La cadencia de la composición
El Refugio, libro de Elko
Por
Luis Kimball
El Refugio resulta el lugar donde Elko Omar Vázquez Erosa realiza
la obsesiva escenografía del héroe.
Ella,
encerrada entre los muros del ayer, / cobijada de silencios
conventuales.
Ella, dentro de las bóvedas oscuras, / entre el arrullo de las
palomas,/ entre las golondrinas (p. 95).
Digo “obsesiva” también por lograda. Vea con qué suavidad transiciona
la amada del silencio conventual al sonido de las palomas, de estar entre muros
a estar entre las aves, sin haber necesitado moverse ni tocarla. El nicho
idílico: la cadencia de la composición.
Hace mil años te besaba/ después de contemplarte,/ hace mil años
entraba en ti/ y las gotas de lluvia golpeaban/ la hoja blanca del poema (p.
101).
No sabemos dónde quedaría el héroe si tuviera que despertar a
prepararle el desayuno a la esposa y encontrarse con el ofensivo recibo del
gas, por ello seguramente disfruta más su soledad.
El hechicero desafía la tempestad/ tras un canto de sirenas,/ en
una búsqueda ciega/ que puede traicionarlo,/ pero unos ojos entrevistos/ le
obligan a soportar sus privaciones (p. 83).
Lo mismo con la amada, que debe ser puntualmente imposible,
etéreamente ideal y blanca.
Ella, soplo de violencia/
suspiraba entre las ramas/ del encino/‒luminosa
y blanca‒ (p.
57).
Niña rubia, quiero verme reflejado/ en la tristeza de tus ojos
(p. 67).
Lo dijeron hasta cansarse Pacheco, Montes de Oca, Xirau, y no está
de más mencionarlo: puede uno agacharse y tomar un puñado cualquiera de
literatura de estos lares y encontrar romanticismo. En El Refugio es casi todo
su presente, pero si el romanticismo caracteriza la belleza femenina
realizándola en lo sublime, con la ideal en mente, postrada en cama, de venas
azules, ya a punto de morir, evaporar e irrealizarse como mujer, pero cumplida
en un amor perfecto, imposiblemente demandante, que no da para ponerle peros.
Haciendo eco al Nobel chileno que cantaba a su amada callada y como ausente, Vázquez
Erosa dice:
Quisiera tenerte a mi lado/ pero siempre lejana,/ siempre bañada
de ausencia...
siempre callada. (p. 55).
El romántico siempre elegirá la filigrana de sus poemas sobre la
amada, que las vulgaridades que podrían salir de los labios de ella.
Hoy me pregunto, insatisfecho,/ de los frutos que previamente/
supusimos en las manos (p. 45).
La palabra “romanticismo” aparece hoy denostada desde una
comprensión ecofeminista o visiones de equidad de género; nada que refutar,
pero sí recordar que el romanticismo fue absolutamente revolucionario, al
fijarse en el ideal de una mujer imposible, pagano como no se había dado, pues
sustituye la adoración a la figura masculina del Cristo ‒aunque ya eran bastante populares
las santas‒.
En el romanticismo se retoma el lugar de la mujer desde donde lo
dejó Aligheri allá por el siglo XIII, como ideal, que ya resultaba un lugar
privilegiado comparado con lo anterior, y se evoca la caballeresca medioeval,
con su valor y desprendimiento, vertidas en el mejor modelo de un San Jorge. En
el caso de este poemario, comienza evocando dragones; dragones rojos que
aparecen con gracia.
Antes de
llegar a ti/ caminaba por las calles/ bajo la sombra de dragones rojos/
que iban a morir en las montañas (p. 7).
Aparece la provocación constante al azar y a lo divino, entregando
el alma al diablo a cambio del amor de la amada, ya perdiendo de antemano, casi
solo por cerrar el pacto:
había cerrado las puertas/ que antaño nos abrieran los dioses,/
entonces me puse a escribir poemas/ que lamentaban la pérdida de nuestro ayer
(p. 17).
A este libro no le falta nada para cualquiera que guste de este
tipo de literatura que, de hecho, sabemos popular. Hay pasajes verdaderamente
sublimados que dan carácter de poema a varias de las lecturas, cualidad escasa en
las publicaciones de versos; mire; en la siguiente estrofa, los dos primeros
versos, esperados y comunes, pero de una sorprendente frescura:
Eres canto de fantasmas,/ perfume del aire,/ alfalfa
verde entre tus ojos/ ebrios de pintar el paraíso” (p. 30).
Los paisajes de El refugio superan la ambientación
“peliculística”; tienen esa cierta organicidad de la experiencia directa, la
pobreza de los entornos no parece decorativa, el frío o la niebla de las
atmósferas apenas se ve, pues primero se siente, a saber cómo logre ello, pero
es bello:
Flor de tu pelo,/ dormida en el murmullo/ de
los sauces/ aguardando la plegaria.
Bañada de sol/ el agua lame las orillas rojas”
(p. 42).
No he dejado de mencionar los insumos en el imaginario; el autor tiene
su cuervo, su dama de Shallot, en fin, si fuera usted del tipo coleccionista,
este libro contiene lo que necesite y uno más: como el autor no es caballero de
a caballo ni paje, sino viandante simple de ciudad simple; siempre anda fumando
cigarros:
y luego pasar la mirada/ a un techo de vigas antiguas,/ y apagar
el cigarro/ y pretender que te olvido” (p. 77; Segunda tirada).
Y como ya denuncie que nuestro poeta trae cuervo bajo el brazo y a
él le dedicará uno de los últimos apartados del libro; graznó de improviso; le
cuento, yo iba en la tranquilidad del paisaje de estos versos ‒sobre el paisaje hablaré un poco
más‒, y de pronto,
el increpante graznido en los reclamos entre exclamaciones; lea:
Habrá que comprender que el héroe romántico no traza su imaginario
sobre el terreno contemporáneo, sino añorante de tiempos de mejor valía. Puedo
concluir esto: el escritor romántico es un noble rebelde ante la caída de las
monarquías y el abandono papal y guardián de la vieja moral en nuestro tiempo.
Y en este caso específico, el poeta está loco: lo digo con respeto, como
consideración seria. Años antes me había tentado escribir sobre él: no esperaba
varios de sus momentos, los que realmente me conmovieron son aquellos en que el
joven escritor puede ver cómo el trasunto que resulta su personaje será
desfavorecido por una cuestión casi estética, no heroica ni en lo miserable,
sino simple lectura de un destino cualquiera:
La tormenta difumina el paisaje/ con tonos bíblicos;/ las
golondrinas se guarecen/ en las vigas del cobertizo/ y una camioneta va,
penosamente,/ por el camino cerrado de púas y de verdes pastizales”
(p. 87).
Para lograr momentos así, normalmente se requiere que el escritor
tenga una correcta percepción de sí mismo, lo que rara vez ocurre, menos en la
juventud. Hay otros dos momentos que muerden aún mejor en la cuestión y un
poema hermoso sobre una bisabuela buscando vengar a la hermanita asesinada,
pero eso lo dejo a los lectores del libro.
El refugio es una muy buena lectura en su
rama. ¿Qué estará escribiendo ahora el escritor, que ya bordeará la
cincuentena?
Vázquez Erosa, Elko Omar: El Refugio. Editorial UACH, México,
2001.
Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió
en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro.
Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el
conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y
en Manual
del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y
autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios
culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.