Nacha Martí
Alonso, pintora de murales
Por Guadalupe Ángeles
No estoy
segura de cuando empezó a elegir los colores y la pared donde dejaría
constancia de su talento, quizá aún sea pronto para saberlo o probablemente no
sea preciso fijar un punto en específico. Tampoco sería capaz de hacerlo, pues
siempre me sentí, en sus manos de artista, a la vez el muro, los colores y el
pensamiento que daba fuego a ese arte, a esa suerte de alquimia.
Mis recuerdos son imprecisos, pero los de ella son exactos: nos
conocimos en Tonalá, Jalisco; ella conserva un jarrito con la fecha de aquel
evento: Encuentro de Escritoras. Vagamente está en mi memoria el haber
discutido en algún momento, quizá entre la comida de clausura, o yendo hacia
alguna de las conferencias magistrales, por aquel entonces mi mente infantil
tenía una necesidad imperiosa de afirmarse mediante los improperios.
En ese evento conocí su trabajo de investigación sobre Silvia
Ocampo, esa escritora argentina cuyo brillo fue opacado, en el tiempo
histórico que le tocó vivir, por apabullantes presencias, no porque fuera
concurso, pero convivir con Borges, árbol de ramas y raíces profundas,
transformaba a cualquiera, ella fue como un rosal. Y hacia allá fue Nacha Martí
con su mirada generosa, como toda ella, nos acompañó hasta cada una de esas
rosas y pudimos tocar la suavidad de sus pétalos y disfrutar de su aroma.
Luego me
contaría que hizo un viaje a la Argentina y habló con familiares de Silvina;
así profundizó en el estudio de su obra y logró una visión completa de esta
mujer de letras. Creo que nunca le pregunté por qué no escribió su biografía.
Aquel
despliegue de amor por la obra de la escritora argentina me llevó a pedirle ese
escrito para publicarlo en el Área Cultural del diario La Nación de Paraguay,
que por entonces dirigía la poeta Susy Delgado.
Más tarde en Vigo, España, le entregué la versión en papel de esa
publicación. Quedó así establecida la hermandad: España/Paraguay/México.
Tiempo después, como quien lanza una botella al mar, le escribí un
correo electrónico en el que daba rienda suelta a mis sueños más delirantes. Así
estrechamos con entusiasmo mutuo nuestro lazo de sororidad y empatía.
Se planteó por entonces que fuera a Zaragoza, la ciudad española donde
ella vive. Tal propuesta echó a volar mi imaginación, dada como es a hacer
bocetos que quizá no lleguen a concretarse, pero en esa danza, que mi amiga
veía con toda la seriedad del mundo, le contaba y me contaba escenarios
posibles. Yo no sabía por entonces de su generosidad sin límites, la cual la
llevó a diseñar con toda precisión los detalles de mi presentación literaria en
Zaragoza, mientras yo, sin un peso en la bolsa y el entusiasmo por las nubes,
penduleaba entre proyectos fantásticos y humildes reuniones entre amigos. ¡Qué
poco sabía sobre su capacidad para hacer los sueños realidad!
Fue septiembre la fecha acordada para llegar allá, después de
correos electrónicos que daban cuenta de la entrega al proyecto de esta
dibujante excelsa. Yo lo único que hice fue sortear problemas de división entre
mis sueños más alocados y el hecho concreto de pagar el boleto de avión. Una
vez hecho esto, llegué y fui recibida con un amor de hermana que me hizo la
vida muy fácil, pues tanto ella como Carlos, su esposo, me abrieron las puertas
de su casa y llevamos a cabo dos presentaciones de mi obra, para entonces al
fin en suelo español.
Para
tranquilidad de mi guía por aquellas tierras, y de Pepe Fernández, y de Julia
Millán, propietarios de la Librería Antígona, quienes probablemente dudaban
incluso de la existencia de la autora, no digamos del libro propuesto para su
presentación ahí en la librería, en la calle Pedro Cerbuna número 25, No es
luz mas enceguece, el cual llegó conmigo y con En el corazón de la
mañana y Las virtudes esenciales, nacidos todos de la vocación que
en este septiembre, y gracias a los buenos oficios de quien ya para entonces
fungía como ángel guardián, me llevaron a vivir, gracias al estudio profundo y
generoso que ella hizo de los mismos, un hito en mi vida como escritora y como
ser humano.
Tanto la
presentación en la Librería Antígona, como la realizada en el Aula Tres, de la
segunda planta del Centro Cívico Universidad (ubicado en la calle Violante de
Hungría número 4), el sábado 6 de septiembre, fueron eventos fantásticos en los
que mostramos ambas armonía en la exposición, ella del estudio minucioso que
hizo de lo que he escrito a través de los años, y yo de los poemas que me
sugería leer.
Quienes fueron
al Centro Cívico también pudieron disfrutar de la magistral clase en la que
Nacha Martí entrelazó la cultura japonesa con la obra de la ceramista Ángeles
Casas y la escultora Victoria Arbeola, quienes cedieron sendas piezas para la
presentación en la que se manifestaron diversos puntos de convergencia entre
España, Japón y México. Un detalle entrañable fue escuchar a la escritora Mar
Mata cantando una canción ranchera.
Nuestro público también participó, leyendo un par de poemas de No
es luz mas enceguece y haciendo preguntas sobre el proceso creativo y la
manera en que empezó mi vocación, cuestionamientos que enriquecieron nuestro
intercambio de pensares y sentires.
Luego, el jueves 11 de septiembre, en la Librería Antígona tuvimos lleno
total, se vendieron varios libros; de nueva cuenta hicimos patente la armonía
en nuestra manera de dirigirnos a los escuchas, quienes participaron y, tal
como lo expresó Pepe Fernández, nuestro anfitrión, se formó un microclima muy
especial entre la exposición erudita de Nacha Martí, el contenido de los poemas
leídos y la atención de nuestros invitados a quienes, nobleza obliga, les
comentamos que toda obra literaria está muerta hasta que el lector le da vida
con su atención y desciframiento, que solo ante la mirada del otro es posible
la existencia plena.
Esta
aseveración es cierta tanto para el arte como para los seres, de ahí que,
gracias a la mirada atenta de Nacha Martí Alonso, septiembre 2025 fue un hito,
tanto en mi escritura como en mi vida; y ambas, permanecen en colores
deslumbrantes en el Mural que mi gran amiga, con su talento ha pintado.
Mi gratitud eterna por su erudición y don de gentes, que me regaló
este septiembre a manos llenas.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
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