En la foto Rubén Nevárez, Jorge Aguilar Mora y Rubén Mejía
José Fuentes Mares y
Francisco R. Almada, dos visiones encontradas sobre la historia
Por Rubén Mejía
La
modernidad en la historia de Chihuahua se inicia en la década de 1950. Entre
los años 51 y 58 se editan obras fundamentales para la historiografía regional:
Y México se refugió en el desierto,
1954, de José Fuentes Mares; Crónica de un país bárbaro, 1956,
de Fernando Jordán y Juárez y Terrazas. Aclaraciones históricas, 1958,
de Francisco R. Almada. Asimismo hay un acontecimiento esencial, poco estudiado
hasta ahora, que se difunde a través de la prensa de la ciudad de Chihuahua: el
ríspido debate sobre la personalidad política de Luis Terrazas Fuentes entre el
historiador Francisco R. Almada y el clan Terrazas, suscitado a raíz de la
publicación del libro Gobernadores del Estado de Chihuahua, 1951, del
propio Almada.
José
Fuentes Mares y Francisco Almada son los grandes antagonistas de la historia
regional. Sus desencuentros comienzan a mediados de siglo, cuando Almada, de 58
años, tiene una obra considerable sobre temas chihuahuenses y Fuentes Mares, de
36 años, ha publicado unos cuantos libros de ensayos, sobre todo un estudio
filosófico: Kant y la evolución de la
conciencia. Sus puntos de vista divergentes sobre la historia se
acrecientan a lo largo de sus vidas y terminan siendo irreconciliables.
Entre
Almada y Fuentes Mares no hubo un enfrentamiento directo. El autor de Juárez
y Terrazas interpela varias veces a su colega, pero Fuentes rehúye cualquier
colisión, le alarga la pelea, tanto que no habla de este asunto sino hasta la
etapa final de su vida. En Intravagario,
su libro de memorias publicado póstumamente, cuenta cómo los descendientes de
Terrazas le propusieron hacer la biografía de su glorioso ancestro: “La oferta
era buena pues me permitiría trabajar en cosas de mi tierra a salvo de
urgencias económicas”. Sus dudas van en otra dirección y tienen un nombre:
“Tampoco se me ocultaba que, de aceptar, me pondría en la mira de los aún
enemistados con el famoso hacendado, como el respetable historiador regional
don Francisco R. Almada, por su visceral aversión al controvertido personaje”.
En este mismo libro de memorias, Fuentes Mares considera a Y México se
refugió en el desierto como una de
sus “obras menores”, y ante el disgusto de algunos Terrazas sobre
ciertos contenidos del libro, se hace el firme propósito de no aceptar otra
obra “por encargo”, aunque sí escribe algunas más.
El
presente texto borda sobre las visiones de los principales historiadores
chihuahuenses del siglo XX y se divide en tres partes. El punto de partida es
la polémica colectiva y apasionada del segundo semestre de 1951: el “Predebate”,
que nos permite comprender mejor las visiones sobre la historia de Almada y
Fuentes Mares: el “Debate central”, así como sus valiosas y vibrantes repercusiones
para nuestra actual historiografía: el “Posdebate”. A su vez, este ensayo pretende
ser una carta abierta y una invitación dirigidas a los múltiples investigadores
de la historia de Chihuahua para que le den continuidad, juego y diversidad, en
su propio discurso crítico, a los vasos rotos y comunicantes de sus
antecesores: los historiadores regionales del siglo pasado.
El predebate
28
años después de muerto, el político, terrateniente y militar chihuahuense Luis
Terrazas Fuentes (1829-1923) es el centro, más bien el epicentro, de un intenso
e histórico debate cuyos puntos esenciales son motivo de controversia aún en las
primeras décadas del siglo XXI. Con la publicación del texto “Resumen
biográfico de la personalidad política del general Luis Terrazas”, capítulo 39
del libro Gobernadores del Estado de Chihuahua, da inicio una polémica
expansiva entre el historiador Francisco R. Almada, autor del volumen y quien solo
cuenta entre sus filas a Alfonso Escárcega, y varios descendientes del general:
Luis Laguette Terrazas, Carlos Sisniega Terrazas, Salvador Creel Terrazas y
Pedro Zuloaga Hirigoity, así como Guillermo Porras, apoderado legal de la
familia Terrazas, quien termina siendo el principal polemista en contra del
profesor Almada.
Estos
diálogos, poco amables, inundan las páginas de la prensa local casi en forma
diaria alrededor de cuatro meses. En la historia de Chihuahua, e incluso en el
ámbito nacional, difícilmente encontraremos una polémica tan vital y desbordada
como la acontecida durante el segundo semestre de 1951, entre el 12 de agosto y
el 9 de diciembre. Un enfrentamiento intelectual en el cual participa la élite
de la región, representada por la dinastía de Luis Terrazas, cuyos lazos de
sangre, observa Héctor Chávez Barrón, “tenían un carácter casi sagrado”.
Para los
sucesores del linaje terracista, el error primordial de Almada, podríamos decir
su sacrilegio, no radica en la inexistencia de los documentos citados en la
biografía sobre su insigne ancestro, tal vez ni siquiera debido a una
interpretación tendenciosa de algunos hechos históricos. Su equívoco es poner
en duda el culto hacia una figura legendaria, la cual significa para la
genealogía familiar una fusión incontrovertible entre lo terrenal y algo más
allá de lo terreno. Y, acaso, la respuesta de los terracistas frente
a esta primera desacralización del prohombre –el otoño del patriarca– no es
sino una forma de duelo ante la posibilidad de su propio desarraigo de las
páginas de la historia y frente a una orfandad inadmisible respecto a una
figura omnipaterna.
El
texto detonante de la polémica es un artículo de Alfonso Escárcega, publicado
en El Heraldo de Chihuahua el 12 de agosto de 1951, con un título
provocador: Don Luis Terrazas, ¿fue un héroe de petate?: “Al llegar al
punto final de su biografía queda en la mente del lector la idea de que Luis
Terrazas fue un gobernador ególatra, desprovisto de patriotismo, lleno de vanidad,
inflado de soberbia. ¡Y ya basta francamente de que sigamos viviendo con
mentiras históricas!”. Con este artículo, Escárcega le prende la mecha
al pequeño explosivo fabricado por Almada. Y el estallido cimbra, de la cabeza
a los pies, al núcleo Terrazas y a su extensa parentela. Cuatro días después de
publicado el texto de Escárcega, aparece la primera contraofensiva terracista
en la pluma de Luis Laguette, nieto del general: “Luis
Terrazas pertenece a los chihuahuenses, a los mexicanos, a nuestro digno
ejército militar, miembros del cual le brindaron honores ante la imagen de
Cristo en su propia casa, de ese Cristo que no fue ni conservador ni liberal y
que pertenece a toda la humanidad”.
En
pocos días, esta polémica ya toca los más bajos fondos. Se ha desvirtuado para
convertirse –en palabras de Escárcega– “en tubería de porquería”. Almada,
entonces, propone a los familiares ofendidos realizar dos reuniones públicas
con la presencia de un notario y ante un jurado calificado que representara a
las partes en pugna. En esas juntas, con asistencia libre para todos los
interesados, el investigador presentaría las pruebas originales sobre los temas
que eran motivo de discrepancia. Mas dichas reuniones no se llevan a cabo.
¿Francisco
Almada tenía una animadversión personal –como tantas veces se dijo– en contra
de Luis Terrazas y su dinastía que lo llevaba a traicionar su “imparcialidad”
como investigador de los hechos de la historia? Al respecto no tenemos una
respuesta puntual ni especulativa. Lo que sí es posible advertir es que contrario
al estilo parco y a la expresión mesurada de Almada, el capítulo dedicado a Terrazas
en Gobernadores del Estado de Chihuahua
tiene una carga pasional apenas contenida, que amenaza con desbordarse página a
página, muy diferente de la escritura biográfica del centenar de gobernadores en
ese mismo volumen y, en general, del conjunto de su obra.
Don
Francisco inicia la biografía de don Luis con estas líneas: “Nunca se ha
escrito un resumen biográfico completo sobre la personalidad política del general
Luis Terrazas […] solo se publicó por sus panegiristas lo que convenía a sus
intereses. Todo se reducía a publicar elogios y
alabanzas que lo presentaban como un semidiós del liberalismo local durante las
guerras de Reforma, la Intervención Francesa y el Imperio, que a la vez servían
para halagar su vanidad”. Y el propósito del historiador es evidenciar, como el
niño en el cuento de Andersen, que en realidad ¡el Rey va desnudo! Y así lo
exclama párrafo a párrafo a lo largo de 70 páginas, aunque concede: “En este
resumen presento también los hechos meritorios de la vida del general, que
fueron considerablemente aumentados por los suyos”. Mas tales “hechos
meritorios” del político y terrateniente nunca aparecen en el texto de Almada. Solo
en el párrafo final del libro le reconoce un par de acciones generosas en su casi
centenaria vida: “Lo único que recuerda su munificencia es el donativo que hizo
al Ayuntamiento de Chihuahua del terreno donde se levanta la estatua del
general Manuel Ojinaga. En otra ocasión prestó cincuenta mil pesos al Municipio
de Juárez para la ejecución de algunas obras materiales y no cobró ningunos
réditos”. Y nada más.
Guillermo
Porras, representante legal de los Terrazas, es el penúltimo en la fila de los
polemistas. Su entrada en escena aviva las brasas del debate, el cual alcanza
un nivel más elevado, documental e intelectualmente, respecto a las primeras
voces. No obstante, los señalamientos personales y los descabezamientos de uno
y otro lado no cesan. El abogado Porras califica a Almada como “un personaje de
muy mediocres dotes intelectuales, que en su afán de exhibicionismo trata de
roer el pedestal de honor de don Luis Terrazas, la personalidad de mayor
relieve que ha producido Chihuahua”. Por su parte, el historiador lo califica
de “tenebroso” y lo acusa de ser uno de artífices del intento de venta, durante
la revolución, del territorio de Chihuahua a empresas extranjeras: “Ya es
tiempo de que las generaciones presentes sepan quienes concertaron la venta de
la novena parte de la superficie chihuahuense a los gringos. Si fue el general
Terrazas y su apoderado Guillermo Porras, o si fue alguno de sus hijos o nietos
del primero y el apoderado licenciado Porras”.
Los
temas de Almada versus Porras son casi los mismos del inicio de la
polémica, pero como una reedición, corregida y aumentada, de los puntos más
controversiales entre el historiador y los herederos de Terrazas. El
intercambio es de veinte artículos extensos y encendidos, diez por bando. Luego
de dos meses de “toma y daca”, ambos contendientes, seguramente exhaustos,
prometen darle continuidad a sus argumentaciones en un futuro inmediato
mediante la escritura de un volumen biográfico definitivo sobre el general. Sin
embargo, Guillermo Porras no puede cumplir ese propósito, pues enferma
gravemente. Entonces Carlos Sisniega, uno de los primeros polemistas, encabeza
una representación del grupo Terrazas y con un cheque de ceros múltiples en el
bolsillo toca a las puertas de otro abogado: José Fuentes Mares, el inquieto
historiador que, a sus 34 años, se encuentra a mitad del camino de la vida.
El
debate central
Traducido
al lenguaje llano de la política mexicana de las primeras décadas del siglo XXI,
los principales cargos de Francisco R. Almada en contra de Luis Terrazas Fuentes
son:
1.-
Abuso del poder político y enriquecimiento ilícito durante sus gestiones
públicas al frente del gobierno estatal.
2.-
Disposición indebida por las administraciones terracistas de los bienes
expropiados al clero, de los fondos aduanales y de los impuestos federales.
3.-
Actos de corrupción y nepotismo como el
origen y el cierre de un amplio ciclo de ilegalidad-impunidad.
Dichas
acusaciones nos hacen ver que estas denuncias de mediados del siglo XX respecto
a gobiernos del XIX resultan similares o, en lo fundamental, son las mismas que
continúan haciéndose en contra de gobernantes y políticos nacionales del siglo XXI.
¿La circularidad de la historia humana?
El
premio mayor de la polémica entre Almada y Porras no radica en los datos
diligentes del profesor ni en los contraataques bien armados del licenciado. La
gran ganancia llega pocos años después en un par de libros de historia regional
con narrativas diversas y visiones opuestas, sin un aparente punto de encuentro:
la crónica novelada de José Fuentes Mares Y México se refugió en el desierto
y la gravedad documental de Francisco R. Almada Juárez y Terrazas.
Aclaraciones históricas, volúmenes que son como una luz de media tarde de
la polémica de 1951 desplegada en las páginas de El Heraldo y Tribuna.
En
Intravagario, Fuentes Mares, un escritor empresario que sabe cómo
blandir su pluma, se sincera: “No desconozco cuánto me plugo ganar millones de
pesos con mis libros...”, y agrega una confesión respecto a los mismos, sin
duda sobre todo en referencia a aquellos redactados por encargo: “Solo Dios
conoce la secreta vergüenza que experimento al releer obras de juventud; el
poco gusto con que las doy a la imprenta y el gran disgusto con que procedo a
remozarlas”.
Poco
después de publicada la biografía de Terrazas, el educador José Vasconcelos escribe,
aunque con seudónimo, una reseña favorable del libro, haciendo énfasis en su
forma y estilo: “Rarísima vez se podría señalar un error gramatical;
predominando un estilo cálido, lúcido, con hallazgos ocasionales de buena
expresión”. Pero ya personalmente, Vasconcelos le da un consejo a su alumno y
tocayo: “Deje de andarse por las ramas y vaya al grano: el grano consiste en desenmascarar
a la bola de cabrones que usurpan el nombre de héroes en la historia de este
pobre país”.
Por
su parte, Pancho Almada parece no andarse por las ramas: “Fuentes Mares incurre
en una serie de errores, alteraciones de hechos y documentos y omisiones
intencionales en la defensa incompleta que hace de la personalidad política de
don Luis Terrazas”. Y entre sus “aclaraciones históricas” hay algunas para el joven
historiador, cuya vocación, para Almada, es más bien la de un literato, sin
duda frustrado: “Quien lea con cuidado los trozos literarios escritos por el
licenciado Fuentes Mares y los compare con los documentos transcritos, tendrá
que convencerse que el abogado chihuahuense ha confundido la literatura con la
Historia”. Y pone la palabra historia con H mayúscula y la palabra literatura
con minúscula para hacer más obvia la diferencia entre ambas disciplinas.
Pero
tal vez no se trata de una “confusión”, como lo afirma el autor de las Aclaraciones, sino de un riesgo asumido
por Fuentes Mares, quien concibe a la historiografía como “literatura
histórica” y a la imaginación como la real “madre de la historia”. Frente a tal
idea, sin duda desconcertante para un investigador tradicional y de principios inamovibles
como Almada, este podría haber respondido: “El documento es el padre único de
la historia”. Y pondría, a su vez, la palabra documento con D mayúscula.
Luis
Aboites, estudioso de la historiografía regional y de la obra de Fuentes Mares,
ha escrito sobre nuestro literato-historiador: “Privilegia el argumento o la
relación entre argumentos, elaborados todos con gran habilidad y forma
literaria, por encima de una verdad histórica por demás inasible”. Es decir,
para Fuentes Mares la forma es igual de relevante, o incluso mayor, que el
contenido mismo. Un ejemplo es Y México se refugió en el desierto, libro
del que su autor reniega, en subsecuentes reediciones, no por su contenido
polémico o por su desapego documental, sino por “el desagrado de su forma
literaria”, cuya corrección formal y satisfacción plena le demandaría
reescribir el texto de principio a fin. Tarea que nunca hizo.
En
varios pasajes de sus libros en torno a Terrazas, ahí donde Almada planta a
profundidad un dato, Fuentes Mares aventura un comentario paródico o suelta las
amarras de su estilo literario. De entrada, los mismos títulos de sus obras
expresan interpretaciones encontradas respecto a las funciones de la historia y
a las tareas de un historiador: la grata expresión poética Y México se refugió
en el desierto, de Fuentes Mares, obtiene una respuesta documental de más
de 700 páginas, como para asestar un golpe final, de una vez y para siempre: Juárez
y Terrazas. Aclaraciones históricas, por parte de Almada.
Imaginemos
la expresión del rostro de don Francisco en tanto lee este párrafo de don José sobre
la época de la intervención francesa: “El pueblo era un rebaño miserable y lo
es hoy en gran medida todavía. Ese no ha podido desear sino lo primario, comer,
dormir y hacer el amor [...] Decir que el pueblo mexicano no había deseado al príncipe
austríaco iba más allá de la calumnia ridícula, del histrionismo desvergonzado...”.
Y las tonalidades del espectro en la cara del profesor mientras continúa,
irremediablemente, su lectura: “[El pueblo] tampoco había deseado a Juárez,
como lo estampa la mentira oficial. Si el punto se hubiese plebiscitado, el
pueblo habría resuelto que ambos, el austríaco y el Benemérito, le dejaran en
paz”. Decir que a los mexicanos, con un alto índice de población indígena, le era
indiferente que los gobernara el imperialista o el liberal y equiparar ambas
figuras históricas, la del usurpador extranjero y la del defensor de la
República, afirmando que a la plebe le daba lo mismo uno u otro, era casi un
crimen, una ofensa intolerable que, seguramente, el mexicanista y ortodoxo Almada
no le perdonó nunca al hispanista e iconoclasta Fuentes Mares.
Mario
Lugo, quien trata a Fuentes Mares en
la última etapa de su vida y escribe un libro sobre su obra: Tonos intermedios (1991), dice que para
el autor de Las mil y una noches
mexicanas los hechos de la historia son una puesta en escena y su visión de
los mismos es ante todo estética, asignándole el interesante calificativo de “historiadorartista”.
Dice Lugo: “Para Fuentes Mares el espectáculo de la historia fue una suerte de
obra dramática en la cual los personajes podían ocupar el papel de héroe o
villano de acuerdo a la casualidad o al arbitrio de un ser superior que en su
caso era el historiadorartista. Los momentos que lo conmovieron más fueron
aquellos que él consideraba como dignos de la historia del arte”.
En
varias de las conversaciones entre Fuentes Mares y Lugo, el historiador se considera
a sí mismo más un “recreador” que un presentador de documentos –tal
vez en referencia a Almada–, e incluso se concibe, lo
que más allá de la soberbia podría ser una idea altamente creativa, como el
“inventor”, en sus libros, de los propios personajes de la historia. Es decir,
Miramón, Cortés, Santa Anna, Blas Pavón o el mismo Juárez no son, finalmente, sino
una invención de quien hace uso de esos nombres para elaborar una historia ficción.
“La recreación tiene muchos niveles –reflexiona Fuentes Mares–. Hasta que llega
un momento en el que ya la recreación no basta, entonces siento la necesidad de
inventar al personaje. El conocimiento del hecho histórico es el que está
reclamando nuevas formas de acercamiento,
de aproximación”. Y estas palabras podrían
ser claves en la lectura de toda historia: “acercamiento”, “aproximación”.
La
secuencia bibliográfica de los libros de Francisco Almada y José Fuentes Mares,
aunque un tanto sinuosa, a fin de cuentas es clara: sin el libro Gobernadores
del Estado de Chihuahua, no habría Y México se refugió en el desierto y
sin este no habría Juárez y Terrazas. Aclaraciones históricas, o los
tres volúmenes publicados en un lapso de siete años, existirían ahora de una
manera diferente. Pareciera que, de algún modo, Almada y Fuentes Mares, ramales
principales de la historiografía regional, se retroalimentaron mutuamente con
las tesis del otro y no solo a partir de la personalidad del general Terrazas,
sino respecto a una figura histórica mayor: Benito Juárez.
Y
aquí cabe la pregunta: ¿Fuentes Mares habría completado sus cuatro libros
posteriores sobre el “benemérito”, el cuarteto juarista que consideraba como su
mejor compendio histórico y literario, sin las controversias de mediados de siglo
y sin el acicate de la pluma y el dedo acusador de Almada? No podríamos
afirmarlo. Lo único cierto, y por lo mismo revelador, es que Fuentes Mares, hispanista
y orgulloso chihuahuense, sin mezcla de sangre indígena, vinculado toda su vida
a la élite criolla norteña, termina encontrando en la personalidad del indio de
Guelatao su mayor pasión intelectual.
El posdebate
El
discurso moderno de la historia ha diversificado sus caminos al entrecruzarse
con otras disciplinas: la lingüística, la ficción narrativa e incluso la
poesía. Desde el último tercio del siglo XX, la historia como una rama de las
ciencias sociales no ha dejado de replantear sus principios y de transformar
sus objetivos. La búsqueda y el encuentro de la verdad a partir del dato
preciso y el sostén documental para interpretar los sucesos del pasado, ya no
significa una certeza para un gran número de investigadores. Tampoco para los
lectores modernos. No parece haber, para nada ni nadie, una verdad histórica ni
una historia única y verdadera.
Investigar
a fondo un suceso histórico o la existencia de un hombre, por importante o
irrelevante que parezca, debería llevarnos a repensar nuestra propia condición como
especie y a interrogar el drama humano desde sus orígenes. Víctor Orozco, en el
prólogo de uno de los tomos de las obras completas de Fuentes Mares, nos ofrece
algunas ideas sobre las tareas de un investigador de la historia: “Quien
pretende reconstruir el pasado pregunta a los documentos: los combina, arma su
propio rompecabezas”. Y agrega: “La resultante del trabajo del historiador es
siempre una suma algebraica del rigor científico, del grado de honestidad con
que se condujo, de sus amores y desamores”. Tal vez solo le faltó añadir que
esta “suma algebraica” es también un acto de creación, tan científico como estético,
preciso y literario, acaso poético.
Las
controversias entre Almada y Fuentes Mares finalmente fortalecieron a ambos
historiadores, aunque de un modo distinto y en sentidos opuestos. Almada,
dominado por el elemento Tierra, arraiga más sus principios y su propuesta
documental en cada nuevo libro, y Fuentes Mares, identificado con el elemento
Agua, tal como lo lleva en sus apellidos, es más elástico en la búsqueda de las
formas que integren historia y literatura, ficción y documento, hasta alcanzar una
fusión feliz en varios relatos de Las mil
y una noches mexicanas, su testamento como “historiadorartista”
En
la entrega de la medalla Ángel Trías a Francisco R. Almada, a mediados de los
años setenta, la semblanza del historiador la hace José Fuentes Mares, quien reconoce
el trabajo acucioso del autor de Diccionario
de Chihuahua en beneficio de la historiografía regional, ponderando su labor
intelectual y su limpia trayectoria como ejemplos para la juventud chihuahuense.
Tal vez fue la única vez en que sus manos se estrecharon. Las palabras emitidas
por Fuentes Mares y recibidas por Almada, luego de los múltiples desencuentros,
enaltece a ambos historiadores y nos muestra su elevada calidad humana.
[r.m. golpededados@hotmail.com
[r.m. golpededados@hotmail.com
Rubén Mejía escribe libros de poemas, algunos
publicados. Entre otros, El jardín de las
delicias, Segunda muerte y Expíritu. En Chihuahua ha sido editor de
medio mundo en su empresa Ediciones del Azar.
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