El Farol
Por Heriberto Ramírez Luján
Me contaron que nació
en invierno y a los pocos días enfermó de pulmonía, razón por la cual mi tío
Cirilo lo llevó a vivir a la casa grande del abuelo Amado. Lo cuidaba con el
mismo esmero de un padre a su hijo, dormía con él en el corredor de la casa,
una estancia amplia que funcionaba como sala de recepción donde había una
enorme banca verde que para nosotros funcionaba como una sala de juegos. Había
también un calentón y cobijas para el potrillo recién llegado, quien por cierto
tenía fuerte olor a Volcánico, un ungüento para caballos que de vez en vez vi
aplicarlo en adultos mayores para el dolor de las articulaciones.
Sus cuidados, según
cuentan, dieron buenos resultados y el Farolito se convirtió en uno de los
caballos más queridos de la ranchería. Su piel café y azabache tal vez no
tuviera una tonalidad espectacular, sin embargo, su docilidad y manejo eran
inigualables. Según escuché alguna vez, un militar se lo pidió a mi tío para
utilizarlo en un desfile, pues el caballo cuando escuchaba música cambiaba su
marcha y tal pareciera que bailaba. También cuentan que una vez el abuelo Amado
venía en él de Ojinaga algo tomado, después de cruzar el río cayó de su lomo, pero
el caballo continuó su camino a dar aviso y los condujo de regreso a donde
yacía su fallido jinete.
Cuando me tocó
montarlo ya había cumplido los dieciséis, su madurez lo hacía todavía más
dócil; para montarlo podía uno toquetearle los cuartos delanteros, poco a poco
hacíamos que se estirara hasta que quedaba bajito y podíamos subir
tranquilamente. Era una fuente de energía apreciable en las tareas domésticas
pues lo mismo jalaba el arado, como jalaba la rastra con el tambo de agua para
el uso diario, también llegó a participar en alguna carrera parejera un finde
semana festivo. Otra de sus gracias radicaba en que, con relativa facilidad
podíamos hacer que se parara en sus cuartos traseros, eso me llenaba de júbilo,
como si adivinara mis deseos y estuviera dispuesto a complacerme, sentía una
especie de poder embriagador sobre la bestia.
Cuando nos fuimos a la
ciudad él se quedó en un mundo cada vez más lejano para mí, lo vi de manera
intermitente unas pocas veces, pero nuestra amistad se había enfriado. Mi tío
Manuel se había hecho cargo de él y cuando me enteré de que lo había vendido,
como lo hicieron muchos otros dueños de animales viejos, a la fábrica de
salchicha, me indigné y me dolió al mismo tiempo. Me llevó tiempo entender lo
inevitable de su destino triste.
(Este cuento de
Heriberto Ramírez Luján es parte de su libro Relatos en celular, inédito).
Heriberto Ramírez filósofo mexicano
redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de
filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante
profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.
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