lunes, 27 de agosto de 2018

Adriana Cadena y Jesús Chávez Marín. De parranda con la Legión de María

En la foto Adriana Cadena

De parranda con la Legión de María

Por Adriana Cadena y Jesús Chávez Marín

Cuando Margarita compró su casa hace diez años en un bonito fraccionamiento de San Felipe, se arrepintió a las tres semanas, cuando ya se le hizo mucho que nomás al cruzar la calle empezaba una colonia popular que se llama Pancho Villa. Muy pronto se dio cuenta de que había hecho una pésima inversión, por el mal aspecto del vecindario de enfrente: le daba miedo llegar en la noche y que la asaltaran, o algunos vecinos que de plano parecían malandros le robara el carro.
A pesar de que ya se había cambiado al nuevo domicilio, y de que le gustaba mucho la casa recién comprada, trató de deshacer el trato con la inmobiliaria pero fue imposible, era una bola de enredos, sentimientos encontrados entre sí o no, además de que los líos financieros y penalizaciones de plano abusivas en el caso de que decidiera devolver la casa le iba a costar un dineral. No le quedó otra cosa que apechugar con los inconvenientes y a ver más adelante como se iban dando las cosas.
Se adueño de ella la tristeza, pero pronto se dio cuenta de que se sentía un poco a gusto en el barrio nuevo: desde sus ventanales de enfrente se miraban las hermosas torres de una iglesia colonial que estaba a unas cuadras, en el límite de las dos colonias. Era el templo más cercano a la nueva casa y se alegró de que cada domingo podría ir a misa caminando, cosa que no hacía fácilmente, acostumbrada al carro. Las actividades religiosas reunían a los dos sectores de la zona, tanto a los de clase acomodada que radicaban en el fraccionamiento como a las familias humildes que vivían en la colonia, y todo con armonía y buena educación por parte de todos.
Un día leyó Margarita en La Biblia que cuando tuvieses una fiesta invitaras a toda aquella gente necesitada en lugar de la que tenía recursos. Las señoras de la Legión de María eran las más grandes de edad y las más humildes. Ellas siempre la invitaban a rezar el rosario los miércoles, así que Margarita tomó la decisión de organizar en su cumpleaños una fiesta para convivir con aquellas mujeres.
Hacía frío aquel 15 de enero, de esos días que calan en los huesos. Se puso a cocinar en el horno cuanto se le ocurrió, además hizo bebidas preparadas: piñas coladas, vampiros, perros rusos y de postre su famoso pastel de queso.
A las cuatro en punto, una por una fueron llegando las invitadas, y aunque ella les había indicado que la fiesta era sin regalos, solo para convivir, pareciera que les hubiera dicho todo lo contrario. Cada invitada, un regalo. Por supuesto que la alegría brotó por toda la casa, escuchó cantos en voces de 80 años que ni siquiera sabía que existían, parecían ángeles que cantaban extasiadas, veía todo a su alrededor cómo platicaban muy contentas y entre que pedían deme uno de esos Perros, o más pastel, el tiempo trascurría.
A las nueve de la noche llegó el tradicional "Abra los regalos". Todas se sentaron alrededor de Margarita para ver bien: 50 invitadas 50 regalos.
El primero: un mantel tejido a mano por Chonita; un delantal hecho por Lupita; un bolsa de mimbre hecha por Toñis para guardar las bolsas de plástico; unas velas aromáticas que le quedaban muy bien a doña Mary... cada regalo como un milagro de las manos y el amor de estas mujeres.
Cuando se fueron sus lindas vecinas, Margarita pensó: que hermosos son los regalos donde el tiempo y el amor se bordan.




Adriana Cadena es secretaria; trabajó durante 16 años en el Gobierno del Estado de Nuevo León. Tiene una página de facebook llamada Alma mía, donde publica poemas y relatos. Actualmente se dedica a las ventas y a la fotografía.
Jesús Chávez Marín es editor de Estilo Mápula revista de literatura.

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