El archiduque y la bacteria
Por Jesús Eduardo Morales Hernández
El
asesinato del archiduque Francisco Fernando marca un hito en la historia de la
humanidad, aunque no por las razones que uno creyera. Cuando a trueno de
pólvora, la bala le quemó la piel del cuello, todos nos salvamos, pues acabó no
solo con la vida del austriaco, sino también con la más clara posibilidad de
exterminio de la raza humana. En el vil cuero del gaznate del Archiduque
anidaba –apenas asimilando su existencia– el primer espécimen de una anomalía
unicelular producto de la espontánea mutación de la Mycobacterium Leprae. El
microbio había sido a penas adquirido en Sarajevo, aunque en su forma básica,
pues la mutación –ahora se sabe– ocurrió en el cuerpo del Archiduque.
Entre las modificaciones que esta nueva
especie traía consigo destacaba su espeluznante capacidad de confundir al sistema
inmunológico con toxinas hasta hacerlo colapsar, para luego proceder a una
reproducción desenfrenada. Además, esta nueva super bacteria prefería
sumergirse en las entrañas del cuerpo antes que quedarse en la superficie, por
lo que, teniendo en cuenta su voracidad y eficiencia, hubiera podido acabar con
un hombre fornido en tres días. Lo peor de todo es que en su ansia carnívora
contaba con la ventaja adaptativa de ser en extremo contagiosa. Teniendo en
cuenta el conocimiento médico que se tenía para 1914, es posible afirmar que no
se hubiera encontrado una cura a tiempo, por lo que el bacilo hubiera acabado
con toda la población de Europa en quizá cuatro meses. Así de mortífero hubiera
sido.
Pues bien, cuando el primerísimo ejemplar de
esta clase estaba a punto de inaugurar el ataque y reproducirse –a punto de
aceptar su lugar en el porvenir–, quedó aniquilado a causa de su estadía en el
exacto punto donde pegó la bala: una microscópica sección de piel a la altura
de la yugular. Aunque al germen el impacto no le supuso ningún peligro, el
calor que despidió el proyectil a la proximidad fue suficiente para
chamuscarlo. La historia apunta que la consecuencia de tal asesinato fue una
terrible guerra de dimensiones globales, pero habría que reconocer que la historia
también demuestra que dicha guerra no fue lo peor que habría de vivir nuestro
mundo. Con apenas unos treinta millones de muertos, la Primera Guerra Mundial
no alcanza a la mortandad que hubiera causado la bacteria, ni en una trigésima
parte. Desde entonces la humanidad no sabe su suerte. Desde entonces quedó
comprobado que cualquier vaticinio, sea lúgubre u optimista, puede venirse
abajo ante la más ligera mirruña.
Jesús Eduardo Morales Hernández, licenciado en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua, máster en artes en español por la Universidad de Texas en El Paso, máster en artes en literatura por la Universidad de Pittsburgh, y candidato a doctor en literatura hispanoamericana, también por la Universidad de Pittsburgh, se ha desempeñado como investigador, docente universitario y editor para medios de crítica literaria como la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea y la Revista Iberoamericana. A últimas fechas se dedica a investigar la producción literaria del norte de México a partir de estudios culturales, tema bajo el cual ha publicado y presentado ensayos y cuentos en publicaciones y congresos internacionales. Actualmente es docente en la licenciatura en comunicación del Instituto José David A.C. Está interesado también en la figura histórica-literaria del héroe y sus modernas aplicaciones en la cultura de masas. En 2019 publicó su libro Las cortas visitas.
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