Monologo de cumpleaños
Por Karly S. Aguirre
Nacer el veintitrés de diciembre es un destino peor que la muerte. Significa que tu cumpleaños jamás será festejado debidamente, pues para los demás solamente es el día antes de noche buena y Navidad. Tu familia te prepara una cena insípida porque guarda energía para el gran banquete navideño, los amigos cancelan su asistencia a tu fiesta por la misma razón. Nada puede restarle protagonismo e importancia al cumpleaños de un dios.
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Hoy compré mi primera veladora, necesito un milagro. Voy atrasada al lugar en el que planeaba estar a mis veinticinco años. Tomé decisiones que parecían atajos y solo fueron reveses. No me malentiendan, no es queja, pues gracias a aquellos caminos sinuosos aprendí valiosas lecciones, como dice mi mamá, lo que no aprendes a la buena (con proverbios mexicanos) la vida te lo enseña a la mala.
Siempre he sido una soñadora que cree en la magia, por años pedí mis deseos a las 11:11. Cuando tenía doce, deseaba que todos los días fueran sábado. Cuando tenía dieciséis, deseaba tener mi primer novio. A los dieciocho, un auto. Y a mis veinticinco deseo tener un trabajo cómodo con buena paga, en un lugar donde me traten como persona al brindarme los beneficios que por derecho me corresponden y, si no es mucho pedir, que también sean amables.
Tampoco piensen que no sé lo que es trabajo duro y que soy de esas personas que esperan que la vida se resuelva por arte de magia. Si bien me aferro a creencias esotéricas, es solo para tener a algo de dónde asirme y no ser tragada por el nihilismo, que como agujero negro todo lo absorbe.
Seguramente a ustedes les ha pasado, también trabajé en lugares donde exigen mucho y pagan poco, y he sido juzgada por no quedarme más de un día en dichos lugares.
Siempre he sido juzgada por escuchar a mi corazón. Me juzgaron cuando quise estudiar artes en el bachillerato, luego cuando quise estudiar literatura en la universidad. Allí paré y escuché a los demás, seguí un camino trazado por ideas de éxito que otros me habían implantado, y como era de esperarse todo salió mal. Cuando renuncié a ese camino ¿adivinen qué? me juzgaron nuevamente. Me han juzgado por mi nariz, dientes, peso, cabello y hasta por mi intensidad, como si fuera algo malo vivir la vida intensamente. Y es un don que no todos tienen.
Voy a la mitad de mis veintes, he vivido un cuarto de siglo y siento que mi vida comienza cada día. Todos los años pasados fueron un preámbulo a una vida plena, con mis reglas, siendo fiel a mis principios, siguiendo el único camino que siempre debí haber ser seguido. El mío.
Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.
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