Año 52
Por Sergio
Torres
Cuando niño, la noche y sus demonios se
mantenían a raya si subía la sábana sobre mi cabeza y metía los pies debajo de
su poder protector. Las sábanas en casa de mi abuela eran de algodón, tal vez
de 300 hilos, pero entre el suavizante, la secada al sol y el catre de lona
blanca en el que dormía, armaban el efecto de que fueran de 1300 hilos, tejidos
por hermosas manos morenas de jóvenes egipcias, en el proverbial calor
bochornoso de los veranos de El Cairo (Kamal concuerda conmigo).
Faltan 11 días para concluir el año 52 en
esta sexta década de mi vida. En los últimos 468 días, muchas caras familiares
han desaparecido de la faz de la tierra para integrarse al eterno flujo de
radicales libres surcando el universo.
Ya no está Carlos, con su hermoso cabello
rubio, sus ojos azules y su frente altanera. Ya no está don Nacho, mi papá, con
su aire festivo y su gozo por el presente. Yo no está la Cande, mi tía, y la
orfandad se siente pesada, a despecho de mi edad, madurez y grado de
iluminación con tan pocos watts.
No hay sábana que me cubra de los monstruos
reales que me rodean ‒siempre están aquí‒ el deterioro natural de las cosas, la
enfermedad, la muerte. Ninguna vista como una tragedia sino como un cambio
dramático en el curso de los eventos.
Inesperada, la noche se viene demasiado
pronto para mí, que amo la luz más que nada, preferentemente, detrás de una
cortina de nubes que corren ligeras derramando bendiciones bajo el cielo.
Los días corren, imbatibles, la vida se
consume en latidos, los que más disfruto son aquellos que se convierten
en horas de hacer música con los críos, y en hacer show para entretener a bohemios nocturnos.
Amo estar vivo, claro, con una fuerza de la
que, en otros momentos, me he sentido absolutamente incapaz. Amo la convivencia
con mis alumnos y mis compañeros maestros y músicos.
No soy una persona fácil, no me interesa
serlo, pero soy leal. Con esto, acepto lo que la convivencia depara como
producto natural de las diferencias aparentes.
Que el amor nos salve. Que la vida nos
inunde.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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