sábado, 16 de febrero de 2019

Luis Kimball. Memoria de un emperador


Memoria de un emperador


Por Luis Kimball


Tú no conoces todavía lo que concierne a los vivos;
por ello, ¿cómo quieres informarte de los muertos?                    
Kung Fu Tzu


Cuando todo es tuyo, y vives en un antiguo palacio, la propiedad ya no tiene sentido; pero aún así resulta triste perder la memoria y resignarse a qué tanto ya no pueda ser tuyo. Nadie quiere saber, ni tú, como llegaste ahí. “El mundo se conquista en sentido contrario a las manecillas del reloj”, pensaba el emperador.
Como el viejo y sanguinario emperador Ts´in1, me forjé de Honan a Sanchi, y todo se horma a mis ojos ahora, por esta herida que asemeja la hendidura que dejó el poderoso acero Cheng en el imperio. Ofendí y defendí el Nankin, y el tö2 hizo y se hizo callo de mis manos… aquí estuve con la pequeña Lan… y arriba, junto a la fuente, Flor de Río me amó de modo que los dos sangramos. Ahora, en su lugar crece un helecho risuke.

Alguna vez no fue el hombre más poderoso de Shan; entonces sus enemigos habitaban el palacio y él deseaba partir el mundo. Ahora se le escurren los recuerdos a medida que recibe noticias.

¿Dónde estará la pequeña Lan? Es probable que tenga verrugas en el cuello y ya no se le vea como mujer si no es sirviendo una bandeja de humeantes cipreas doradas… No tenían que cortar a mi hermosa flor de agua y convertirla en flor de sangre. La belleza ofende tanto a los que no la poseen o a los que no supimos perpetrar su posesión, que la venganza llegará, aunque tarde en caer. El amor no está hecho para un T´ien-tzü.3

El emperador procuró que el amor abundara en su reino, pero el reino se extendió demasiado; ahora se ocupa de abrir su camino al más allá, mientras un ministro inscribe las riquezas imperiales en un rollo mate: un cuento para que duerma el emperador.

Levanté piras sobre huesos de hombres, con sus bienes, hijos y mujeres… ese olor especialmente repugnante que tiene el cabello quemado. Mi perdón lo conocen solo estas manos blancas, dueñas pasadas de esta fortaleza, que me mostraron lo que hube de arrebatarles… tanta belleza centrada en la concubina Lan y su amiga artista, que esa primavera tocaba flauta a sus dioses de numina4.

Nada es digno de un emperador. Pero aún puede recordar la sensación de lo ajeno.

No pude hacer más. Esparcirlas entre la muchedumbre de mi fiel ejército, necesitada de soberbia. Las despedazaron. Igual las hubiera hecho ahogar por una razón en la pileta de los peces paraíso; ahora está ahí, sin peces, lamosa. Una mañana lloré en su inmundicia. Digna de honor es solo la guerra. El amor no conoce de estos términos.

Un letrado, en los inicios del imperio, escribió que el amor es una dulce batalla que se pierde. Tan poderoso como antes, pero sin fuerza para transportar su egregia figura, el emperador sabe cosas sobre el arte, sobre las palabras, sobre la virtud y la sabiduría, aunque no aspira a la sabiduría. Es un septuagenario asmático que ha visto renacer en la jara, los cuerpos con que edificó la gloria del imperio.

El vencedor busca el cadáver de su enemigo. Continúa su búsqueda hasta el final del día. Son los lujos que puede darse la guerra. ¿Cómo va a ser entonces el amor una batalla?... Suponen que una batalla no lo es todo. Corté cientos de años con un tajo de hierro, obligué a miles de vidas a expresar el límite de su fuerza. Tengo autoridad para hablar de mí, como la tuve para hacer de mi nombre un nombre terrible, tien-ming5 de la grandeza. Pero una vergüenza ilumina mi corazón.

El emperador no muere, la muerte es suya. Así  quedó escrito en la arenilla de la pileta, según los sirvientes que encontraron el cuerpo apestado.



Notas:

(1) También llamado She-Huang, el emperador Cheng inició la breve dinastía Ts´in, que termina con el suicidio de su hijo, quién apenas le sobrevive cinco años.
(2)  Virtud para dirigir a los hombres.
(3)  Hijo del cielo.
(4) Dioses de la casa.
(5) Virtud que tiene el Hijo del Cielo para armonizar cielo y tierra. Por ella, puede volver a nombrar cosas y hombres, buscando el lugar correcto para cada cual. Aquí se usa como sustantivo, aproximadamente como “armonizador”.



Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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