lunes, 29 de octubre de 2018

Raúl Sánchez Trillo. John Reed, un poeta en la trampa

John Reed, un poeta en la trampa

Por Raúl Sánchez Trillo

Tan poco tiempo es el título del libro escrito por Bárbara Gelb en 1973, y traducido al español por Ediciones Roca, donde se narra the love story entre John Reed y Louise Bryant. La estrategia publicitaria de su portada, en la que aparece el listón “Reds (rojos) la película de los 3 Oscars”, sugiere que fue la base para el guión de la película protagonizada por Warren Beatty. Pero la ausencia de prólogo y la escasa información de sus solapas no lo confirman. Si se coteja con la versión cinematográfica se deduce que, cuando menos, el libro debió ser uno de los documentos consultados para elaborar el guión. No obstante, la obra de Barbara Gelb es una interesante investigación en la que se pretende desmitificar al Reed que la propaganda política y las películas han contribuido a formar, o mejor dicho, a deformar.
Sin demérito de las cualidades de esta pareja de periodistas radicales, la autora muestra los perfiles humanos de un hombre y una mujer rebeldes que padecieron separaciones, celos y cárcel, en una época en la que el optimismo dotó a la bohemia estadounidense de la seguridad de poder cambiar el mundo.


Si bien en los fines de siglo el pesimismo y la inseguridad parecen instalar su reino, cada inicio de siglo, quizá por el hecho psicológico de iniciar una nueva cuenta, despierta expectativas de renovación y se caracteriza por un optimismo a veces desmesurado. Esta fe en el progreso, este enamoramiento por las utopías y el sentimiento de estar predestinados para lo trascendental, se apoderó en las primeras décadas del siglo 20 tanto de artistas como de luchadores sociales de casi todo el mundo, no siendo la excepción la intelectualidad neoyorquina, asentada territorialmente en Greenwich Village.
BarbaraGelb registra el ánimo colectivo que imperaba en ese medio: “Al igual que Reed, muchos de los habitantes del Village ya se habían hecho famosos en sus respectivas actividades. Otros, como el dramaturgo Eugene O´Neill, estaban a punto de serlo. A casi todos, desde el poeta Maxwell Bodenheim hasta la anarquista Emma Goldman, les poseía un fervor misionero; estaban seguros de poder cambiar el mundo. Era un período de ingenuo egoísmo, de líbidos recientemente descubiertos, de sitios baratos donde comer y beber. La sexualidad, el cubismo, el anarquismo, la prensa amarilla y Freud eran los temas principales de las apasionadas discusiones”.


Greenwich Village fue refugio de los artistas norteamericanos de la época que escapaban de los ambientes clasemedieros de sus localidades.
Gracias al surgimiento de un barrio negro en esa zona, que automáticamente devaluó las propiedades cercanas, las rentas quedaron al alcance de los intelectuales quienes, como suele suceder con los artistas de todas las épocas, no se caracterizaban por tener recursos económicos en abundancia. Surgió entonces “una bohemia espontánea y vital, única en la historia del país”, cuyo escenario era “…una mezcla de tugurio neoyorquino, ciudad de crecimiento rápido del Oeste y revive gauche parisina”. Aunque Louise Bryant y John Reed recorrieron medio país y medio mundo, el Village fue un lugar determinante en su relación de pareja por el círculo de amigos y la filosofía que emanaba del ambiente respecto a todas las cosas.
Acuerdos tácitos del Village eran que el amor debía ser libre, los acuerdos sentimentales no debían imponer trabas moralistas, que era inútil sostener una relación cuando el afecto espontáneo se volvía obligatorio. Louise y John fueron una pareja afortunada. Su relación amorosa duró alrededor de cuatro años, tiempo durante el cual hubo largas separaciones entre ellos, una guerra mundial y la revolución más importante de este siglo, acontecimientos capaces de paliar cualquier crisis conyugal que llegara a emerger.


A pesar de los esfuerzos de redacción imparcial de Barbara Gelb, nos queda la impresión de una Louise muy hojaldra y de un John medio pendejón. Louise aparece como una mujer muy liberada que, sin embargo, se quita los años y miente en algunas cuestiones, por ejemplo su libro sobre la URSS se titula Seis rojos meses en Rusia, cuando en realidad solo estuvo cuatro meses en ese país. Por otro lado, mantiene un romance con Eugene O´Neill, construyendo un triángulo en el que engaña a los dos para sentirse secretamente triunfante por tener en sus manos a ambos hombres: era la musa inspiradora de O¨Neill, el brillante escritor en ciernes, y la compañera de Reed, el periodista afamado que, ignorante de su infidelidad, apoyaba incondicionalmente la carrera de su rival.
Según Gelb, “los motivos para la conducta de Louise eran complejos. Parecía tener una necesidad irresistible de correr peligros, como si el riesgo la estimulase. Cuando no enfrentaba peligros reales, como viajar por países en guerra o hallarse presente en revoluciones, tenía que crear una situación que le despertara tensiones. Una manera de hacerlo era mantener un intenso romance con dos hombres a la vez, sin que ninguno de ellos lo supiera Pese a su convicción, totalmente sincera, de que Reed era el hombre de su vida, parecía que la monogamia no era para ella el estado perfecto”. Pero tampoco era muy congruente con lo que sentía cuando se trataba de su pareja: la sincera confesión de Reed de haber tenido una aventura sin trascendencia le produjo un histérico ataque de celos que, en una reacción peor que en la película Escenas en un supermercado, de Woody Allen, la llevó a tomar la decisión de irse a Europa como corresponsal de guerra. Por su parte, Reed exhibe una empalagosa cursilería en su correspondencia con Louise, sobre todo en ese período en que se siente terriblemente culpable por su desliz amoroso.


“Cogido en una trampa”, dicen que dijo John Reed cuando expiró en un hospital de Moscú, y aunque Barbara Gelb no da mucho crédito a esta versión recogida en las memorias de Emma Goldman, en esta frase se expresa, más aún con el curso del tiempo, la situación en que cayeron muchos intelectuales que se lanzaron a apoyar la revolución rusa bajo la idea que Breton expresara poéticamente: “no importa que la violencia anide en los cuernos del carnero, si toda la esperanza del mundo se ve en sus ojos”.
Reed fue de hecho un poeta anarquista que apostó siempre por la vida y su diversidad. En la etapa en que estaba a punto de elegir entre el periodismo o la propaganda política, escribió sobre sí mismo: “Algunos hombres parecen encontrar pronto su línea de acción, y crecen espontáneamente y con pocos cambios hacia lo que han de ser. No tengo idea de qué seré o qué haré dentro de un mes. Siempre que he intentado ser algo determinado, he fracasado; solo dejándome llevar por el viento me he encontrado a mí mismo y me he lanzado a un nuevo papel. He descubierto que solo soy feliz cuando trabajo intensamente en algo que me gusta. Nunca he logrado aguantar mucho tiempo lo que me disgusta, y ahora no podría aunque quisiera.” Y sacrificando al escritor, decidió ser propagandista político para la causa del socialismo internacional.
Tal vez esa fue su propia trampa porque, como alguna vez dijo Lincoln Steffens, el periodista norteamericano que tuvo mayor influencia en él: “Lo que más temía eran sus convicciones; intenté que dejara de lado sus convicciones y jugara. Que jugara con la vida. Que amara, viviera y contara todo. Pero todo, no un solo aspecto de las cosas. ¿Por qué? Porque un poeta es más revolucionario que un radical”.

(Esta crónica de Raúl Sánchez Trillo es parte de su libro Notas anárquicas, inédito).





 Raúl Sánchez Trillo estudió maestría en artes visuales en la ENAP/UNAM. Escribe crónicas y es profesional de la fotografía de arte. Fue director de la Facultad de Artes. También director de Extensión y Difusión Cultural y actualmente secretario general de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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