jueves, 9 de agosto de 2018

Rubén Mejía. José Fuentes Mares y Francisco R. Almada, dos visiones encontradas sobre la historia

En la foto Rubén Nevárez, Jorge Aguilar Mora y Rubén Mejía

José Fuentes Mares y Francisco R. Almada, dos visiones encontradas sobre la historia


Por Rubén Mejía


La modernidad en la historia de Chihuahua se inicia en la década de 1950. Entre los años 51 y 58 se editan obras fundamentales para la historiografía regional: Y México se refugió en el desierto, 1954, de José Fuentes Mares; Crónica de un país bárbaro, 1956, de Fernando Jordán y Juárez y Terrazas. Aclaraciones históricas, 1958, de Francisco R. Almada. Asimismo hay un acontecimiento esencial, poco estudiado hasta ahora, que se difunde a través de la prensa de la ciudad de Chihuahua: el ríspido debate sobre la personalidad política de Luis Terrazas Fuentes entre el historiador Francisco R. Almada y el clan Terrazas, suscitado a raíz de la publicación del libro Gobernadores del Estado de Chihuahua, 1951, del propio Almada.
José Fuentes Mares y Francisco Almada son los grandes antagonistas de la historia regional. Sus desencuentros comienzan a mediados de siglo, cuando Almada, de 58 años, tiene una obra considerable sobre temas chihuahuenses y Fuentes Mares, de 36 años, ha publicado unos cuantos libros de ensayos, sobre todo un estudio filosófico: Kant y la evolución de la conciencia. Sus puntos de vista divergentes sobre la historia se acrecientan a lo largo de sus vidas y terminan siendo irreconciliables.
Entre Almada y Fuentes Mares no hubo un enfrentamiento directo. El autor de Juárez y Terrazas interpela varias veces a su colega, pero Fuentes rehúye cualquier colisión, le alarga la pelea, tanto que no habla de este asunto sino hasta la etapa final de su vida. En Intravagario, su libro de memorias publicado póstumamente, cuenta cómo los descendientes de Terrazas le propusieron hacer la biografía de su glorioso ancestro: “La oferta era buena pues me permitiría trabajar en cosas de mi tierra a salvo de urgencias económicas”. Sus dudas van en otra dirección y tienen un nombre: “Tampoco se me ocultaba que, de aceptar, me pondría en la mira de los aún enemistados con el famoso hacendado, como el respetable historiador regional don Francisco R. Almada, por su visceral aversión al controvertido personaje”. En este mismo libro de memorias, Fuentes Mares considera a Y México se refugió en el desierto como una de sus “obras menores”, y ante el disgusto de algunos Terrazas sobre ciertos contenidos del libro, se hace el firme propósito de no aceptar otra obra “por encargo”, aunque sí escribe algunas más.
El presente texto borda sobre las visiones de los principales historiadores chihuahuenses del siglo XX y se divide en tres partes. El punto de partida es la polémica colectiva y apasionada del segundo semestre de 1951: el “Predebate”, que nos permite comprender mejor las visiones sobre la historia de Almada y Fuentes Mares: el “Debate central”, así como sus valiosas y vibrantes repercusiones para nuestra actual historiografía: el “Posdebate”. A su vez, este ensayo pretende ser una carta abierta y una invitación dirigidas a los múltiples investigadores de la historia de Chihuahua para que le den continuidad, juego y diversidad, en su propio discurso crítico, a los vasos rotos y comunicantes de sus antecesores: los historiadores regionales del siglo pasado.


El predebate

28 años después de muerto, el político, terrateniente y militar chihuahuense Luis Terrazas Fuentes (1829-1923) es el centro, más bien el epicentro, de un intenso e histórico debate cuyos puntos esenciales son motivo de controversia aún en las primeras décadas del siglo XXI. Con la publicación del texto “Resumen biográfico de la personalidad política del general Luis Terrazas”, capítulo 39 del libro Gobernadores del Estado de Chihuahua, da inicio una polémica expansiva entre el historiador Francisco R. Almada, autor del volumen y quien solo cuenta entre sus filas a Alfonso Escárcega, y varios descendientes del general: Luis Laguette Terrazas, Carlos Sisniega Terrazas, Salvador Creel Terrazas y Pedro Zuloaga Hirigoity, así como Guillermo Porras, apoderado legal de la familia Terrazas, quien termina siendo el principal polemista en contra del profesor Almada.
Estos diálogos, poco amables, inundan las páginas de la prensa local casi en forma diaria alrededor de cuatro meses. En la historia de Chihuahua, e incluso en el ámbito nacional, difícilmente encontraremos una polémica tan vital y desbordada como la acontecida durante el segundo semestre de 1951, entre el 12 de agosto y el 9 de diciembre. Un enfrentamiento intelectual en el cual participa la élite de la región, representada por la dinastía de Luis Terrazas, cuyos lazos de sangre, observa Héctor Chávez Barrón, “tenían un carácter casi sagrado”.
Para los sucesores del linaje terracista, el error primordial de Almada, podríamos decir su sacrilegio, no radica en la inexistencia de los documentos citados en la biografía sobre su insigne ancestro, tal vez ni siquiera debido a una interpretación tendenciosa de algunos hechos históricos. Su equívoco es poner en duda el culto hacia una figura legendaria, la cual significa para la genealogía familiar una fusión incontrovertible entre lo terrenal y algo más allá de lo terreno. Y, acaso, la respuesta de los terracistas frente a esta primera desacralización del prohombre –el otoño del patriarca– no es sino una forma de duelo ante la posibilidad de su propio desarraigo de las páginas de la historia y frente a una orfandad inadmisible respecto a una figura omnipaterna.
El texto detonante de la polémica es un artículo de Alfonso Escárcega, publicado en El Heraldo de Chihuahua el 12 de agosto de 1951, con un título provocador: Don Luis Terrazas, ¿fue un héroe de petate?: “Al llegar al punto final de su biografía queda en la mente del lector la idea de que Luis Terrazas fue un gobernador ególatra, desprovisto de patriotismo, lleno de vanidad, inflado de soberbia. ¡Y ya basta francamente de que sigamos viviendo con mentiras históricas!”. Con este artículo, Escárcega le prende la mecha al pequeño explosivo fabricado por Almada. Y el estallido cimbra, de la cabeza a los pies, al núcleo Terrazas y a su extensa parentela. Cuatro días después de publicado el texto de Escárcega, aparece la primera contraofensiva terracista en la pluma de Luis Laguette, nieto del general: “Luis Terrazas pertenece a los chihuahuenses, a los mexicanos, a nuestro digno ejército militar, miembros del cual le brindaron honores ante la imagen de Cristo en su propia casa, de ese Cristo que no fue ni conservador ni liberal y que pertenece a toda la humanidad”.
En pocos días, esta polémica ya toca los más bajos fondos. Se ha desvirtuado para convertirse –en palabras de Escárcega– “en tubería de porquería”. Almada, entonces, propone a los familiares ofendidos realizar dos reuniones públicas con la presencia de un notario y ante un jurado calificado que representara a las partes en pugna. En esas juntas, con asistencia libre para todos los interesados, el investigador presentaría las pruebas originales sobre los temas que eran motivo de discrepancia. Mas dichas reuniones no se llevan a cabo.
¿Francisco Almada tenía una animadversión personal –como tantas veces se dijo– en contra de Luis Terrazas y su dinastía que lo llevaba a traicionar su “imparcialidad” como investigador de los hechos de la historia? Al respecto no tenemos una respuesta puntual ni especulativa. Lo que sí es posible advertir es que contrario al estilo parco y a la expresión mesurada de Almada, el capítulo dedicado a Terrazas en Gobernadores del Estado de Chihuahua tiene una carga pasional apenas contenida, que amenaza con desbordarse página a página, muy diferente de la escritura biográfica del centenar de gobernadores en ese mismo volumen y, en general, del conjunto de su obra.
Don Francisco inicia la biografía de don Luis con estas líneas: “Nunca se ha escrito un resumen biográfico completo sobre la personalidad política del general Luis Terrazas […] solo se publicó por sus panegiristas lo que convenía a sus intereses. Todo se reducía a publicar elogios y alabanzas que lo presentaban como un semidiós del liberalismo local durante las guerras de Reforma, la Intervención Francesa y el Imperio, que a la vez servían para halagar su vanidad”. Y el propósito del historiador es evidenciar, como el niño en el cuento de Andersen, que en realidad ¡el Rey va desnudo! Y así lo exclama párrafo a párrafo a lo largo de 70 páginas, aunque concede: “En este resumen presento también los hechos meritorios de la vida del general, que fueron considerablemente aumentados por los suyos”. Mas tales “hechos meritorios” del político y terrateniente nunca aparecen en el texto de Almada. Solo en el párrafo final del libro le reconoce un par de acciones generosas en su casi centenaria vida: “Lo único que recuerda su munificencia es el donativo que hizo al Ayuntamiento de Chihuahua del terreno donde se levanta la estatua del general Manuel Ojinaga. En otra ocasión prestó cincuenta mil pesos al Municipio de Juárez para la ejecución de algunas obras materiales y no cobró ningunos réditos”. Y nada más.
Guillermo Porras, representante legal de los Terrazas, es el penúltimo en la fila de los polemistas. Su entrada en escena aviva las brasas del debate, el cual alcanza un nivel más elevado, documental e intelectualmente, respecto a las primeras voces. No obstante, los señalamientos personales y los descabezamientos de uno y otro lado no cesan. El abogado Porras califica a Almada como “un personaje de muy mediocres dotes intelectuales, que en su afán de exhibicionismo trata de roer el pedestal de honor de don Luis Terrazas, la personalidad de mayor relieve que ha producido Chihuahua”. Por su parte, el historiador lo califica de “tenebroso” y lo acusa de ser uno de artífices del intento de venta, durante la revolución, del territorio de Chihuahua a empresas extranjeras: “Ya es tiempo de que las generaciones presentes sepan quienes concertaron la venta de la novena parte de la superficie chihuahuense a los gringos. Si fue el general Terrazas y su apoderado Guillermo Porras, o si fue alguno de sus hijos o nietos del primero y el apoderado licenciado Porras”.
Los temas de Almada versus Porras son casi los mismos del inicio de la polémica, pero como una reedición, corregida y aumentada, de los puntos más controversiales entre el historiador y los herederos de Terrazas. El intercambio es de veinte artículos extensos y encendidos, diez por bando. Luego de dos meses de “toma y daca”, ambos contendientes, seguramente exhaustos, prometen darle continuidad a sus argumentaciones en un futuro inmediato mediante la escritura de un volumen biográfico definitivo sobre el general. Sin embargo, Guillermo Porras no puede cumplir ese propósito, pues enferma gravemente. Entonces Carlos Sisniega, uno de los primeros polemistas, encabeza una representación del grupo Terrazas y con un cheque de ceros múltiples en el bolsillo toca a las puertas de otro abogado: José Fuentes Mares, el inquieto historiador que, a sus 34 años, se encuentra a mitad del camino de la vida.


El debate central

Traducido al lenguaje llano de la política mexicana de las primeras décadas del siglo XXI, los principales cargos de Francisco R. Almada en contra de Luis Terrazas Fuentes son:
1.- Abuso del poder político y enriquecimiento ilícito durante sus gestiones públicas al frente del gobierno estatal.
2.- Disposición indebida por las administraciones terracistas de los bienes expropiados al clero, de los fondos aduanales y de los impuestos federales.
3.- Actos de corrupción  y nepotismo como el origen y el cierre de un amplio ciclo de ilegalidad-impunidad.
Dichas acusaciones nos hacen ver que estas denuncias de mediados del siglo XX respecto a gobiernos del XIX resultan similares o, en lo fundamental, son las mismas que continúan haciéndose en contra de gobernantes y políticos nacionales del siglo XXI. ¿La circularidad de la historia humana?
El premio mayor de la polémica entre Almada y Porras no radica en los datos diligentes del profesor ni en los contraataques bien armados del licenciado. La gran ganancia llega pocos años después en un par de libros de historia regional con narrativas diversas y visiones opuestas, sin un aparente punto de encuentro: la crónica novelada de José Fuentes Mares Y México se refugió en el desierto y la gravedad documental de Francisco R. Almada Juárez y Terrazas. Aclaraciones históricas, volúmenes que son como una luz de media tarde de la polémica de 1951 desplegada en las páginas de El Heraldo y Tribuna.
En Intravagario, Fuentes Mares, un escritor empresario que sabe cómo blandir su pluma, se sincera: “No desconozco cuánto me plugo ganar millones de pesos con mis libros...”, y agrega una confesión respecto a los mismos, sin duda sobre todo en referencia a aquellos redactados por encargo: “Solo Dios conoce la secreta vergüenza que experimento al releer obras de juventud; el poco gusto con que las doy a la imprenta y el gran disgusto con que procedo a remozarlas”.
Poco después de publicada la biografía de Terrazas, el educador José Vasconcelos escribe, aunque con seudónimo, una reseña favorable del libro, haciendo énfasis en su forma y estilo: “Rarísima vez se podría señalar un error gramatical; predominando un estilo cálido, lúcido, con hallazgos ocasionales de buena expresión”. Pero ya personalmente, Vasconcelos le da un consejo a su alumno y tocayo: “Deje de andarse por las ramas y vaya al grano: el grano consiste en desenmascarar a la bola de cabrones que usurpan el nombre de héroes en la historia de este pobre país”.
Por su parte, Pancho Almada parece no andarse por las ramas: “Fuentes Mares incurre en una serie de errores, alteraciones de hechos y documentos y omisiones intencionales en la defensa incompleta que hace de la personalidad política de don Luis Terrazas”. Y entre sus “aclaraciones históricas” hay algunas para el joven historiador, cuya vocación, para Almada, es más bien la de un literato, sin duda frustrado: “Quien lea con cuidado los trozos literarios escritos por el licenciado Fuentes Mares y los compare con los documentos transcritos, tendrá que convencerse que el abogado chihuahuense ha confundido la literatura con la Historia”. Y pone la palabra historia con H mayúscula y la palabra literatura con minúscula para hacer más obvia la diferencia entre ambas disciplinas.
Pero tal vez no se trata de una “confusión”, como lo afirma el autor de las Aclaraciones, sino de un riesgo asumido por Fuentes Mares, quien concibe a la historiografía como “literatura histórica” y a la imaginación como la real “madre de la historia”. Frente a tal idea, sin duda desconcertante para un investigador tradicional y de principios inamovibles como Almada, este podría haber respondido: “El documento es el padre único de la historia”. Y pondría, a su vez, la palabra documento con D mayúscula.
Luis Aboites, estudioso de la historiografía regional y de la obra de Fuentes Mares, ha escrito sobre nuestro literato-historiador: “Privilegia el argumento o la relación entre argumentos, elaborados todos con gran habilidad y forma literaria, por encima de una verdad histórica por demás inasible”. Es decir, para Fuentes Mares la forma es igual de relevante, o incluso mayor, que el contenido mismo. Un ejemplo es Y México se refugió en el desierto, libro del que su autor reniega, en subsecuentes reediciones, no por su contenido polémico o por su desapego documental, sino por “el desagrado de su forma literaria”, cuya corrección formal y satisfacción plena le demandaría reescribir el texto de principio a fin. Tarea que nunca hizo.
En varios pasajes de sus libros en torno a Terrazas, ahí donde Almada planta a profundidad un dato, Fuentes Mares aventura un comentario paródico o suelta las amarras de su estilo literario. De entrada, los mismos títulos de sus obras expresan interpretaciones encontradas respecto a las funciones de la historia y a las tareas de un historiador: la grata expresión poética Y México se refugió en el desierto, de Fuentes Mares, obtiene una respuesta documental de más de 700 páginas, como para asestar un golpe final, de una vez y para siempre: Juárez y Terrazas. Aclaraciones históricas, por parte de Almada.
Imaginemos la expresión del rostro de don Francisco en tanto lee este párrafo de don José sobre la época de la intervención francesa: “El pueblo era un rebaño miserable y lo es hoy en gran medida todavía. Ese no ha podido desear sino lo primario, comer, dormir y hacer el amor [...] Decir que el pueblo mexicano no había deseado al príncipe austríaco iba más allá de la calumnia ridícula, del histrionismo desvergonzado...”. Y las tonalidades del espectro en la cara del profesor mientras continúa, irremediablemente, su lectura: “[El pueblo] tampoco había deseado a Juárez, como lo estampa la mentira oficial. Si el punto se hubiese plebiscitado, el pueblo habría resuelto que ambos, el austríaco y el Benemérito, le dejaran en paz”. Decir que a los mexicanos, con un alto índice de población indígena, le era indiferente que los gobernara el imperialista o el liberal y equiparar ambas figuras históricas, la del usurpador extranjero y la del defensor de la República, afirmando que a la plebe le daba lo mismo uno u otro, era casi un crimen, una ofensa intolerable que, seguramente, el mexicanista y ortodoxo Almada no le perdonó nunca al hispanista e iconoclasta Fuentes Mares.
Mario Lugo, quien trata a Fuentes Mares en la última etapa de su vida y escribe un libro sobre su obra: Tonos intermedios (1991), dice que para el autor de Las mil y una noches mexicanas los hechos de la historia son una puesta en escena y su visión de los mismos es ante todo estética, asignándole el interesante calificativo de “historiadorartista”. Dice Lugo: “Para Fuentes Mares el espectáculo de la historia fue una suerte de obra dramática en la cual los personajes podían ocupar el papel de héroe o villano de acuerdo a la casualidad o al arbitrio de un ser superior que en su caso era el historiadorartista. Los momentos que lo conmovieron más fueron aquellos que él consideraba como dignos de la historia del arte”.
En varias de las conversaciones entre Fuentes Mares y Lugo, el historiador se considera a sí mismo más un “recreador” que un presentador de documentos tal vez en referencia a Almada, e incluso se concibe, lo que más allá de la soberbia podría ser una idea altamente creativa, como el “inventor”, en sus libros, de los propios personajes de la historia. Es decir, Miramón, Cortés, Santa Anna, Blas Pavón o el mismo Juárez no son, finalmente, sino una invención de quien hace uso de esos nombres para elaborar una historia ficción. “La recreación tiene muchos niveles –reflexiona Fuentes Mares–. Hasta que llega un momento en el que ya la recreación no basta, entonces siento la necesidad de inventar al personaje. El conocimiento del hecho histórico es el que está reclamando nuevas formas de acercamiento, de aproximación”. Y estas palabras podrían ser claves en la lectura de toda historia: “acercamiento”, “aproximación”.
La secuencia bibliográfica de los libros de Francisco Almada y José Fuentes Mares, aunque un tanto sinuosa, a fin de cuentas es clara: sin el libro Gobernadores del Estado de Chihuahua, no habría Y México se refugió en el desierto y sin este no habría Juárez y Terrazas. Aclaraciones históricas, o los tres volúmenes publicados en un lapso de siete años, existirían ahora de una manera diferente. Pareciera que, de algún modo, Almada y Fuentes Mares, ramales principales de la historiografía regional, se retroalimentaron mutuamente con las tesis del otro y no solo a partir de la personalidad del general Terrazas, sino respecto a una figura histórica mayor: Benito Juárez.
Y aquí cabe la pregunta: ¿Fuentes Mares habría completado sus cuatro libros posteriores sobre el “benemérito”, el cuarteto juarista que consideraba como su mejor compendio histórico y literario, sin las controversias de mediados de siglo y sin el acicate de la pluma y el dedo acusador de Almada? No podríamos afirmarlo. Lo único cierto, y por lo mismo revelador, es que Fuentes Mares, hispanista y orgulloso chihuahuense, sin mezcla de sangre indígena, vinculado toda su vida a la élite criolla norteña, termina encontrando en la personalidad del indio de Guelatao su mayor pasión intelectual.


El posdebate

El discurso moderno de la historia ha diversificado sus caminos al entrecruzarse con otras disciplinas: la lingüística, la ficción narrativa e incluso la poesía. Desde el último tercio del siglo XX, la historia como una rama de las ciencias sociales no ha dejado de replantear sus principios y de transformar sus objetivos. La búsqueda y el encuentro de la verdad a partir del dato preciso y el sostén documental para interpretar los sucesos del pasado, ya no significa una certeza para un gran número de investigadores. Tampoco para los lectores modernos. No parece haber, para nada ni nadie, una verdad histórica ni una historia única y verdadera.
Investigar a fondo un suceso histórico o la existencia de un hombre, por importante o irrelevante que parezca, debería llevarnos a repensar nuestra propia condición como especie y a interrogar el drama humano desde sus orígenes. Víctor Orozco, en el prólogo de uno de los tomos de las obras completas de Fuentes Mares, nos ofrece algunas ideas sobre las tareas de un investigador de la historia: “Quien pretende reconstruir el pasado pregunta a los documentos: los combina, arma su propio rompecabezas”. Y agrega: “La resultante del trabajo del historiador es siempre una suma algebraica del rigor científico, del grado de honestidad con que se condujo, de sus amores y desamores”. Tal vez solo le faltó añadir que esta “suma algebraica” es también un acto de creación, tan científico como estético, preciso y literario, acaso poético.
Las controversias entre Almada y Fuentes Mares finalmente fortalecieron a ambos historiadores, aunque de un modo distinto y en sentidos opuestos. Almada, dominado por el elemento Tierra, arraiga más sus principios y su propuesta documental en cada nuevo libro, y Fuentes Mares, identificado con el elemento Agua, tal como lo lleva en sus apellidos, es más elástico en la búsqueda de las formas que integren historia y literatura, ficción y documento, hasta alcanzar una fusión feliz en varios relatos de Las mil y una noches mexicanas, su testamento como “historiadorartista”
En la entrega de la medalla Ángel Trías a Francisco R. Almada, a mediados de los años setenta, la semblanza del historiador la hace José Fuentes Mares, quien reconoce el trabajo acucioso del autor de Diccionario de Chihuahua en beneficio de la historiografía regional, ponderando su labor intelectual y su limpia trayectoria como ejemplos para la juventud chihuahuense. Tal vez fue la única vez en que sus manos se estrecharon. Las palabras emitidas por Fuentes Mares y recibidas por Almada, luego de los múltiples desencuentros, enaltece a ambos historiadores y nos muestra su elevada calidad humana.
[r.m. 
golpededados@hotmail.com






Rubén Mejía escribe libros de poemas, algunos publicados. Entre otros, El jardín de las delicias, Segunda muerte y Expíritu. En Chihuahua ha sido editor de medio mundo en su empresa Ediciones del Azar.

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