sábado, 23 de febrero de 2019

Elvira Catalina Gutiérrez. Un tequila para besar

Un tequila para besar

Por Elvira Catalina Gutiérrez

―Mamá, me invitaron a una fiesta
―Qué bien, mi amor, ¿cuándo es?
―Aquí traigo la invitación
―Déjame verla. Muy bien, sí vamos a poder ir, es tu primera fiesta, no faltaremos. Quiero conocer a tu amigo
―Es mi mejor amigio, Matías Nicanor Meléndez Aldana.
Así le dijo Salomón el primer día en kínder en que llegó muy contento a platicarle a su mamá que ya tenía un amigo.
―Mi bebé ya está creciendo, a ver un besito.
―Te amo, mami.
 Entre besos y abrazos el amor maternal se eleva a los más grandes y sagrados sentimientos del cosmos.

Hace 13 años llegamos temprano a la fiesta de Matías Nicanor Meléndez Aldana, su mamá nos recibió muy amable. Dos o tres años después nos cambiamos de residencia y pasó tiempo sin volvernos ver, crecieron los hijos, se convirtieron en adolescentes ungidos del amor maternal. Ahora la vemos en un hospital de la capital,  mi hijo había tenido un pequeño accidente en motocicleta, fueron solo unos raspones leves y ya íbamos de salida.  La mamá de Matías y yo nos saludos contentas, pero ella empezó a llorar.Nos abrazamos y me platicó que hacía unos meses a Matías le habían detectado cáncer; hacía apenas una semana lo habían operado por tercera ocasión y removieron su brazo izquierdo. Me dijo que le daba mucho gusto vernos porque seguramente su hijo se iba a poner contento de ver a su amigo de la infancia, mi Salomón. Acompañé a mi hijo a ver a su célebre amigo, que veíamos en el facebook practicando deportes, cantando feliz, guapísimo y talentoso, ya lo habíamos echado de menos en las redes sociales, pero jamás imaginamos nada malo y seguimos ocupados con nuestras vidas. En cuanto entramos al cuarto blanco y clorado, de inmediato nos impactó su imagen lampiña, Apenas se notaban los alegres hoyuelos de sus mejillas. Buscando su mirada apenas se notaba el jovencito de las selfies de su intagram. Siempre me ha gustado darle la espalda a las enfermedades, a la pobreza, a las calamidades. Fue incomodo verlo y comparar la imagen  del simpatiquísimo niño al que le había tomado tanto cariño por ser el primer amigo de mi hijo, aquel primer día de preescolar en que llegó corriendo a platicarme que tenía un amigo: Matías Nicanor Meléndez Aldana: mi hijo le llamaba todo el tiempo por su nombre completo, solo a él, no sé por qué continua cosechando amigos y no les llama por su nombre completo. Siempre me pareció gracioso eso.
Se saludaron con el cariño de siempre y como si la distancia y el tiempo durante años, nunca hubieran estado de por medio, platicaron gustosos durante un rato.

―En cuanto salgas de aquí, deberías de ir a visitarnos ―le dijo Salomón.
―Estaría bien, aunque me siento incómodo con los gastos que les estoy ocasionando a mis papás con todo esto, pero no me caerían mal unas pequeñas vacaciones.
―Amigo, seguramente es lo que menos les importa a tus papás. Desde que mi hermano murió, mis papás siempre dicen que entendieron claramente que ante la vida ninguna otra cosa del mundo importa. Serás nuestro invitado, vamos a la sierra en tres semanas, paso en por ti para que vengas con nosotros. Échale ganas, cuídate.
―Esta bien, lo comentaré con mis papás. Para ese entonces supongo que estaré ya en casa alistándome para la que sigue y tratando de ver el lado amable, creo que un brazo biónico me hará ver más interesante, ¿Crees que a las niñas les guste?
―Claro, te va a dar mucho pegue. Deberían ponerte una garras de titanio como las de Logan.
―Me voy a diseñar unas mejores, ya verás. Gracias, Salomón, seguimos en contacto.
Ya estás. Espero tu llamada y corro por ti.

Nos despedimos de él y su familia. Se quedó sonriendo y yo me sentí tan orgullosa de mi hijo, su dulzura y bondad. Matías llamó para confirmar su visita. Nos habíamos organizado para ir de vacaciones al campo antes de que Matías empezara nuevamente sus sesiones de quimioterapia. Aunque sus padres querían estar con su hijo, pensaron que sería bueno que él saliera y se alejará un poco del sufrimiento que los tenía agobiados.

Un bosque fabuloso nos abría sus puertas, el verano arrojaba la frescura de su lluvia a través de las ventanas del auto, los arroyos corrían, y yo les decía a los muchachos que inhalaran y exhalaran, que disfrutaran de la vista y se preparan para recibir los poderes curativos de la madre tierra. Ya casi oscureciendo llegamos a la cabaña, Matías y Salomón llegaron dormidos. Mañana iríamos a caminar y al parque de tirolesas. Fue un día inolvidable, el escenario de las barracas, no sé si daban paz u olvido del terrible cáncer por unos momentos. Había muchos jóvenes vacacionando en el lugar. Salomón me dijo que comprarían algo de tomar y se reunirían con unas niñas que conocieron, y que no fuera a estar de metiche como de costumbre. Sabía el pronóstico poco favorable de su amigo, pero no tuve valor para decirles que era malo para la salud.
Los dejé solos, salí a hacer un poco de ejercicio y meditación, a implorar por la salud de mis hijos. Sabía lo que era perder uno y eso me había dejado vulnerable, lo más terrible es el infinito miedo a perder otro que estamos tan frágiles en este mundo en el que puede pasar cualquier cosa el día menos pensado y en el que lo único seguro es la muerte. Los designios del destino son poderosos y solo de imaginar pudo haber sido Salomón en lugar de Matías, un profundo y terrorífico respiro recorrió mi cuerpo.
Habían invitado a dos chicas al cuarto. Tenían la música muy fuerte y aún así resaltaban las carcajadas y gritos. Yo estaba de más, así que le dije a Salomón que no fueran hacer una tontería, que iría a dormirme.
―Confío en ustedes, ya son adultos. Voy a dormir pero si se ofrece algo me llaman.

Tan difícil conciliar el sueño. Escuché a alguien en el baño vomitando, me levanté a ver; era mi hijo tremendamente borracho, lo llevé a su cama y lo dejé sentado por si vomitaba nuevamente, las muchachas también estaban dormidas o fingieron al verme.

―Buenas noches señora ―entró Matías con los ojos llorosos.
―Buenas noches Matías, ¿cómo andas?
―Bien, no tomé, tengo mucho miedo con el medicamento.
―¿Cómo te sientes? Yo no quería que tomaran nada, pero ya ves. Este muchacho hace lo que le da la gana con su madre.
―Muchas gracias por invitarme, me hubiera encantado que mi mamá fuera como usted.
―Tu mamá es una mujer admirable.
―Hay muchas cosas que no sabe, pero no es momento para hablar de eso, y disculpe. Que yo no pueda dormir no me da derecho a desvelarla.
―No te preocupes, Matías, tampoco puedo dormir. Si quieres vamos a platicar un rato afuera en el fresco.
―Matías se levantó de la cama en su camisa interior y pijama, tan flaquito y tambaleante. Me acerqué a ayudarlo y caminamos juntos a la terraza. El cielo tapizado de estrellas, el viento entre los árboles y este niño que me daba un miedo terrible de que algo le fuera a pasar ahí conmigo. Bueno, es que no me gusta estar con los enfermos. Él me abrazó y lloraba inconsolable porque las jovencitas no habían querido acercársele. No me sorprende que todo ser desvalido sea evitado.
―Tengo mucho miedo de morirme, no me quiero morir ―lloraba Matías.
―Yo también tengo mucho miedo, y también voy a morir antes o después que tú, no lo sé. Pero igual que todos nuestro cuerpo es una cascarita que pasa volando por este planeta.
Lo que menos me esperaba era que Matías se acercara, se acurrucara en mi pecho y después subiera un poco su rostro y me besara. Eso mismo debió de hacer con las niñas y por eso ellas lo rechazaron. Pero yo no tuve valor de alejarlo y lo dejé estar en mi boca el tiempo que él quisiera. Él se soltó llorando y me pidió perdón. Le dije que me esperará un poco. Fui por la botella de tequila, me empiné un trago, tomé al niño fuertemente entre mis brazos y ahora lo besé yo.



Elvira Catalina Gutiérrez. Licenciada en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Tiene maestrías en educación y en periodismo. Es profesora de literatura en secundaria y trabaja en radio con un programa cultural. Es autora de un libro sobre el tema Juana de Ibarbourou y otro sobre educación literaria para niños, ambos inéditos. Escribe periódicamente en la revista Exprés.

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