieta ¿qué
se le va a hacer? — Después de tales revelaciones el elfo mayor pidió licencia
para retirarse. —Seguiremos después, ahora necesita usted descansar. Solo una
cosita más, el niño de todos los años.
—Pepito, si
mal no recuerdo.
—Ese mismo
ahora dice en su cartita que si no le llega esta Navidad su patineta
aerodinámica y su resortera con mira telescópica vendrá hasta acá para jalarle
las barbas.
—No sé si
tendré barbas para entonces. El elfo médico sanitario piensa que si el color de
mis mejillas, chapete, no es rosácea pudiera ser un síntoma de la enfermedad de
cushing, o peor, algo llamado carcinoide.
—¿Y?
—Pues que,
si determina que es necesario hacer biopsias, pudiera requerir que me rasurara.
—¡Oh, dios! Un
Santa Claus flaco y sin barbas, ¡no puede ser!
—Es muy
pronto para saber si eso pasará, de cualquier manera, ese nuevo Santa no será
el de esta Navidad. Y si así lo fuera, el Pepito ese tendrá que jalar unas
barbas postizas.
Una elfa, guapetona
y pizpireta, (obviamente secretaria del elfo mayor) irrumpió en el recinto.
—Es respecto
al niño ese. En general no contestamos las cartas cuando negamos los regalos,
pero este es uno de esos casos en que debemos hacerlo.
—¿Cómo
es eso?
—Según
nuestros registros, Pepito ya no es un niño, ha alcanzado la pubertad y por lo
tanto…
—No califica.
—interrumpió el elfo mayor.
—No califica.
—repitió Santa.
—No, no
califica. —reiteró la elfa.
Pepito, quien
aún no se había percatado de su pertenencia a un nuevo grupo de edad, dado que
solo la semana pasada había protagonizado tres tremendos chistes (que perderían
su gracia si ya no fuera niño), debería recibir la carta de Claus Inc. como una
bomba. Sin embargo, el ingenio popular no se rendiría; los cuentos verdes
probablemente comenzarían ahora con la leyenda: cuando Pepito era niño.
Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.
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