domingo, 21 de septiembre de 2025

Prodigios de la lluvia

 


Prodigios de la lluvia

 

Por Esther Orozco

 

Como quisiera.

Sí.

Que me abrazaras fuerte

y lento y dócil. Que mi cuerpo fluyera

por las venas y arterias de tus brazos

recorriendo palmo a palmo, muy despacio,

el andar de tu ser, hasta tu núcleo vivo.

Entonces la montaña y el tsunami perderán su fuerza

al sentir el aliento de dos espíritus fundidos.

Rocas de manantial sin rumbo en el desierto.

Sí.

Quisiera que mi ser fuera parte de ti.

que yo ya no soñara, no deseara,

no añorara, ni siquiera suspirara.

Y la ansiedad, que como plaga

se ha instalado y crece en mi cabeza,

se ahogara en tu silencio, sin lamentos.

Tú tendrás que sufrir mis penas que son tuyas.

Penas que engendran zozobras y degüellan esperanzas.

Sí.

Quisiera que esta piel, que me contiene apenas,

se rompiera por fin y dejara salir lo que aprisiona.

Y mis ojos, secos de tanto contenerse,

fueran gotas redondas, confundidas con la lluvia

en las flores escarlatas de la enredadera.

Desde allí te miraría y miraría al cielo

que existe indiferente a mi borrasca

ocupado en llorar sus propios sinsabores.

Y

¿cuándo yo no exista, ni como recuerdo,

dónde quedarán mis pensamientos sin control,

los que me hacen sufrir, aunque las lágrimas no corran?

Mariposas sin destino fijo y sin rumbo definido.

Manojos de dientes de león, muy cristalinos,

invisibles, se esfumarán en el aire, irán a la campiña,

volarán sobre el mar como aves con alas lastimadas,

como polvo de fuego del volcán nevado

que ha tomado por hogar mi cuerpo.

 


Esther Orozco es química y doctora en ciencias. Actualmente es ministra de cooperación internacional en ciencia y tecnología de la Embajada de México en Francia. Ha sido condecorada con la Medalla Pasteur, otorgada por la UNESCO. Es integrante de la Academia Mexicana de Ciencias y de la Academia Mundial de Ciencias.

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