John Reed, un poeta en la trampa
Por Raúl Sánchez Trillo
Tan poco tiempo es el título del libro escrito por
Bárbara Gelb en 1973, y traducido al español por Ediciones Roca, donde se narra
the love story entre John Reed y Louise Bryant. La estrategia publicitaria de
su portada, en la que aparece el listón “Reds (rojos) la película de los 3 Oscars”,
sugiere que fue la base para el guión de la película protagonizada por Warren
Beatty. Pero la ausencia de prólogo y la escasa información de sus solapas no
lo confirman. Si se coteja con la versión cinematográfica se deduce que, cuando
menos, el libro debió ser uno de los documentos consultados para elaborar el
guión. No obstante, la obra de Barbara Gelb es una interesante investigación en
la que se pretende desmitificar al Reed que la propaganda política y las
películas han contribuido a formar, o mejor dicho, a deformar.
Sin demérito de las cualidades de
esta pareja de periodistas radicales, la autora muestra los perfiles humanos de
un hombre y una mujer rebeldes que padecieron separaciones, celos y cárcel, en
una época en la que el optimismo dotó a la bohemia estadounidense de la
seguridad de poder cambiar el mundo.
Si bien en los fines de siglo el
pesimismo y la inseguridad parecen instalar su reino, cada inicio de siglo,
quizá por el hecho psicológico de iniciar una nueva cuenta, despierta
expectativas de renovación y se caracteriza por un optimismo a veces
desmesurado. Esta fe en el progreso, este enamoramiento por las utopías y el
sentimiento de estar predestinados para lo trascendental, se apoderó en las
primeras décadas del siglo 20 tanto de artistas como de luchadores sociales de
casi todo el mundo, no siendo la excepción la intelectualidad neoyorquina,
asentada territorialmente en Greenwich Village.
BarbaraGelb registra el ánimo
colectivo que imperaba en ese medio: “Al igual que Reed, muchos de los
habitantes del Village ya se habían hecho famosos en sus respectivas
actividades. Otros, como el dramaturgo Eugene O´Neill, estaban a punto de
serlo. A casi todos, desde el poeta Maxwell Bodenheim hasta la anarquista Emma
Goldman, les poseía un fervor misionero; estaban seguros de poder cambiar el
mundo. Era un período de ingenuo egoísmo, de líbidos recientemente descubiertos,
de sitios baratos donde comer y beber. La sexualidad, el cubismo, el
anarquismo, la prensa amarilla y Freud eran los temas principales de las
apasionadas discusiones”.
Greenwich Village fue refugio de los
artistas norteamericanos de la época que escapaban de los ambientes clasemedieros
de sus localidades.
Gracias al surgimiento de un barrio
negro en esa zona, que automáticamente devaluó las propiedades cercanas, las
rentas quedaron al alcance de los intelectuales quienes, como suele suceder con
los artistas de todas las épocas, no se caracterizaban por tener recursos
económicos en abundancia. Surgió entonces “una bohemia espontánea y vital,
única en la historia del país”, cuyo escenario era “…una mezcla de tugurio
neoyorquino, ciudad de crecimiento rápido del Oeste y revive gauche parisina”.
Aunque Louise Bryant y John Reed recorrieron medio país y medio mundo, el
Village fue un lugar determinante en su relación de pareja por el círculo de
amigos y la filosofía que emanaba del ambiente respecto a todas las cosas.
Acuerdos tácitos del Village eran que
el amor debía ser libre, los acuerdos sentimentales no debían imponer trabas
moralistas, que era inútil sostener una relación cuando el afecto espontáneo se
volvía obligatorio. Louise y John fueron una pareja afortunada. Su relación
amorosa duró alrededor de cuatro años, tiempo durante el cual hubo largas
separaciones entre ellos, una guerra mundial y la revolución más importante de
este siglo, acontecimientos capaces de paliar cualquier crisis conyugal que
llegara a emerger.
A pesar de los esfuerzos de redacción
imparcial de Barbara Gelb, nos queda la impresión de una Louise muy hojaldra y
de un John medio pendejón. Louise aparece como una mujer muy liberada que, sin
embargo, se quita los años y miente en algunas cuestiones, por ejemplo su libro
sobre la URSS se titula Seis rojos meses
en Rusia, cuando en realidad solo estuvo cuatro meses en ese país. Por otro
lado, mantiene un romance con Eugene O´Neill, construyendo un triángulo en el
que engaña a los dos para sentirse secretamente triunfante por tener en sus
manos a ambos hombres: era la musa inspiradora de O¨Neill, el brillante
escritor en ciernes, y la compañera de Reed, el periodista afamado que,
ignorante de su infidelidad, apoyaba incondicionalmente la carrera de su rival.
Según Gelb, “los motivos para la
conducta de Louise eran complejos. Parecía tener una necesidad irresistible de
correr peligros, como si el riesgo la estimulase. Cuando no enfrentaba peligros
reales, como viajar por países en guerra o hallarse presente en revoluciones,
tenía que crear una situación que le despertara tensiones. Una manera de
hacerlo era mantener un intenso romance con dos hombres a la vez, sin que
ninguno de ellos lo supiera Pese a su convicción, totalmente sincera, de que
Reed era el hombre de su vida, parecía que la monogamia no era para ella el
estado perfecto”. Pero tampoco era muy congruente con lo que sentía cuando se
trataba de su pareja: la sincera confesión de Reed de haber tenido una aventura
sin trascendencia le produjo un histérico ataque de celos que, en una reacción peor
que en la película Escenas en un
supermercado, de Woody Allen, la llevó a tomar la decisión de irse a Europa
como corresponsal de guerra. Por su parte, Reed exhibe una empalagosa
cursilería en su correspondencia con Louise, sobre todo en ese período en que se
siente terriblemente culpable por su desliz amoroso.
“Cogido en una trampa”, dicen que
dijo John Reed cuando expiró en un hospital de Moscú, y aunque Barbara Gelb no
da mucho crédito a esta versión recogida en las memorias de Emma Goldman, en
esta frase se expresa, más aún con el curso del tiempo, la situación en que
cayeron muchos intelectuales que se lanzaron a apoyar la revolución rusa bajo
la idea que Breton expresara poéticamente: “no importa que la violencia anide
en los cuernos del carnero, si toda la esperanza del mundo se ve en sus ojos”.
Reed fue de hecho un poeta anarquista
que apostó siempre por la vida y su diversidad. En la etapa en que estaba a
punto de elegir entre el periodismo o la propaganda política, escribió sobre sí
mismo: “Algunos hombres parecen encontrar pronto su línea de acción, y crecen
espontáneamente y con pocos cambios hacia lo que han de ser. No tengo idea de
qué seré o qué haré dentro de un mes. Siempre que he intentado ser algo
determinado, he fracasado; solo dejándome llevar por el viento me he encontrado
a mí mismo y me he lanzado a un nuevo papel. He descubierto que solo soy feliz
cuando trabajo intensamente en algo que me gusta. Nunca he logrado aguantar
mucho tiempo lo que me disgusta, y ahora no podría aunque quisiera.” Y
sacrificando al escritor, decidió ser propagandista político para la causa del
socialismo internacional.
Tal vez esa fue su propia trampa porque,
como alguna vez dijo Lincoln Steffens, el periodista norteamericano que tuvo
mayor influencia en él: “Lo que más temía eran sus convicciones; intenté que
dejara de lado sus convicciones y jugara. Que jugara con la vida. Que amara,
viviera y contara todo. Pero todo, no un solo aspecto de las cosas. ¿Por qué?
Porque un poeta es más revolucionario que un radical”.
(Esta crónica de Raúl Sánchez Trillo
es parte de su libro Notas anárquicas,
inédito).
Raúl Sánchez Trillo estudió maestría en
artes visuales en la ENAP/UNAM. Escribe crónicas y es profesional de la
fotografía de arte. Fue director de la Facultad de Artes. También director de
Extensión y Difusión Cultural y actualmente secretario general de la
Universidad Autónoma de Chihuahua.
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