En la foto Adriana Cadena
De parranda con la Legión
de María
Por Adriana Cadena y Jesús
Chávez Marín
Cuando Margarita compró su
casa hace diez años en un bonito fraccionamiento de San Felipe, se arrepintió a
las tres semanas, cuando ya se le hizo mucho que nomás al cruzar la calle
empezaba una colonia popular que se llama Pancho Villa. Muy pronto se dio cuenta de que había hecho una pésima inversión, por el mal aspecto del vecindario de
enfrente: le daba miedo llegar en la noche y que la asaltaran, o algunos vecinos que de plano parecían malandros le
robara el carro.
A pesar de que ya se había
cambiado al nuevo domicilio, y de que le gustaba mucho la casa recién comprada,
trató de deshacer el trato con la inmobiliaria pero fue imposible, era una bola
de enredos, sentimientos encontrados entre sí o no, además de que los líos financieros
y penalizaciones de plano abusivas en el caso de que decidiera devolver la casa
le iba a costar un dineral. No le quedó otra cosa que apechugar con los
inconvenientes y a ver más adelante como se iban dando las cosas.
Se adueño de ella la
tristeza, pero pronto se dio cuenta de que se sentía un poco a gusto en el
barrio nuevo: desde sus ventanales de enfrente se miraban las hermosas torres de
una iglesia colonial que estaba a unas cuadras, en el límite de las dos
colonias. Era el templo más cercano a la nueva casa y se alegró de que cada
domingo podría ir a misa caminando, cosa que no hacía fácilmente, acostumbrada
al carro. Las actividades religiosas reunían a los dos sectores de la zona,
tanto a los de clase acomodada que radicaban en el fraccionamiento como a las
familias humildes que vivían en la colonia, y todo con armonía y buena
educación por parte de todos.
Un día leyó Margarita en La
Biblia que cuando tuvieses una fiesta invitaras a toda aquella gente necesitada
en lugar de la que tenía recursos. Las señoras de la Legión de María eran las
más grandes de edad y las más humildes. Ellas siempre la invitaban a rezar el
rosario los miércoles, así que Margarita tomó la decisión de organizar
en su cumpleaños una fiesta para convivir con aquellas mujeres.
Hacía frío aquel 15 de
enero, de esos días que calan en los huesos. Se puso a
cocinar en el horno cuanto se le ocurrió, además hizo bebidas preparadas: piñas
coladas, vampiros, perros rusos y de postre su famoso pastel de queso.
A las cuatro en punto, una por
una fueron llegando las invitadas, y aunque ella les había indicado que la fiesta era sin regalos, solo para convivir, pareciera que
les hubiera dicho todo lo contrario. Cada invitada, un regalo. Por supuesto que
la alegría brotó por toda la casa, escuchó cantos en voces de 80 años que ni
siquiera sabía que existían, parecían ángeles que cantaban extasiadas, veía
todo a su alrededor cómo platicaban muy contentas y entre que pedían deme uno
de esos Perros, o más pastel, el tiempo trascurría.
A las nueve de la
noche llegó el tradicional "Abra los regalos". Todas se sentaron
alrededor de Margarita para ver bien: 50 invitadas 50 regalos.
El primero: un mantel
tejido a mano por Chonita; un delantal hecho por Lupita; un bolsa de mimbre
hecha por Toñis para guardar las bolsas de plástico; unas velas aromáticas que
le quedaban muy bien a doña Mary... cada regalo como un milagro de las manos y
el amor de estas mujeres.
Cuando se fueron sus lindas
vecinas, Margarita pensó: que hermosos son los regalos donde el tiempo y el
amor se bordan.
Adriana Cadena es secretaria; trabajó durante 16 años en el Gobierno del Estado de Nuevo León. Tiene una página de facebook llamada Alma mía, donde publica poemas y relatos. Actualmente se dedica a las ventas y a la fotografía.
Adriana Cadena es secretaria; trabajó durante 16 años en el Gobierno del Estado de Nuevo León. Tiene una página de facebook llamada Alma mía, donde publica poemas y relatos. Actualmente se dedica a las ventas y a la fotografía.
Jesús Chávez Marín es editor de Estilo Mápula revista de literatura.
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