Un tequila para besar
Por Elvira Catalina Gutiérrez
―Mamá, me invitaron a una fiesta
―Qué bien, mi amor, ¿cuándo es?
―Aquí traigo la invitación
―Déjame verla. Muy bien, sí vamos a
poder ir, es tu primera fiesta, no faltaremos. Quiero conocer a tu amigo
―Es mi mejor amigio, Matías Nicanor
Meléndez Aldana.
Así le dijo Salomón el primer día en
kínder en que llegó muy contento a platicarle a su mamá que ya tenía un amigo.
―Mi bebé ya está creciendo, a ver un
besito.
―Te amo, mami.
Entre besos y abrazos el amor maternal se
eleva a los más grandes y sagrados sentimientos del cosmos.
Hace 13 años llegamos temprano a la
fiesta de Matías Nicanor Meléndez Aldana, su mamá nos recibió muy amable. Dos o
tres años después nos cambiamos de residencia y pasó tiempo sin volvernos ver,
crecieron los hijos, se convirtieron en adolescentes ungidos del amor maternal.
Ahora la vemos en un hospital de la capital,
mi hijo había tenido un pequeño accidente en motocicleta, fueron solo
unos raspones leves y ya íbamos de salida.
La mamá de Matías y yo nos saludos contentas, pero ella empezó a llorar.Nos
abrazamos y me platicó que hacía unos meses a Matías le habían detectado
cáncer; hacía apenas una semana lo habían operado por tercera ocasión y
removieron su brazo izquierdo. Me dijo que le daba mucho gusto vernos porque
seguramente su hijo se iba a poner contento de ver a su amigo de la infancia,
mi Salomón. Acompañé a mi hijo a ver a su célebre amigo, que veíamos en el facebook
practicando deportes, cantando feliz, guapísimo y talentoso, ya lo habíamos
echado de menos en las redes sociales, pero jamás imaginamos nada malo y
seguimos ocupados con nuestras vidas. En cuanto entramos al cuarto blanco y
clorado, de inmediato nos impactó su imagen lampiña, Apenas se notaban los
alegres hoyuelos de sus mejillas. Buscando su mirada apenas se notaba el
jovencito de las selfies de su intagram. Siempre me ha gustado darle la espalda
a las enfermedades, a la pobreza, a las calamidades. Fue incomodo verlo y
comparar la imagen del simpatiquísimo
niño al que le había tomado tanto cariño por ser el primer amigo de mi hijo,
aquel primer día de preescolar en que llegó corriendo a platicarme que tenía un
amigo: Matías Nicanor Meléndez Aldana: mi hijo le llamaba todo el tiempo por su
nombre completo, solo a él, no sé por qué continua cosechando amigos y no les
llama por su nombre completo. Siempre me pareció gracioso eso.
Se saludaron con el cariño de siempre y
como si la distancia y el tiempo durante años, nunca hubieran estado de por
medio, platicaron gustosos durante un rato.
―En cuanto salgas de aquí, deberías de
ir a visitarnos ―le dijo Salomón.
―Estaría bien, aunque me siento incómodo
con los gastos que les estoy ocasionando a mis papás con todo esto, pero no me
caerían mal unas pequeñas vacaciones.
―Amigo, seguramente es lo que menos les
importa a tus papás. Desde que mi hermano murió, mis papás siempre dicen que
entendieron claramente que ante la vida ninguna otra cosa del mundo importa. Serás
nuestro invitado, vamos a la sierra en tres semanas, paso en por ti para que
vengas con nosotros. Échale ganas, cuídate.
―Esta bien, lo comentaré con mis papás.
Para ese entonces supongo que estaré ya en casa alistándome para la que sigue y
tratando de ver el lado amable, creo que un brazo biónico me hará ver más
interesante, ¿Crees que a las niñas les guste?
―Claro, te va a dar mucho pegue.
Deberían ponerte una garras de titanio como las de Logan.
―Me voy a diseñar unas mejores, ya
verás. Gracias, Salomón, seguimos en contacto.
Ya estás. Espero tu llamada y corro por
ti.
Nos despedimos de él y su familia. Se
quedó sonriendo y yo me sentí tan orgullosa de mi hijo, su dulzura y bondad.
Matías llamó para confirmar su visita. Nos habíamos organizado para ir de
vacaciones al campo antes de que Matías empezara nuevamente sus sesiones de
quimioterapia. Aunque sus padres querían estar con su hijo, pensaron que sería
bueno que él saliera y se alejará un poco del sufrimiento que los tenía
agobiados.
Un bosque fabuloso nos abría sus
puertas, el verano arrojaba la frescura de su lluvia a través de las ventanas
del auto, los arroyos corrían, y yo les decía a los muchachos que inhalaran y
exhalaran, que disfrutaran de la vista y se preparan para recibir los poderes
curativos de la madre tierra. Ya casi oscureciendo llegamos a la cabaña, Matías
y Salomón llegaron dormidos. Mañana iríamos a caminar y al parque de tirolesas.
Fue un día inolvidable, el escenario de las barracas, no sé si daban paz u
olvido del terrible cáncer por unos momentos. Había muchos jóvenes vacacionando
en el lugar. Salomón me dijo que comprarían algo de tomar y se reunirían con
unas niñas que conocieron, y que no fuera a estar de metiche como de costumbre.
Sabía el pronóstico poco favorable de su amigo, pero no tuve valor para
decirles que era malo para la salud.
Los dejé solos, salí a hacer un poco de
ejercicio y meditación, a implorar por la salud de mis hijos. Sabía lo que era
perder uno y eso me había dejado vulnerable, lo más terrible es el infinito
miedo a perder otro que estamos tan frágiles en este mundo en el que puede
pasar cualquier cosa el día menos pensado y en el que lo único seguro es la
muerte. Los designios del destino son poderosos y solo de imaginar pudo haber sido
Salomón en lugar de Matías, un profundo y terrorífico respiro recorrió mi
cuerpo.
Habían invitado a dos chicas al cuarto.
Tenían la música muy fuerte y aún así resaltaban las carcajadas y gritos. Yo
estaba de más, así que le dije a Salomón que no fueran hacer una tontería, que
iría a dormirme.
―Confío en ustedes, ya son adultos. Voy
a dormir pero si se ofrece algo me llaman.
Tan difícil conciliar el sueño. Escuché
a alguien en el baño vomitando, me levanté a ver; era mi hijo tremendamente
borracho, lo llevé a su cama y lo dejé sentado por si vomitaba nuevamente, las
muchachas también estaban dormidas o fingieron al verme.
―Buenas noches señora ―entró Matías con
los ojos llorosos.
―Buenas noches Matías, ¿cómo andas?
―Bien, no tomé, tengo mucho miedo con
el medicamento.
―¿Cómo te sientes? Yo no quería que
tomaran nada, pero ya ves. Este muchacho hace lo que le da la gana con su madre.
―Muchas gracias por invitarme, me
hubiera encantado que mi mamá fuera como usted.
―Tu mamá es una mujer admirable.
―Hay muchas cosas que no sabe, pero no
es momento para hablar de eso, y disculpe. Que yo no pueda dormir no me da
derecho a desvelarla.
―No te preocupes, Matías, tampoco puedo
dormir. Si quieres vamos a platicar un rato afuera en el fresco.
―Matías se levantó de la cama en su
camisa interior y pijama, tan flaquito y tambaleante. Me acerqué a ayudarlo y caminamos
juntos a la terraza. El cielo tapizado de estrellas, el viento entre los
árboles y este niño que me daba un miedo terrible de que algo le fuera a pasar
ahí conmigo. Bueno, es que no me gusta estar con los enfermos. Él me abrazó y
lloraba inconsolable porque las jovencitas no habían querido acercársele. No me
sorprende que todo ser desvalido sea evitado.
―Tengo mucho miedo de morirme, no me
quiero morir ―lloraba Matías.
―Yo también tengo mucho miedo, y
también voy a morir antes o después que tú, no lo sé. Pero igual que todos
nuestro cuerpo es una cascarita que pasa volando por este planeta.
Lo que menos me esperaba era que Matías
se acercara, se acurrucara en mi pecho y después subiera un poco su rostro y me
besara. Eso mismo debió de hacer con las niñas y por eso ellas lo rechazaron.
Pero yo no tuve valor de alejarlo y lo dejé estar en mi boca el tiempo que él
quisiera. Él se soltó llorando y me pidió perdón. Le dije que me esperará un
poco. Fui por la botella de tequila, me empiné un trago, tomé al niño
fuertemente entre mis brazos y ahora lo besé yo.
Elvira Catalina Gutiérrez. Licenciada
en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Autónoma de Chihuahua. Tiene maestrías en educación y en periodismo. Es
profesora de literatura en secundaria y trabaja en radio con un programa
cultural. Es autora de un libro sobre el tema Juana de Ibarbourou y otro sobre
educación literaria para niños, ambos inéditos. Escribe periódicamente en la
revista Exprés.
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