Prodigios de la lluvia
Por Esther Orozco
Como quisiera.
Sí.
Que me abrazaras fuerte
y lento y dócil. Que mi cuerpo fluyera
por las venas y arterias de tus brazos
recorriendo palmo a palmo, muy despacio,
el andar de tu ser, hasta tu núcleo vivo.
Entonces la montaña y el tsunami perderán su
fuerza
al sentir el aliento de dos espíritus
fundidos.
Rocas de manantial sin rumbo en el desierto.
Sí.
Quisiera que mi ser fuera parte de ti.
que yo ya no soñara, no deseara,
no añorara, ni siquiera suspirara.
Y la ansiedad, que como plaga
se ha instalado y crece en mi cabeza,
se ahogara en tu silencio, sin lamentos.
Tú tendrás que sufrir mis penas que son tuyas.
Penas que engendran zozobras y degüellan
esperanzas.
Sí.
Quisiera que esta piel, que me contiene
apenas,
se rompiera por fin y dejara salir lo que
aprisiona.
Y mis ojos, secos de tanto contenerse,
fueran gotas redondas, confundidas con la
lluvia
en las flores escarlatas de la enredadera.
Desde allí te miraría y miraría al cielo
que existe indiferente a mi borrasca
ocupado en llorar sus propios sinsabores.
Y
¿cuándo yo no exista, ni como recuerdo,
dónde quedarán mis pensamientos sin control,
los que me hacen sufrir, aunque las lágrimas
no corran?
Mariposas sin destino fijo y sin rumbo
definido.
Manojos de dientes de león, muy cristalinos,
invisibles, se esfumarán en el aire, irán a
la campiña,
volarán sobre el mar como aves con alas
lastimadas,
como polvo de fuego del volcán nevado
que ha tomado por hogar mi cuerpo.
Esther Orozco es química y doctora en ciencias. Actualmente es ministra de cooperación internacional en ciencia y tecnología de la Embajada de México en Francia. Ha sido condecorada con la Medalla Pasteur, otorgada por la UNESCO. Es integrante de la Academia Mexicana de Ciencias y de la Academia Mundial de Ciencias.
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