Entre epílogos
y epitafios
Por Carlos Gallegos
Hoy me puse a
platicar un rato con los autores de algunos de mis libros, que, tengo entendido,
están ahí en sus páginas para eso, para platicar con sus lectores.
Empiezo sin
escogerlos al azar.
Entro al
despacho y estiro el brazo izquierdo hasta tocar el estante que un día lejano
fabricó mi primo Jorge Flores.
Tomo el primer
ejemplar que alcanzo.
Es una vieja
edición de Madame de Pompadour, de Jacques Llevron, que me prestó
Adelita Elizalde. No lo abro, solo lo aparto para devolvérselo antes de que
empiece a enviarme mensajes exigiéndome su devolución.
Luego, siempre
al azar, tomo Chihuahua/ Crónica de un país bárbaro, de Fernando Jordán,
editado por el Congreso del Estado a petición del entonces diputado Jaime
García Chávez, a quien le dije un día que nada más con eso había hecho más que
muchos diputados juntos.
Mis dedos
rozan el más pequeño, pero el más grandioso de mis libros, excepto la Biblia: Pedro
Páramo, de Juan Rulfo, cuya serie televisiva tiene hechizado a mi hijo
Ricky.
A modo de
saludo toco su nombre escrito en la portada, en recuerdo de cuando conversaba
con él en su anónimo escritorio de la Secretaria de la Reforma Agraria, en la
CDMX.
―Es un viejo renegado ―me decía mi compadre Jesús José Estevané Acosta, su vecino de
escritorio.
Yo lo encontraba encantador, siempre con un
cigarro en los labios.
En el
siguiente compartimiento está Y México se refugió en el desierto, de
José Fuentes Mares. Es una edición de lujo encuadernada en piel que me regaló
un día nevado en su casa de Majalca.
Llego a La fiesta
del Chivo, de la mente mágica de Mario Vargas Llosa.
―Maestro: ¿Para qué escribió el párrafo en que
un prisionero del dictador dominicano Leónidas Trujillo le da las gracias a su
carcelero por la comida que le ha servido? En el último bocado le dice que se
ha comido a su hijo.
Aunque
médicamente no haya explicación, sobreviví a dos meses de abstinencia
alimenticia absoluta.
A la pálida
luz que entra por una persiana, en los últimos rayos del sol poniente que se va
perdiendo en la verde sierra de Rosales, veo Soñar la guerra, la obra
transgresora de la epica de Jesús Gardea.
Al verla, me
acuerdo de varias cosas.
Una. De cuando
en el año 2001 escribí mi libro Luto en Delicias/ vida y muerte de Emiliano
J Laing.
Le pedí a mi
amigo Jesús Chávez Marín que oficiara de corrector de textos, algo
generosamente aceptó.
Dos. De la
carrilla que me dio para que le entregara el párrafo final.
―Ya estuvo ―me espetó una mañana en que entró como huracán
en mi oficina del Palacio de Gobierno―. Invéntale una noche de amor apasionado, mata ya
a ese viejo de una vez y entrégame el epílogo.
Tres. Que al
llegar a casa, algo insólito me guio hacia este libro que hoy tengo en la mano.
Lo hojee y, en la última página, ahí estaba el epílogo que Chávez me reclamaba.
Cuatro. Al día
siguiente le hablé a Gardea, quien vivía en Ciudad Juárez, para pedirle permiso
de terminar mi libro con el final del suyo, que también trata acerca de Laing.
Otorgada la
licencia con la generosidad con que siempre me trató, ese mismo día lo agregué
al texto inconcluso y se lo entregué al exigente corrector.
Cinco. Que
hace tres meses Mario Mata me invitó a su casa a tomar unas copas de vino tinto
y a conocer a su amigo Hernando Zamora, que estaba en Delicias colectando
información acerca de Jesús Gardea y su obra, para su tesis doctoral en la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Lo conocí,
tomamos el vino y le ayudé en lo que pude.
Seis. Semanas
después, Mario me envió un macabro Whatsap con la foto del epitafio grabado en
la tumba de Gardea, quien falleció en la CDMX en el año 2000.
Es el mismo epílogo
de Soñar la guerra y de Luto en Delicias, el que aparece en esta
foto.
Este Whatsap me
dio una idea aún más tétrica: Que en el lejano día en que me cambie de barrio, mi
epitafio diga:
Se perdió en
un viejo camino, entre el Terrero y Delicias.
Carlos Gallegos Pérez es licenciado en comunicación por la UNAM, licenciado en periodismo por la UACH. Fue coordinador de comunicación social de la UACH, así como también fue coordinador de comunicación social en Gobierno del Estado, ganador del Premio Chihuahua de Literatura y del Premio Nacional INBA Novela de Testimonio. Autor de varios libros, actualmente es cronista de Ciudad Delicias.
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