miércoles, 9 de julio de 2025

El archiduque y la bacteria


El archiduque y la bacteria

 

Por Jesús Eduardo Morales Hernández

 

El asesinato del archiduque Francisco Fernando marca un hito en la historia de la humanidad, aunque no por las razones que uno creyera. Cuando a trueno de pólvora, la bala le quemó la piel del cuello, todos nos salvamos, pues acabó no solo con la vida del austriaco, sino también con la más clara posibilidad de exterminio de la raza humana. En el vil cuero del gaznate del Archiduque anidaba –apenas asimilando su existencia– el primer espécimen de una anomalía unicelular producto de la espontánea mutación de la Mycobacterium Leprae. El microbio había sido a penas adquirido en Sarajevo, aunque en su forma básica, pues la mutación –ahora se sabe– ocurrió en el cuerpo del Archiduque.

Entre las modificaciones que esta nueva especie traía consigo destacaba su espeluznante capacidad de confundir al sistema inmunológico con toxinas hasta hacerlo colapsar, para luego proceder a una reproducción desenfrenada. Además, esta nueva super bacteria prefería sumergirse en las entrañas del cuerpo antes que quedarse en la superficie, por lo que, teniendo en cuenta su voracidad y eficiencia, hubiera podido acabar con un hombre fornido en tres días. Lo peor de todo es que en su ansia carnívora contaba con la ventaja adaptativa de ser en extremo contagiosa. Teniendo en cuenta el conocimiento médico que se tenía para 1914, es posible afirmar que no se hubiera encontrado una cura a tiempo, por lo que el bacilo hubiera acabado con toda la población de Europa en quizá cuatro meses. Así de mortífero hubiera sido.

Pues bien, cuando el primerísimo ejemplar de esta clase estaba a punto de inaugurar el ataque y reproducirse –a punto de aceptar su lugar en el porvenir–, quedó aniquilado a causa de su estadía en el exacto punto donde pegó la bala: una microscópica sección de piel a la altura de la yugular. Aunque al germen el impacto no le supuso ningún peligro, el calor que despidió el proyectil a la proximidad fue suficiente para chamuscarlo. La historia apunta que la consecuencia de tal asesinato fue una terrible guerra de dimensiones globales, pero habría que reconocer que la historia también demuestra que dicha guerra no fue lo peor que habría de vivir nuestro mundo. Con apenas unos treinta millones de muertos, la Primera Guerra Mundial no alcanza a la mortandad que hubiera causado la bacteria, ni en una trigésima parte. Desde entonces la humanidad no sabe su suerte. Desde entonces quedó comprobado que cualquier vaticinio, sea lúgubre u optimista, puede venirse abajo ante la más ligera mirruña.

 

Jesús Eduardo Morales Hernández, licenciado en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua, máster en artes en español por la Universidad de Texas en El Paso, máster en artes en literatura por la Universidad de Pittsburgh, y candidato a doctor en literatura hispanoamericana, también por la Universidad de Pittsburgh, se ha desempeñado como investigador, docente universitario y editor para medios de crítica literaria como la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea y la Revista Iberoamericana. A últimas fechas se dedica a investigar la producción literaria del norte de México a partir de estudios culturales, tema bajo el cual ha publicado y presentado ensayos y cuentos en publicaciones y congresos internacionales. Actualmente es docente en la licenciatura en comunicación del Instituto José David A.C. Está interesado también en la figura histórica-literaria del héroe y sus modernas aplicaciones en la cultura de masas. En 2019 publicó su libro Las cortas visitas.

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