domingo, 10 de agosto de 2025

Su última noche sobre la tierra

Foto: Pedro Chacón


Su última noche sobre la tierra

 

Por Guadalupe Ángeles

 

1

Llegué a la sala donde pasaría su última noche sobre la tierra. Su cuerpo solamente, como lo conocimos todos. Luego solo sería ceniza. Él estaba ahí, pálido por supuesto. Hacía muchos años que nos vimos por primera vez. No sería capaz de acercarme, lo vi de lejos. En mi pecho cierta sensación me llevó a aquella tarde dorada cuando íbamos juntos a bordo de un autobús, era tan hermosa la luz sobre su rostro, o no sé si era yo quien así quería verlo. Pensé: “Esta belleza será así ¿cuánto tiempo?, seguro la muerte borrará este instante”. Él solo reía. Ambos estábamos en esa edad en la que los temas eran lo de menos, acaso solo por escucharnos el uno al otro, hacíamos imágenes con palabras y nos causaba risa ese solo estar ahí, unidos para nada, porque para nada fue siempre y quisimos de ese modo atravesar la vida, pero no fue posible, él amaba los árboles, yo solo las palabras.

   ¿Ahora te arrepientes? ―dijo alguien a mi lado.

No noté cuando su hijo se acercó y tocándome con suavidad el brazo hizo esa pregunta que jamás me había planteado, porque no tenía sentido.

 

2

La veo de pie, no muy cerca de mi padre, pero mirándolo con una especie de curiosidad que me ofende. Por eso quiero que se vaya. Él nunca se quejó cuando se distanciaron, pero fue siempre una especie de niño insensato, de animal hecho para la risa fácil, distinto de nadie que hubiera conocido. Yo, de haberla perdido, seguro hubiese encontrado la manera de no romper el lazo, pero ahora, viéndola aquí, me ofusca su silencio, su ausencia de lágrimas.

 

3

Mi hijo ahora se acerca a ella, veo que ambos se miran. Viene a mí esa tarde de luz dorada. Seguramente ella pensará también en aquellas palabras. Sí, podíamos hablar de la muerte y reírnos. Tuvimos ese privilegio, solo uno más entre todos los de la juventud, como aquel día en que bailábamos en una banqueta sin saber que a pocos pasos de ahí se velaba un muerto.

        Cierto, poco tiempo antes de realmente dejar de usar el lenguaje, como tienen que hacerlo por fuerza los muertos, le di, sin pensar, una palabra que nos alejó. Entiendo que se haya distanciado entonces. No es lo mismo reírnos juntos que sentir cómo se es descrito como un objeto por aquel a quien le dimos incontables instantes llenos de una luz imposible después, con quien fue posible vivir esa complicidad que no encontramos ninguno de los dos en parte alguna.

       Ella no llora. Hace bien. Tampoco le contesta nada a mi hijo. Solo yo conozco la gravedad de la herida. Sin embargo, su rostro serio significa el perdón con el que podré atravesar cualquier río caudaloso que ahora no podré esquivar, aunque quisiera. Fuimos dioses juntos. Generosos y crueles, salvajes como niños y como ellos limpios en la exploración del mundo, de nuestros cuerpos que eran el pretexto para vivirnos como lo hicimos, a espaldas de la sensatez, en la más absoluta imprudencia.

        No sé nada de la muerte, pero tampoco importa. Pues siento ahora el calor del sol de esa tarde bajo su mirada. Limpia. Nuestra como entonces y para siempre nuestra, de nadie más.

 


Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.

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