La Calle Allende
Por Heriberto Ramírez
Cada domingo por la
tarde, la calle se convertía en un mar de gente; ya desde la mañana el cine
Olimpia convocaba la presencia de docenas de niños que acudíamos a las
funciones de la matiné. En la tarde lo hacían los jóvenes y los adultos, pero
principalmente las parejas que encontraban un espacio ideal para besarse.
Años después se abrió
el cine Armida y la dinámica de la calle principal, donde se apilaban toda
clase de comercios, siguió siendo la misma, un ir y venir incansable de
personas dando la vuelta, unos a pie, otros en auto. En ese ir y venir se
mezclaban los perfumes baratos más diversos, entrelazados con las emanaciones
provenientes de puestos de tacos encebollados y las cantinas; todo el mundo se
volcaba sobre esa calle como si allí se hallara todo lo que uno pudiera buscar,
cuatro o cinco cantinas, dos cines, la Nevería Regis, tortillería, hotel,
ferretería, expendio de licores, carnicerías, peluquerías, tiendas de ropa y
solamente dos o tres casas habitadas.
En la noche arteria
urbana principal, la calle de en medio era lugar de cortejo, de coqueteo, de
búsqueda, de encuentro, y de día se realizaba en el agitado y bullicioso
corazón de la ciudad. Salvo algunos comercios, hoy solo queda la resonancia
nostálgica de aquella algarabía. Allí quedaron los ruinosos locales de comercios
abandonados. Hasta la fecha.
(Este cuento de
Heriberto Ramírez Luján es parte de su libro Relatos en celular, inédito).
Heriberto Ramírez Luján filósofo mexicano redacta la lógica
con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus
textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su
estética. Y de su gran estilo.
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